jueves, 29 de abril de 2021

Reseña de LA VIDA SECRETA DEL ORNITORRINCO de Esther Zorrozua o los bibliocaustos que vienen


Tres voces narran la historia que nos convoca a leer esta novela. La historia de los incendios intencionales de libros o bibliotecas, y la pregunta y preocupación que nos comparte la autora a lo largo de sus páginas: ¿cómo surgen los censores en la historia?, ¿cómo podemos prevenir los ejercicios de censura extrema que culminan en esos ejercicios de intolerancia máxima llamados bibliocaustos?, ¿qué es lo que desata la pulsión de destrucción de bibliotecas o de títulos en especial?

 

Alfredo, taxista bilbaíno, nos plantea de modo sabroso y cercano tanto la atmósfera de Bilbao, ciudad que aloja al lugar en disputa, la Biblioteca Municipal, como las circunstancias misteriosas y un tanto obscuras en las que vive su vecino Elías Hidalgo, el bibliotecario y censor contemporáneo, bibliocida en potencia. Alfredo vive con Clara, su esposa, personaje que dará mucho del sabor del vecindario a la novela, y con quien la autora nos logra situar en un contrapunto moral esencial para contextualizar el tema de la censura: apertura-tradición, decencia-indecencia, público-privado, íntimo-chisme, hogar-calle, pasado-presente, campo-ciudad, familia tradicional-familia urbana, etc. Clara es un gran personaje que hace de la cocina y los espacios comunes de su edificio umbrales desde los cuales nos permite otear los numerosos niveles desde los que se interpretan los valores éticos y morales en pugna en esta Bilbao del S. XXI.

 

Olaia, sobrina de Alfredo, recién ingresada a la licenciatura en Letras Hispánicas, proveniente de una pequeña población de provincia dentro del País Vasco, se muda a casa de su tío para alojarse mientras cursa sus estudios universitarios. Por los comentarios de los personajes masculinos de la novela se deduce que Olaia es una guapísima joven que sin proponérselo le recuerda a Elías Hidalgo la existencia de su propio cuerpo y le hace tomar con renovados bríos su misión de censor y salvador de la moral de las nuevas generaciones. Cuando Sabino Ibarrondo, profesor de Literatura del S. XX inicia el curso haciendo mención a los títulos prohibidos por la Iglesia Católica en su Índice de Libros Prohibidos, vigente hasta 1966, y solicita a la clase leer Lolita como ejemplo de los títulos mencionados, no sabe que estará creando las circunstancias para que dos formas antagónicas de ver el mundo se encuentren y se desate el conflicto. Olaia defenderá su derecho a Leer Lolita de Nabokov, y Elías aducirá a la moral para negarle el préstamo del libro desde su papel de autoridad en la biblioteca. Las posiciones de ambas partes, y la contextualización literaria del título en clase, darán el cuerpo al resto de la narración.

 

A lo largo de la novela Olaia nos da la voz joven, el recorrido por la Bilbao de los cafés y bares de estudiantes, los grupos de amigos, la visión de la sociedad aún tradicional que va cambiando hacia un sitio más abierto, menos opresivo. Mientras que en Elías Hidalgo encontramos la voz de una jerarquía, orden y represión de los regímenes autoritarios del pasado, y del futuro.

 

Elías Hidalgo, especialista en latín y en clásicos griegos, es el severo y moralmente impecable responsable bibliotecario. Hijo de sacristán, proviene también de un pequeño pueblo del País Vasco, pero nacido varias décadas atrás que Olaia, fue criado violentamente por un padre no empático y cuya madre no se sentía capaz de protegerlo. Nos vamos enterando poco a poco en la novela de momentos de su historia personal que lo vuelven un resentido, y un ser marginal que vive en un ostracismo autoimpuesto. Su enorme cultura como lector, pero su nula capacidad de gestión emocional, le convierten en un arrogante juez que se otorga la misión de filtrar los títulos de la Biblioteca y retirar los que considere inmorales, así como impedir el acceso a ciertos títulos según sea su juicio sobre los lectores. Cuenta con un extraño amigo, Nemo, que lo conoce profundamente, pues proviene de su misma generación y pueblo. Al contrario que Elías, Nemo cuenta con muchas experiencias intensas de vida, y lee desde ellas. Su lectura, su vida, le hacen cuestionar la moral y la actividad de filtro que ejerce Elías en su trabajo de bibliotecario. Con ocasión de una grave enfermedad en la que Nemo ejerce de enfermero y cuidador de Elías, Nemo le da la oportunidad a Elías de sentirse cobijado y querido, sin embargo Elías rechaza - o no puede tomar - la posibilidad del aprendizaje del cariño y la tolerancia. Nemo es un personaje extraño, no acaba de ser simpático ni entrañable, pero desde la obscuridad de su trabajo y experiencias parece un embajador del lado obscuro de la humanidad que viniera a señalar que detrás de la dureza y la intolerancia, estuviera un ser profundamente lastimado y vulnerable. La Bilbao de Nemo es la que podemos conocer desde su cementerio, sus calles, su indigencia.

 

La clase de literatura cuidadosamente tejida en la novela coloca al centro, con humor y evocación de las aulas universitarias, el tema de la intolerancia a las ideas, y señala con ejemplos históricos los momentos en que se han cometido los mayores bibliocaustos, mismos que han coincidido con los regímenes políticos intolerantes que han justificado el asesinato de las personas que difirieran en ideas respecto a las del poder.

 

Personalmente me ha emocionado la teatralidad, elocuencia y esfuerzo del profesor Sabino Ibarrondo, al hablar con pasión sobre la historia de la censura. He subrayado casi todas sus entradas de clase, pues me han parecido muy citables en estos momentos en que la posverdad nos hace sentirnos frecuentemente confundidos e impotentes, ya que en ocasiones no sabemos cómo situar nuestra opinión entre la censura y la propaganda de los poderes políticos y fácticos. Para esas ocasiones en que no puedo recordar alguna sesión especialmente sabia de algún maestro admirado, sé que ahora puedo contar con esta clase de Esther Zorrozua para apoyarme cuando la presión de los medios parezca mucha.

 

Cito como ejemplo de la cátedra libre que es posible encontrar en este libro:

“Cuando Borges imaginó el paraíso, lo concibió como una gran biblioteca, aunque era muy consciente de que solo existían los paraísos perdidos. Ibarrondo volvía a planear por encima de la realidad diaria de nosotros. Él lo sabía, claro, pero como explicaba a menudo, de qué nos servía ser los dueños de una potente máquina mental si no la ejercitábamos, si no la poníamos a prueba, si no la forzábamos hasta arrancarle todas las posibilidades. Es como el dueño de un BMW de gran cilindrada que solo lo usara para ir a comprar el periódico por vías del casco urbano donde no se permite circular a más de cincuenta kilómetros por hora.


Las quemas de libros son un virus que recorre la historia del planeta y que, como una gripe maldita, ataca a toda clase de ideologías. Llega a oración, no conoce vacuna preventiva, ni existe antídoto que la combata, una vez inoculado. Se aplaca por un tiempo a la vez que se extingue el fuego que ha causado el desastre. Luego, reaparece en otro lugar, en otro momento, con otro disfraz. Pero siempre se trata del mismo mutante. […] Se nos ha vendido el Renacimiento como el fin del tiempo oscuro. El antropocentrismo y la celebración de la vida, en oposición a una liturgia de la muerte, a un valle de lágrimas. Pero en ese contexto de resurrección, el fraile Savonarola, en 1547, convenció a su gente sobre el malestar de Dios con el nuevo orden y organizó en el centro de Florencia una pira, su “hoguera” de las vanidades, en la que quemó incluso los diálogos de Platón. Casi al mismo tiempo, en 1500, el cardenal Cisnero celebró su Auto de Fe de Granada, donde ardieron toda clase de libros, pero sobre todo, ejemplares del Corán. Mientras, al otro lado del Atlántico, en el Nuevo Mundo recién descubierto, en 1530, fray Juan de Zumarraga purificaba mediante el fuego todos los escritos e ídolos aztecas. Y en 1562, su buen discípulo Diego de Landa, hizo lo propio con todo el legado maya. Eran otros tiempo, sí. Los tiempos en que en nombre del único dios verdadero, disfrutaban de la prerrogativa de imponerlo por la fuerza.”


Otra manera de quemar a los libros y a las bibliotecas es considerándolos estorbosos edificios llenos de objetos caducos, que al ser reemplazados por el aura de novedad y glamour de la tecnología y sus motores de búsqueda, van conduciendo a la opinión mediatizada hacia el terreno de que los libros físicos y sus edificios no sean ya necesarios. Ahogarlos por abandono, para luego destruirlos por vía mecánica o por incendio es el final previsible en esta nueva era en que la lucidez, el pensamiento crítico y la verdadera cultura han sido señalados como inaceptables por la moral comercial y la religión del consumo. Ojalá inventemos pronto qué hacer con los Elías Hidalgo que ya operan sin que que los hayamos advertido.

Yunuén Carrillo


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