domingo, 17 de mayo de 2020

Reseña de NECROSFERA, de César Martín Ortiz en El Periódico de Extremadura

LUZ PÓSTUMA


El sino de muchos precursores es ser desdeñados en vida, por un público que no estaba preparado para lo inaudito, que así quedó inédito. Me temo que esto ocurrirá con mucho de lo mejor que se está escribiendo en nuestro tiempo, pues hoy se publica más que nunca, pero la cantidad no indica variedad: el criterio de las editoriales es cada vez más homogéneo, y el rasero, más rastrero. Estas reflexiones pesimistas, nada nuevas, me han venido según leía, durante este tiempo de cuarentena, la novela Necrosfera de César Martín Ortiz, nacido en Salamanca en 1958 y afincado desde 1982 en Jaraíz de la Vera, donde ejerció como profesor de Secundaria, y donde cuando le sobrevino la muerte, en 2010, apenas era considerado como un escritor exquisito que había publicado poemas y relatos, algunos de ellos reunidos en Nuestro pequeño mundo, publicado en 2000 por la Editora Regional.
Solo después de su muerte sabríamos, por su viuda, que se esforzó en publicarlas, y por la editorial tinerfeña Baile del Sol, que tuvo el buen criterio de hacerlo, que Martín Ortiz había escrito, durante quince años, una impactante trilogía que suma casi 1.500 páginas, compuesta por las novelas De corazones y cerebros, Necrosfera y A sus negras entrañas. Sabedor de que el mundo editorial hoy no premia, sino que castiga, la audacia y la ambición, el autor no movió un dedo para publicarlas, pues debió pensar que para qué arrojar margaritas a los cerdos, y que no se hizo la miel para la boca del asno.
Necrosfera ha sido una buena lectura para estos meses de confinamiento: situada en un futuro distópico, donde la existencia se divide entre Tierra, donde viven unos humanos retornados a la barbarie, referidos irónicamente como sapiens, y Madre, lugar poblado por las Personas y los Escientes, seres más avanzados que ven a nuestra especie con compasión; dividida en catorce partes cuya relación, hasta el final, no es siempre clara, la novela, en la línea de aquel otro genio marginado que fue Miguel Espinosa, resulta un monumento a la estupidez humana y una advertencia, como tantas veces ha sido el género distópico, a lo que se nos puede venir encima.
Escrita entre 2003 y 2010, Necrosfera aparece atravesada por imágenes de una crisis devastadora que, como se muestran en la parábola de Ciudad Salvación, hubiera podido evitarse si quienes la sufrieron se hubieran dado cuenta de que «la única salida de los hombres habría sido la colaboración, pero el adoctrinamiento que habían sufrido la volvió imposible. En lugar de colaboradores se convirtieron en enemigos; todos supusieron ser los más fuertes, los más aptos, y terminaron comiéndose a los muertos».
En ese adoctrinamiento tiene su parte la degradación de la cultura. El narrador cuenta cómo, si en un principio, los poderosos «encarcelaron y corrompieron a los escritores y eliminaron a los que no pudieron comprar», un día vieron que era más práctico «pagar con esplendidez a algunas personas para que escribieran libros estúpidos e inundar el mercado de modo continuo con aquellos libros, de modo que los verdaderos libros se tornasen imperceptibles».
La «necrosfera» que da nombre a la novela, es el invento de un brigadista checo, que luchará en la guerra civil española, para comunicarse con los muertos, aparato que, como el que da nombre a Solenoide de Mircea Cartarescu, es el enigma en torno al que gravita la obra. Conmueve y compunge imaginar a César Martín Ortiz, escribiendo en Jaraíz una de las mejores novelas de lo que va de siglo, de espaldas a esa zarabanda inane de lo que se considera «vida literaria», desfile de festival en feria para soltar la chapa ante cuatro gatos y cobrar cuatro duros, celebración narcisista antagónica a la humildad que requiere la literatura que merece ese nombre.

viernes, 15 de mayo de 2020

Reseña de EL RETRATO DE IRENE, de Alena Collar

El retrato de Irene es una novela difícil de describir sin contar parte de los secretos que la recorren y la conducen. Sin temor a delatar ningún detalle relevante, podría escribir que narra la vida de una mujer a partir del inicio de sus veintes, cuya vida transcurre en Madrid en los meses previos a la guerra civil española.

Poco a poco nos vamos enterando de sus intereses, vida, planes, de lo que aprecia, lo que considera justo, de una manera poco estridente. La autora, Alena Collar, no nos presenta a una heroína al estilo de la Pasionaria, sino delicadamente, esbozando con calma y un dominio del oficio de escribir inusual de encontrar, va dejando que la urdimbre de la novela, que nos vamos descubriendo observando como a contraluz, plantee tanto la trama como el misterio del personaje, Irene. 

Tras el aumento de la violencia previa al golpe de estado, su familia decide salir de Madrid, esperando en un pueblo del norte de España el regreso a la normalidad. Pero la normalidad no regresará para Irene. Toda su vida se verá trastocada, arrasada, a partir de las decisiones que irá tomando en un contexto de falta de explicaciones, decisiones de permanecer en silencio y secretos, con los que las personas más queridas y cercanas a ella la rodearán.

La novela narra lo que esa falta de explicaciones, silencio y secretos, así como su decisión de permanecer distante de sus antiguos afectos, traerá como consecuencias a su vida: un matrimonio apresurado, el exilio en Chile, la ruptura con su identidad y lo que amaba en España, la incapacidad de estar presente en la siguiente etapa de su vida por el peso de la nostalgia, la tristeza, y el desmoronamiento de todo el mundo conocido por ella, así como la ruptura con sus afectos más cercanos y queridos. Hasta que en otros momentos, la muerte de sus padres y las emociones que eso remueve en su familia y antiguas personas importantes, le llevarán a conocer lo que hubo detrás del silencio de las personas a quienes quiso tanto. Enfrentar algunos secretos le permitirá cerrar heridas, tras lo cual conocerá unos años de paz. Sin embargo el golpe de estado en Chile y la irracionalidad de la violencia la harán tener que abandonar el refugio que finalmente había construido y deberá regresar a España, donde los fantasmas de su juventud le harán saber que hay heridas que el silencio no cierra.

El cuestionamiento que nos hace el personaje de Irene sobre qué habríamos hecho de haber conocido lo que nos fue ocultado al momento de tomar decisiones trascendentales para nuestra vida en medio de conflictos, nos hace reflexionar acerca de todo lo que una guerra o conflicto intenso marca a la vida de las personas. El eje de la guerra civil por golpe de estado, tanto de la guerra civil española como del golpe de estado de 1973 en Chile, nos permite extender nuestra reflexión hacia las “pequeñas guerras civiles”, o guerras cercanas, íntimas, que al acontecernos nos han destruido, entre otras cosas, la inocencia, la alegría y los planes que proyectábamos para nuestra vida: el desempleo, las migraciones laborales, la ausencia de espacios sociales en los que todo tipo de personas pudiéramos desarrollarnos holgadamente, la violencia cotidiana, los divorcios llevados a juicios cruentísimos, las enfermedades graves, etc., y acceder a la invitación de la autora a recorrer nuestros espacios de tristezas, nostalgias, zonas de silencio, sin prisa, paso a paso, como dejándonos empapar por el peso de nuestros secretos, nuestras ausencias de explicaciones, nuestras propias orillas vueltas remotas, hasta que quizás podamos reconocer que también nosotros tenemos duelos pendientes y mucho que recorrer para asimilar nuestros golpes de estado interiores. Y considerar que quizás también nosotros, como Irene, necesitemos algunas explicaciones, menos secretos, e infinitamente menos silencio para aligerar de tanta tristeza y dudas nuestras vidas.

Así como cuando observamos la construcción de un hermoso telar, donde los espacios — silencios  — pintan tanto como los hilos y nudos al diseño, y muestran el fondo con una belleza que no habríamos imaginado a primera vista, la vida de Álvaro, el nieto de Irene, parecería de una triste y silenciosa monocromía, en modo alguno interesante. Pues también segado de la vida inocente, llena de ilusiones, como ella, debido a una tragedia ocurrida en su infancia, desarrolló un de espeso silencio protector como forma de ser, que aunque le permite vivir sin ser lastimado también le hace preso de una vida vivida desde el umbral. Siempre al margen, exiliado por tantos silencios familiares, lleva esta sensación de marginación a su vida escolar, y a su incapacidad de relacionarse profundamente.

Al morir Irene, y encontrar en la casa en la que vivió con ella, una serie de libretas con los relatos de su memoria, así como pistas a las personas a las cuales podría preguntar por episodios específicos, invisibles pero muy palpables en esa narración, se da cuenta que esos recuerdos escritos resuenan fuertemente con él, con vacíos en la historia de su propia vida, y finalmente con una memoria que se va dando cuenta que también es suya. En el desciframiento de las libretas de la memoria de Irene, Álvaro cuenta con la ayuda de Carmen, una amiga de toda la vida de su abuela y con quien él también había convivido largas temporadas de su propia vida. En el lapso de un par de semanas Álvaro llegará a conocer realmente a su abuela al recuperar su memoria y las verdades ocultas detrás de los silencios, y se dará cuenta que al completar la historia de su abuela también está recuperando su propia memoria e historia. Desde esa apropiación de su pasado Álvaro se transforma y puede salir de la vida en el umbral, a vivir abiertamente.

Al superponer ambas vidas, una como textil intrincado y calado de silencios frente a la otra del color aparentemente sólido de la tristeza, tenemos una historia que dan ganas de estar contemplando, casi más que leyendo, dejándola evocar imágenes como pinturas, como el paso de cierta luz por las flores de un jardín. La belleza de la escritura de la autora Alena Collar hace que temas que habitualmente apartamos de nuestra vista barriéndolos bajo el tapete, como la nostalgia, el vivir distantes, los recuerdos persistentes de otras épocas, puedan recorrerse con ligereza y asombro gracias al goce estético de su impresionantemente bien escrita novela.

Yunuén Carrillo Quiroz