lunes, 11 de junio de 2018

Reseña de Maldito y bienamado bibelot de Heberto de Sysmo en Verde Luna


“Maldito y bienamado bibelot” de Heberto de Sysmo: El rabino Löw y la feliz piñata del lenguaje



Título: Maldito y bienamado bibelot
Autor: Heberto de Sysmo
Editorial: Baile del sol
Calificación: ** (Interesante)
Por: José Carlos Rodrigo Breto

Quizás alguien pueda pensar, a estas alturas, que ser un poeta influido por el culturalismo como lo es Heberto de Sysmo puede ir en detrimento de la creación de una poesía, no ya comprensible, sino bella. Sería un error habitual y asociado a los tiempos que corren. El poeta ha reducido su tarea lírica (cuando existe) a la mínima expresión de dos o tres versos minúsculos previamente publicados en Twitter oInstagram, o a una chafardera actividad poética desplegada en Facebook como quién despliega las velas de un gran buque al viento por los cuatro confines del universo cibernético para que, después, los lectores con criterio (que alguno queda) comprueben que aquella promesa de velas de goleta no ya es que simplemente sean las de una discreta chalupa: se tratan de un trapillo, menos que un soplamocos cargado de lugares comunes y decepciones adheridas.

Poetas culturalistas extraordinarios hay algunos y de nómina bien ilustre. Podría empezar por Góngora, Julian del Casal, Cavafis, Eliot o Ezra Pound, influencias gozosas de Heberto de Sysmo, terminando por el venecianismo luminoso de Gimferrer, además de un par de Luises —de Villena y de Cuenca— y mi admirado Jose Emilio Pacheco, entre otros.
Estos nombres representan a la Poesía con mayúsculas, y son los grandes olvidados en esa poesía de consumo que se estila hoy en día, poesía de influencers e instagramers, poesía avalada por un gran número de seguidores en las Redes Sociales que celebran cualquier chisposa ocurrencia, más o menos inteligente, como el gran hallazgo que les alegrará no ya el día, sino los próximos quince minutos, masajeando su intelecto y haciendo que se sientan muy profundos al notar como restalla su percepción poética que creían atrofiada.

Por eso, la nómina de poetas citados anteriormente es una lista negra de textos intrincados que no sólo le exigen al lector una atención imponente y un ejercicio de descodificación, sino también un grado de cultura para comprender los referentes —y “comprender” aquí significa disfrutar— para la que ese público potencial de 280 caracteres y tópicos no está en absoluto preparado; ni quiere estarlo, porque la cultura poética vive anclada en la inmediatez de la pereza.

El grupo de rock sinfónico Genesis sostenía una máxima a la hora de componer sus canciones: si eran fáciles de interpretar no las querían; si eran sencillas no eran divertidas. En esto de la poesía actual ocurre justamente lo contrario. Al primer signo de esfuerzo, de complejidad lírica, de oscuridad, de un pequeño problema de interpretación, el consumidor de lo obvio cataloga a ese poema y a ese poeta de insufribles. Los tiempos actuales serían muy malos tiempos para los Montale, Ungaretti y Quasimodo, esa Santísima Trinidad el hermetismo.

Heberto de Sysmo se encuentra en la categoría de los poetas inteligentes, de esos poetas que también exigen un grado de talento a sus lectores. Los poemas de su último libro, Maldito y bienamado bibelot, publicado por Baile del Sol, ponen en pie un entramado complejo y casi ensayístico acerca del lenguaje como personaje, como misterioso caballero embozado que nos acompaña al lado, o en nuestro interior, en el viaje de nuestras vidas, pero no como una herramienta de la que podemos servirnos a nuestro antojo, sino como un ente poderoso que se apodera de nosotros, que habla por nosotros.

Poetas y lectores de lo inmediato y de lo obvio, me despido de vosotros. Lectores avezados, continuamos desde aquí juntos, tratando de desentrañar este ejercicio lingüístico y reconfortante que Heberto de Sysmo ha expandido sobre las páginas de su bibelot: porque no nos engañemos: el poemario es, en sí, todo él, también un bibelot.

A Sysmo, el asunto le viene de lejos. Su anterior poemario titulado La flor de la vidaelogio de la Geometría Sagrada (Lastura), presentaba un profundo análisis lírico del fractalismo y de las leyes que rigen el universo contemplado desde lo micro-cuántico hasta lo macro-cuántico. Eso es demasiado para Instagram. Puedes leer una crítica sobre esta obra excepcional que realice para este blog de Verde Luna aquí:
Pero volvamos al bibelot. En primer lugar, puede sorprender la estructura del libro, que se articula en cuatro grandes apartados: Physis, Mathesis, Mímesis y Semiosis. Sin embargo, en cuanto comprendemos que es un poemario sobre el lenguaje, elaborado con lenguaje para reflexionar sobre el lenguaje, es decir, metalenguaje, empezamos a atisbar la verdad poética que se alberga oculta en ese bibelot. Y si hablamos de bibelots con verdades ocultas, qué mayor bibelot que aquel Caballo de Troya.

Empecemos partiendo de la idea que tiene Heberto de Sysmo respecto al bibelot: somos nosotros, una especie de figurillas vacías, desprovistas de toda vida y que nos activamos gracias a la irrupción en nuestro interior del lenguaje. El poeta entiende nuestra naturaleza humana como la del Golem creado por el rabino Judah Loew Ben Bezalel, más conocido como el rabino Löv, el Maharal de Praga. Este rabino construyó un homúnculo a partir de hojas y barro que se activaba a través de un juego de palabras: se escribía la palabra hebrea Emet, “verdad”, en su frente, y el Golem tomaba vida y obedecía órdenes. Para desactivarlo, bastaba con borrar la primera letra de emet y convertirla en met, es decir “muerte”, y el Golem se desplomaba en un montón de hojarasca. Nunca el lenguaje cumplió una función tan poderosa como dador de vida.

¿Nunca? Podríamos retroceder hasta los tiempos del Paraíso Terrenal, incluso un poco más allá: En el principio era el Verbo. Heberto de Sysmo lo poetiza: “Si antes que el ser/ fue el pensamiento”, escribe en el poema Tendencia de copista. Es decir, era logos, un logos o pensamiento racional explicitado mediante la palabra, es decir, lenguaje, que entró en nosotros para convertirnos en humanos.

La palabra antecede a todo. Antecede incluso a la vida. Y el Verbo es, además, el corazón de la frase. Y la frase ayuda a construir: el hombre y la mujer proporcionan los nombres a las cosas que no existen hasta que no son nombradas por ellos, se trata de un sagrado juego léxico de creación. Todo: animales, plantas, cosas…, comienza a existir cuando adquiere su nombre. De nuevo, tenemos al lenguaje como dador de vida, como motor primigenio de creación: “Para que todo sea/debemos expresarnos”, nos dice el poeta.

Por lo tanto, la naturaleza fue cobrando forma mientras era nombrada por el hombre y la mujer, artífices y colaboradores de la creación divina. Hombre y mujer eran dos poetas, yo quiero imaginarlos como tales, guiados muy de cerca por el poder de la Luz. ¿Acaso existe una función más cercana al poeta que levanta mundos con sus versos y estados de ánimo con sus metáforas? Y, además, esta forma de nominar aleja al hombre de su estado animal primigenio, lo eleva al plano de las ideas y connota así su humanidad. Tal y como se afirma en el poema Las fuerzas de la literatura: “Resistirse a decir, convierte al hombre/ en el bruto animal del que proviene”.

Renunciar al lenguaje nos alejaría definitivamente de Dios, de la deidad o del demiurgo en el que creamos, de esa Luz, al declinar esa tarea creadora que se depositó en nosotros cuando todavía habitábamos el Paraíso o el Estado Ideal. Sin lenguaje, o con un lenguaje deturpado, involucionamos desde el plano elevado de la deidad hasta el fango animal, conectando directamente con la brutalidad.

Porque la poesía es un lenguaje divino. La Pitia en el Oráculo de Delfos, a quien se le preguntaba la duda, interiorizaba esa frase y consultaba a Apolo para responder en hexámetros. Contestaba con poesía, y ese lenguaje descendía directamente del lenguaje divino.

Heberto de Sysmo indaga en esta función creadora, como primer motor y misterio. Así, la primera parte del poemario, Physis, abunda en el lenguaje como misterio inherente al ser. El primer poema del libro, Dicotomía saussureana, plantea el enigma de un origen natural lingüístico, de que tal vez estemos ante un Dios primordial de la Naturaleza, del Ser al principio de los tiempos que se apodera de nosotros, entra en el interior de la conciencia y nos transforma.

El primer verso del poema define al lenguaje como “patria, trinchera y escondite”, relacionándolo de inmediato con la idea de que los sistemas lingüísticos son la razón identitaria primordial del ser humano. En obras como El regreso del húligan(Tusquets) del rumano Norman Manea, se concreta el desarraigo de los exiliados del régimen totalitario de Ceauşescu como una completa pérdida del idioma original en el que se expresaban, al verse obligados a escribir en otras lenguas en el extranjero. Además, el manoseo criminal al que someten al lenguaje los sistemas totalitarios termina por quebrantar el concepto de identidad nacional y se extravía la idea de patria o refugio primigenio, de escondite.

Tal y como prosigue Heberto de Sysmo en esta primera poesía saussereana, el lenguaje es “herramienta”, incluso “arma”; no en vano, en mi novela El vaso canopeuno de los personajes argumenta que una imprenta clandestina hizo mucho más por derrocar a Ceauşescu que las pistolas y los cuchillos. Sin embargo, esta herramienta armada encierra un enigma fundamental para el poeta: “es más allá de mí”, y en ello radica el discurso que se extenderá por todo el poemario. El intento de descifrar los misterios —con raigambre en lo divino— de lo que claramente se muestra como “una arquitectura afín a la conciencia”, un constructo, un artificio que muchas veces puede resultar letal y cuyo origen desconocemos, o tal vez no conocemos tanto como la ciencia y los estudios parecen asegurar.

Artificio letal, en efecto, tal y como se describe en el poema (Dis) función estética. Las palabras pueden provocar grandes alegrías, como las primeras pronunciadas por los niños, pero también grandes tristezas, como las últimas, esas que prorrumpen misteriosas en el agostamiento de la vida de alguien. De esta forma, el lenguaje se mueve ubicado a horcajadas entre “la belleza y el espanto”, aumentando exponencialmente su capacidad de misterio.

Un misterio que se emboza en las cualidades de la metáfora, tal y como muestra el poema Atavío: “Sabes que en la metáfora sucede/algo nunca ocurrido;/que la ficción es hueso que vertebra/la entintación de otra mentira”. Ese misterio mentiroso de la metáfora conecta con aquella idea que dio Vargas Llosa sobre la literatura, a la que denominó como “la verdad de las mentiras”. Por esa senda, el poeta interroga al lector al final de Atavío: “Si en algo aprecias la sinceridad/ ¿por qué sigues leyendo?”.
Ser poeta es adorar y acariciar el misterio de esa lengua que ha penetrado en nosotros apoderándose del bibelot humano, de nuestro Golem propio al que resucita. Ser poeta viene definido en el poema Desopercular: “Rebañas la colmena, aunque tu vida/arriesgas por la miel de la palabra;/nada te importa ya, /morir buscando, /yacer en el sendero de los héroes”. Así que ser poeta, hacer poemas, es eso, un remover las celdillas de la vida, como si fueran un panal, y obtener en los versos las esencias, ceras y mieles, palabras que desentrañen el hermoso misterio que dota de vida al bibelot.
La segunda parte del poemario, Mathesis, abunda en el proceso del aprendizaje, con un fondo en el modelo matemático de Descartes y Leibniz, esa Mathesis Universalismediante la cual, porque la lengua son signos como las matemáticas, se puede buscar y alcanzar la perfección lingüística.

El primer poema de este segundo tramo, Ergógrafo del alma, nos trae al bibelot, presente, como esencia del lenguaje: “Maldito y bienamado bibelot, /insuficiente eres, imprescindible, /nuestras vidas constriñes y constelas”. Somos Golem, somos los hombres huecos de T.S. Eliot, somos la criatura de barro y hojas aterrada, esperando ser desactivada por el hacedor, esperando para convertirnos en un montículo de polvo, dominados por esas palabras y ese lenguaje que nos convierte en todo y en nada.
Además, el poeta, el escritor, prolonga la vida en sus palabras, incluso en la tinta con la que las escribe. En el poema Dicterio se consolida esta relación vital: “En el dibujo, /una delgada línea limita/la carne, del vacío. // En la escritura, /la tinta es la frontera/de la fragilidad de nuestra vida”. La perspectiva es aterradora, tan sólo queda refugiarse tras la poesía si se tiene la fortuna de poder utilizar de esa forma el misterio del lenguaje. El poeta es El cobarde embozado: “Mi verdadero yo es quién se oculta/detrás de este atavío de fonemas…”. Y la poesía, el lenguaje, es un virus “que en tinta se propaga”, se nos advierte en Huésped.

Heberto de Sysmo, con esta transición hacia el impulso poético como sufrimiento, está abriendo la vía al lenguaje como enfermedad, incluso como maldición. La poesía provoca dolor y además “nacido del dolor/un verso escapa;/como lamento, /como respuesta al daño/que su herida comporta” (poema Asunción). Tal vez la raíz de este mal tan doloroso provenga de que el poeta intenta un imposible mediante el uso del lenguaje: “quiero inventar más mundos/y tan solo los nombro” (poema Cláusula del Arte).

El tercer tramo de Maldito y bienamado bibelot es el titulado Mímesis, es decir, imitación, estética. De esta forma, las referencias a técnicas artísticas cuyo objeto buscan copiar la realidad, se convierten en el leitmotiv de la parte. Ya sea en pintura o en arquitectura, la cuestión es, mediante la recreación de la realidad, intentar descubrir una zona misteriosa que se encuentra oscurecida, que quizá pueda explicar el misterio del bibelot. Así, el primer poema presenta un título muy significativo, Esbatimiento, técnica pictórica mediante la cual un cuerpo deja en penumbra parte de otro al entorpecer la luz que incide sobre él.

Heberto de Sysmo entiende que hay zonas del lenguaje en penumbra, que necesitamos iluminar. En Apostema lo afirma con certeza: “El pensamiento abunda/en los ángulos muertos del lenguaje”. Para encontrar esos misterios hay que trabajar la forma poética, “las trilladas semillas/del verbo” (en Mies poética), porque es indudable que “Entre los versos/arden palabras libres/nunca escritas” (Caligrafía oculta). Parece que en esta parte de Mímesis será en donde el poeta se sienta con mayor control sobre este misterio del lenguaje, una vez que ha concluido que todo forma parte de un código ante el cual es imposible oponerse.

De esa forma, solo admitiendo eso, puede aparecer, ahora, la estrofa clave de este Maldito y bienamado bibelot. Y será en el final del poema Isoyeta: “Somos en el lenguaje, /a través suyo urdimos/cartografías de la mente”. Quizás este sea el gran descubrimiento que habitaba en esa zona en sombra, entre las aristas de la penumbra. Porque urdiendo esas cartografías de la mente, así, podemos alcanzar cierta forma de inmortalidad: “Dramática belleza la del signo;/sobrevive a su autor/y aun sin testigos/se inmortaliza” (en poema Magma etéreo).

Un momento… Desengañémonos, lo que es eterno son las palabras, nosotros no podemos aspirar a competir con su longevidad. Serán las palabras quienes nos sobrevivan, en una dulce derrota.
Por último, Semiosis, cierra el poemario. De las cuatro partes, la segunda, tercera y cuarta se están refiriendo a las potencias de la Literatura: MathesisMímesis Semiosis, mientras que la primera parte del poema se ha basado en la Physis, como una potencia particularmente humana que se suma a esas mismas potencias.

Ahora, esta Semiosis o creación de signos con significados, esta forma de construcción de la realidad, buscará reafirmar al poeta en su poesía, a Juan Antonio Olmedo López-Amor en su heterónimo de Heberto de Sysmo, del cual disfruta como si hubiera obtenido una canonjía. Tal es el título del primer poema de esta última parte, Canonjía, en donde se firma una declaración de lo que es ser poeta: una “declinación a la locura”.
Una locura en la que se debe creer con toda la fe. El poema Retribución de fe muestra los beneficios que se derivan de aceptar ese uso del lenguaje, o de permitir que el lenguaje nos haya penetrado a la búsqueda de la belleza en nosotros, los seres huecos: solo creciendo en la escritura y creyendo en la escritura los “párrafos se convirtieron/ en dolientes estrofas”. ¿Acaso no va de eso ser poeta? ¿De que duela cada verso empalado en cada estrofa?
Volvemos, mediante este dolor de las estrofas, o a través de este dolor de las estrofas, hacia atrás en el tiempo y en el poemario, porque el bibelot-Golem está cercano a desarmarse, el lector está a punto de terminar la lectura y con ello dibujar la palabra met en la frente del poeta. Por ello, es necesario establecer la palabra, de nuevo, como el inicio de todo, de ese big bang semántico, del estallido de la materia oscura en colores que luego nos hizo humanos. Esto queda fijado en el poema Falso hohlraum, que se remonta al destello de la palabra como faro de las entrañas del Universo y que tiene su continuación en el poema Espiral de vida, donde el fractalismo de lo que es “Decir para vivir/vivir para decir” es sinónimo de vida. Y en Óbelo esta vida propiciada por la palabra poética revienta incontrolada: “Soy tantos como pueda imaginarse”, afirma el poeta.
Sin embargo, el bibelot que también es el libro de Heberto de Sysmo desemboca en su poema final: bien podría componerse de solo esa palabra met que lo desactivaría, pero aún tiene fuerzas de sellar su epitafio en Sagrada evanescencia: “Morir en la Palabra/es justa aspiración/ para aquellos que “solo” / han vivido por ella”.

Expira así este bibelot animado por la posesión del lenguaje poético, con abundante carga catafórica en los títulos de los poemas que, así, conforman parte misma de ellos. Eso significa que cada poema es un pequeño bibelot poseído por sus propios títulos que lo animan, creando una constelación de bibelots que se replican a sí mismos para conformar el gran bibelot del poemario que a su vez proviene del bibelot-poeta, en un panorama de fractales que toma su dirección hacia la macro-cuántica.
Todo posee un significado que va más allá de lo simple, de lo visible, en la poesía de Heberto de Sysmo, eso es lo que la convierte en algo tan apasionante. El lenguaje se introduce en nosotros como su fuera un Caballo de Troya, consigue pegar fuego a nuestras defensas, y justo desde ese mismo instante comienza a gobernarnos. Sysmo, en su poesía, intenta apoderarse de las riendas de ese Caballo, de ese lenguaje, aunque tan solo sea por un momento y poder crear, así, belleza.

Y no debemos olvidar que el poemario se llevó el Premio Nacional Isabel Agüera”Ciudad de Villa del Río, un mérito más de este texto, pero que a mí me interesa traerlo al final de mi análisis por un motivo: Heberto de Sysmo presentó este poemario al concurso bajo el pseudónimo de Scardanelli. Y este es el último guiño que nos hace el poeta, ya desde la concepción primigenia de su bibelot.

Bajo ese nombre de Scardanelli firmaba, hace más de siglo y medio, el enfermo, el poeta Hölderlin desde sus treinta y seis años de encierro en la torre de Tubingacuando era víctima de la locura, de una esquizofrenia que lo atravesaba obligándolo a desencadenar una verborrea imparable. Hölderlin era, así, bibelot-Tourette ahíto de palabras que lo convulsionaban. Algo de Tourette hay en los poetas, siempre lo he mantenido, que se activan como un Golem cuando en su bibelot penetra el lenguaje y entonces solo son capaces de mencionar la belleza…, incluso extrayéndola de la negritud más horrible.

Heberto de Sysmo es una moderna versión de ese Scardanelli pleno de palabras, instalado en la pacífica locura de su bibelot que cuelga del árbol de lenguaje como una piñata que, al romperla, nos baña con la felicidad de sus poemas.


https://verdeluna2012.wordpress.com/2018/06/08/maldito-y-bienamado-bibelot-de-heberto-de-sysmo-el-rabino-low-y-la-feliz-pinata-del-lenguaje/

sábado, 9 de junio de 2018

Reseña MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT, de Heberto de Sysmo en El coloquio de los perros

HEBERTO DE SYSMO. MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT
(Baile del Sol, Tenerife, 2017)
por MANUEL GUERRERO CABRERA
       Heberto de Sysmo (seudónimo del valenciano José Antonio Olmedo López-Amor), autor de los poemarios Luces de antimonio (2011), El testamento de la rosa (2014), La soledad encendida (2015) y La flor de la vida (2016), ofrece en Maldito y bienamado Bibelot cómo el lenguaje es expresado, desde su concepción hasta su plasmación.

       La obra se divide en cuatro partes: Physis, Mathesis, Mimesis y Semiosis; cuatro visiones complementarias de la relación de la palabra con quien la usa y le otorga existencia. En la primera, y desde el primer poema ('Dicotomía sausseriana'), el autor nos hace reflexionar sobre su pertenencia:

Esta modo de creer que somos y decimos.
Este acopio de signos sin ternura
¿es mi lenguaje?

       No emplearlo recuerda al hombre que es animal ('La fuerza de la Naturaleza'), aunque a veces sea partidario de la mentira ('Atavío': «Si en algo aprecias la sinceridad, / ¿por qué sigues leyendo?»), pero que es voluntad determinada por el tiempo lo que hace que se crea en ella ('Palabra'):

Tu cuerpo azotado por el tiempo,
lo eterno en ti, fugaz, te magnifica;
avatar de la esencia
que escombras a tu paso
la fe de los indignos.
       Mathesis, la segunda parte, ahonda en lo anterior con el añadido del encuentro, de hacerlo de cada uno, como un aprendizaje: «nacer en ti, vivir, morir cantando» dirá en 'Ergógrafo del alma'. Y, así, va surgiendo ('Dicterio': «una delgada línea limita / la carne del vacío») y aspira a ser algo más, como expresa uno de los mejores poemas del conjunto, 'El encuentro':

Atrapado en la hora de papel
palpita un verso;
espera
estremecer un corazón,
deslumbrar una mente,
desarbolar una conciencia…
Para ser Poesía.

       Poesía con pe mayúscula que se hace nuestra, que consigue darle sentido a lo que declara… Esta es la intención de la tercera parte, Mímesis, en cada uno de sus breves poemas, algunos tan intensos como este 'Epifenómeno':

Sentir:
impulso ágrafo que escribe heridas.

       O la declaración de este sentimiento en 'Isocronía del dolor y la escritura', en el que se afirma que «Estamos vivos […] / por eso escribimos». El dolor se plasma en la palabra, adquiere relieve y relevancia; lo que nos lleva a la cuarta y última parte, Semiosis, la identificación de la palabra y su expresión con ese ser que siente y vive ('Células comunicantes'):

Quien está muerto, calla;
quien está vivo, expresa.
El lenguaje es la vida,
yo mismo soy lenguaje.

       La dicción es lo que nos entrega la vida, con la que se pueden crear otras formas de vida y de expresión. Este Maldito y bienamado Bibelot es un manifiesto ontológico de la palabra, un deseo alentado de ser mediante la palabra, unida a la vida para siempre:

Decir para vivir,
vivir para decir,
y después de haber dicho
volver a desdecirse.

miércoles, 6 de junio de 2018

Reseña de EL BAOBAB LOCO de Ken Bugul en África no es un país (El País)

Ken Bugul se abre en canal para poder respirar

La escritora presenta la reedición de su primera novela 'El baobab loco', donde narra un viaje exorcizante en la tierra que creía de sus antepasados


A veces llega un momento en el que se siente la necesidad de volcar hacia afuera todo lo que se lleva dentro. Cuando ya no se soporta vivir con el horadado y maltrecho interior, azuzado por decenas de experiencias vitales al límite. Quizás fue eso lo que le ocurrió a Mariétou Biléoma Mbaye, verdadero nombre de Ken Bugul. Así parece que lo ha expresado en varias ocasiones. Al hablar, en este sentido, del poder sanador de la escritura que se vislumbra en su obra, gran parte de la cual es autobiográfica. Tiene lógica lo anterior, en realidad es una consecuencia: o vomitarlo o morir.


El pasado sábado, dentro de las actividades de la Feria del Libro de Las Palmas, habló sincera y humana Ken Bugulque venía a presentar la reedición de su primer libro El baobab loco, editado por Baile del Sol y Casa África. Un volumen imposible de encontrar ya en su primera edición, de cuya traducción no quedó satisfecha la autora. A su lado se encontraba el escritor Antonio Lozano, en quien ha recaído dicha tarea para esta ocasión. Lozano es, además de un experto en literaturas africanas, un gran conocedor de su obra.

“Una Ken Bugul pequeña, con los pelos sin peinar”, dice al mirar la fotografía de la portada, obra del fotógrafo Robert Nzaou-Kissolo. Entonces su rostro se ilumina y detrás de las gafas brillan sus ojos. Este gesto lo repetirá varias veces, porque a pesar de su trayectoria, dura, árida, salvaje y terriblemente dolorosa, esta mujer se funde con la vida, una y otra vez.


La escritura se convirtió en un acto terapéutico, en el que encontró el alivio al sacudirse todo lo que había vivido

Con el micrófono en la mano ocurre lo que nadie quizás esperaba. Las palabras de Mariètou parece que debieran provenir de otro rostro y otro cuerpo, tantas vidas ha vivido la mujer que ante nosotros recuerda su juventud desde sus increíbles 70 años. Por eso la sorpresa va creciendo cuando la escritora va desgranando su periplo que la conduce desde Senegal hasta Bélgica y después a Francia. Desde sus estudios brillantes hasta la droga. Y desde el baobab al hospital psiquiátrico.

Mientras va y viene. Mientras va y se desgaja. Desvelando que debajo de toda su andadura, salpicada de episodios de violencia física y psíquica, de bandazos empujada por los que no ven en ella más que un exotismo o un objeto sexual, se encuentra la necesidad de encontrarse a sí misma. Mujer y negra busca incansable aquí y allí. Entre los restos de la identidad falsa de sus antepasados galos en tierras europeas. En la sombra protectora del árbol de su tierra. Mariètou araña la superficie para poder mostrarse mientras se deja por el camino en jirones. “Todo ser necesitaba ser apoyado, alabado, agradecido, glorificado, reconocido, galvanizado, subyugado, odiado, amado, herido, acosado”, escribirá después.


Las tres obras hablan en clave de autobiografía. Recorriendo los senderos de extirpadores viajes que conducirán a la narradora a la necesidad de regresar al origen

Lo que los otros llaman locura, cuando se trata en realidad de inmersión en la lucidez, nunca la deja, la persigue. Bajo ese nombre su propia familia la rechaza y ella se interna en las calles, donde vive durante un año. En Las Palmas, la escritora rememora aquellos duros momentos pero también descubre que fue allí donde encontró su tabla de salvación. “Un compañero de estudios al verme así, me dio el equivalente a dos euros- recuerda la escritora- con ese dinero compré una libreta y empecé a escribir”. Su primera intención no fue publicar, la escritura se convirtió en un acto terapéutico, en el que encontró el alivio al sacudirse todo lo que había vivido. Así surgió El baobab loco. Después llegarían La locura y la muerte y Riwan o el camino de arena.

Las tres obras hablan en clave de autobiografía. Recorriendo los senderos de extirpadores viajes que conducirán a la narradora a la necesidad de regresar al origen, de morir para poder volver a nacer. Siempre a la búsqueda, los árbolestampoco le han faltado nunca. “La maleza que se ofrecía allí, hasta el infinito, de sabanas, infinito de baobabs siempre espectaculares, infinito de hierbas amarillas, infinito de árboles gigantes de follajes espesos que seguían el ritmo de los ruidos de la vida”, escribe. El árbol se impone en su vida y en sus recuerdos. Son las raíces, el baobab que se mantiene siempre firme. En él ve un símbolo de lo que ella es.

Toca el momento de acabar aquí en la “Feria del Libro de Las Palmas” pero a pesar del poco tiempo que ha tenido para hablar, Mariètou nos ha transmitido su densidad humana. Para ella todo es posible, concluye, y siempre más para una mujer “dejar de estar alienada, de ser manipulada y estar bajo los hilos de otro. Siempre va a ser posible para una mujer ser libre”. A la búsqueda de la vida.