El escritor salvadoreño Roque Dalton, nacido en 1935, desarrolló una  intensa actividad política que lo llevó a conocer cárceles y exilio  hasta su asesinato en 1975 por sus propios compañeros del Ejército  Revolucionario del Pueblo. La persecución de los responsables de su  muerte ha dado lugar a un calvario judicial cuyas consecuencias no se  han resuelto todavía. Conocido hoy sobre todo por su obra poética, rica  en matices y noble de compromiso social, Roque Dalton no dudó en  cultivar la narrativa en algunas ocasiones. Así, un encuentro en Praga  en 1966 con su compatriota el viejo luchador obrero  Miguel Mármol, superviviente de la masacre de 1932, llevó a ambos a  concebir el plan de una larga entrevista que sirviera a Roque para  construir un libro centrado en estos hechos. Éste, que en su forma final  cubre toda la vida de Miguel Mármol desde su nacimiento hasta 1947, fue  publicado en Costa Rica en 1972 y ha sido reeditado después varias  veces. En 2007 fue incorporado, con adición de un estudio preliminar del  filólogo y novelista David Hernández, a la “Biblioteca Roque Dalton” de  la editorial canaria Baile del Sol, que agrupa sus obras más  emblemáticas. 
Escrito en primera persona, el libro tiene todo él un  marcado tono autobiográfico, diluyéndose de este modo el trabajo del  recopilador. En sus comienzos, Miguel Mármol nos narra las  circunstancias de su venida al mundo en 1905 en Ilopango, como hijo de  madre soltera y expulsada de su hogar, y su infancia de niño pobre a las  faldas de esta mujer idolatrada. Un día averigua que su padre es un  indio acomodado, alcalde por más señas de Ilopango. Con once años tiene  que empezar a trabajar y lo hace con unos pescadores que le pagan con  unos pocos pescados después de una faena de toda la noche. El trato es  amable, pero le duele no ir a la escuela y verse “ignorante para  siempre”. Se intercala aquí una pequeña crónica de la evolución política  de El Salvador en esa época, del liberalismo de los Ezeta al feudalismo  de la “rebelión de los 44”. En 1911 el progresismo vuelve al poder con  Manuel Enrique Araujo, que es asesinado en 1913. 
En lucha con  la pobreza, el niño Miguel se emplea de criado en el puesto vecino de  guardias, y pronto termina en funciones de asistente, se prepara para  ser guardia y participa así en las cuarteladas de 1918. No obstante, ver  cómo se torturaba a los presos y ser solicitado de espía de sus propios  compañeros son experiencias amargas que lo empujan a dejar el servicio.  Aprende entonces el oficio de zapatero que había de ser el suyo gran  parte de su vida, y lo hace con un maestro del que recibe también el  primer aprendizaje político, cargado de admiración por la revolución  recién ocurrida en Rusia. Son años de pugna entre conservadores, que por  pura fuerza manejan el cotarro, y liberales a los que Miguel se une  entusiasmado, con lo que en 1922 ya tiene que escapar, perseguido por la  misma Guardia Nacional a la que había rehusado pertenecer. 
Entre 1922 y 1924 no desarrolla actividad política o sindical y trabaja  con éxito en San Martín en su oficio de zapatero, llegando a regentar un  taller con siete operarios, que luego expande con un cinematógrafo y la  organización de eventos deportivos. En poco tiempo, sin embargo, lo  tenemos de nuevo en Ilopango, y viviendo ya con su prima Carmencita, que  sería la primera compañera de su vida. Allí en seguida hace compatibles  la lezna y el tirapié con la militancia y así conoce a Agustín  Farabundo Martí, que sería el líder de los sucesos de 1932. Funda la  SOCPI (Sociedad de Obreros, Campesinos y Pescadores de Ilopango) y  también organiza un centro cultural. Es entonces cuando su padre trata  de influir en su vida y le ofrece ayuda a cambio de que “deje la  política”. Miguel lo despide con palabras claras. Hay que entender que  con estas actividades se están poniendo las bases del futuro movimiento  obrero en El Salvador. La SOCPI da lugar al Sindicato de Oficios Varios  de Ilopango y el ejemplo se extiende. El nicaragüense Augusto César  Sandino es un modelo para ellos. La masa proletaria coge fuerza, pero la  represión se encona y al fin Miguel Mármol tiene que dejar Ilopango. 
Aunque coexiste con tendencias reformistas y anarco-sindicalistas entre  los obreros, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que se funda en  1930, es según Miguel Mármol el bloque dominante. Es además, en este  momento, un partido formado y dirigido mayoritariamente por obreros, que  siguiendo directrices de la Internacional Comunista se propone como  objetivo la realización de una revolución democrático-burguesa en El  Salvador. Ese mismo año, Miguel Mármol acude con su compañero Modesto  Ramírez al congreso de la Internacional Sindical Roja (Profintern) en  Moscú. Cuatro días antes de la partida muere su madre, que llevaba  tiempo enferma del corazón. La crónica del viaje en un barco alemán está  llena de anécdotas sabrosas, desde el descubrimiento del mar, hasta las  conversaciones con unos y otros. En Hamburgo se reúnen con los demás  delegados latinoamericanos y pronto parten de allí en un buque soviético  en el que entran en contacto con un orden social que les sorprende  gratamente. 
Ya en tierras soviéticas, la pobreza de Leningrado  les desconcierta. En seguida, viajan a Moscú, donde como contrapartida  de los escaparates vacíos observan la pujanza de la industria. En el  congreso asisten al diseño de una estrategia revolucionaria para el  futuro y concluido este viajan por la URSS y llegan hasta el Cáucaso. La  vuelta está llena de dificultades, sobre todo en la Cuba de Machado,  donde son detenidos y sólo se ven libres cuando se las arreglan para  ganarse al director de la cárcel. De regreso en El Salvador, realizan un  intenso trabajo para informar a los campesinos y obreros de la  situación en la URSS, lo que eleva el fervor de las masas. Cuando la  represión arrecia, Miguel Mármol tiene que pasar a la clandestinidad.  Martí es apresado por entonces y se cuentan aquí anécdotas que muestran  su coraje indoblegable. Aunque expulsado a los Estados Unidos, logra  volver a Centroamérica. En 1931, Mármol cae preso varias veces, pero la  acción violenta de las masas obliga a que sea liberado. A partir de  1930, las luchas sociales se habían tensado al límite. 
Tras el  golpe del general Maximiliano Hernández Martínez a finales de 1931, se  celebran unas elecciones en las que la perspectiva de una victoria  comunista desencadena la represión del ejército y la Guardia Nacional.  Es entonces cuando el partido decide que se dan condiciones para una  insurrección armada, cuya preparación se describe en detalle en el  libro, y en seguida la dirección del movimiento cae en manos de Martí.  Un retraso en el levantamiento es un error fatal pues las fuerzas  gubernamentales actúan y Martí es apresado. El 22 de enero de 1932, el  gobierno toma la iniciativa y se desata una lucha desigual. Miguel  Mármol es detenido e interrogado. Hacinado con otros revolucionarios en  una celda aguarda una muerte inminente. Esa misma noche, sacan un amplio  grupo y lo llevan a fusilar. Entre ellos está Miguel, pero sus heridas  no resultan mortales. Consigue escapar y tiene la suerte de dar con  camaradas que velan bien armados. Ellos le esconden y lentamente se  recupera en una quebrada, aunque horrorizado por las ejecuciones que al  atardecer se repiten día tras día. Su cadáver había sido echado en falta  al enterrar a los fusilados y se le persigue con saña, pero consigue  entrar en San Salvador ayudado por varios compañeros. Mientras convalece  en el mesón donde viven su hermana y su mujer, le llegan noticias de la  muerte de Farabundo Martí. 
Meses después, recuperado ya, viaja  a la zona oriental del país, donde sobrevive a duras penas hasta que  encuentra trabajo en su oficio de zapatero. En poco tiempo, retoma  también la actividad política con otros comunistas de la región,  mientras reside en Usulután. Una parte importante del trabajo  revolucionario tenía que ser necesariamente la reflexión sobre los  hechos ocurridos, y esta les lleva a la conclusión de que existía una  situación favorable que fue muy mal aprovechada, dejándosele la  iniciativa al gobierno. Miguel Mármol nos narra después  pormenorizadamente la revuelta, así como la extrema crueldad de la  represión desatada, con más de treinta mil muertos contra veinte del  bando gubernamental. No obstante, más terrible todavía es la red de  mentiras tejida para enmascarar estos hechos en la historiografía  oficial, que describe una sanguinaria insurrección reprimida con una  violencia proporcionada. Se presenta incluso un documento falso  atribuido al PCS en el que se detalla un terror rojo perfectamente  planificado. 
Reorganizado el partido, la represión arrecia en  breve y Miguel Mármol deja Usulután con la intención de buscar refugio  en Honduras. No obstante, tras diversas peripecias regresa al pueblo,  donde vive escondido hasta que en el verano de 1933 decide regresar a  San Salvador. En la capital contribuye a la reorganización del partido,  teniendo que hacer en poco tiempo vida clandestina. Se plantea otra vez  huir a Honduras y el plan está preparado, pero en noviembre de 1934 es  detenido. Incomunicado y continuamente esposado, es interrogado  salvajemente y obligado a presenciar la tortura de sus compañeros. Así  transcurren los meses. Después, altas autoridades militares lo van a ver  a su celda y tratan de convencerlo de que regrese al “buen camino”. Él  discute acaloradamente y con la fama que se le va creando con estas  visitas, su vida mejora, aunque el gobierno niega la detención y lo hace  desaparecer cada vez que un juez aparece por la cárcel. 
Cae  entonces enfermo del estómago y recién curado, el 12 de noviembre de  1935 se declara en huelga de hambre. Con promesas verbales de ser  liberado, el día 17 la interrumpe y el 21 de enero de 1936 está en la  calle. Aunque la situación familiar es desesperada y la miseria hostiga a  los suyos, en poco tiempo consigue volver a su oficio de zapatero,  mientras entre las gentes del partido corren falsos rumores acerca de su  libertad y para colmo de desgracias es abandonado por su mujer. Sin  embargo, logra recuperarse y en breve tiene éxito en la fabricación de  sandalias y monta un taller en el que trabajan veinticinco personas más  cinco vendedores. 
Una nueva generación ha tomado mientras tanto  el timón en el PCS, con predominio de intelectuales que tienen a los  supervivientes del 32 por estúpidos e ignorantes. Estas fricciones  acaban provocando que el partido quede dividido de hecho en tres grupos  escasamente avenidos, y aunque se consigue llevar adelante una política  de reunificación, Miguel Mármol descubre pronto que la dirección  desconfía de él, lo que lo amarga profundamente. En esta época, el  régimen de Martínez trata de organizar un sindicato vertical y la  reunión fundacional de este es aprovechada hábilmente para constituir  una agrupación independiente: la Alianza Nacional de Zapateros, de la  que Miguel es nombrado presidente. Comienza así éste una nueva actividad  política que roza la legalidad de una dictadura que evoluciona al  compás de los malos resultados del fascismo internacional en la Guerra  Mundial. El apoyo económico que la Alianza recibe del gobierno es muy  criticado por el PCS y ante la amenaza de expulsión, Miguel Mármol rompe  toda colaboración con el régimen. 
Se produce entonces la  rebelión militar y civil de abril de 1944 contra Martínez, sofocada a  sangre y fuego. Miguel Mármol no interviene en ella, pues aunque el PCS  había ayudado a prepararla, para nada contaron con él. Buscando la forma  de luchar contra una dictadura que tan sañudamente se perpetúa en el  poder, una reunión de sectores muy diversos de oposición acuerda fundar  un partido de amplio espectro. Así nace la UNT (Unión Nacional de  Trabajadores). Por aquel tiempo, los estadounidenses quitan su apoyo a  Martínez y ante una situación cada vez más difícil, en mayo de 1944,  éste abandona la presidencia y sale para Guatemala. Así terminan los  trece años siniestros del general espiritista y teósofo, asesino  consumado de obreros y campesinos. 
La etapa democrática dura  poco, sin embargo, pues en octubre del mismo año 1944 el coronel Osmín  Aguirre da un golpe de estado, con lo que “los asesinados, presos,  torturados y exiliados se pusieron de nuevo a la orden del día.” La  oposición al régimen se organiza desde Guatemala, que acaba de salir de  su dictadura y hay incluso un intento de invasión de El Salvador desde  allí, que resulta en un fracaso y una carnicería. En Guatemala, Miguel  Mármol trabaja en la formación de cuadros obreros, colaborando con la  escuela y el periódico “Claridad”. El gobierno guatemalteco de Arévalo,  sedicentemente progresista pero hostigado por los espadones, alterna  comprensión y promesas a los sindicatos con dura represión. Tras el  primero de mayo de 1947, que es un éxito de organización, la situación  se encona y en septiembre, Miguel es detenido junto a otros líderes  izquierdistas y todos son expulsados de Guatemala por cuatro meses. En  este momento se interrumpen las memorias, pues nada cuenta Miguel Mármol  de su vida a partir de entonces, salvo que vive entre Guatemala y El  Salvador entre 1947 y 1954 y después de este año en El Salvador, y sigue  en su labor dinamizadora de las luchas sociales. 
En las  reflexiones que cierran el libro, Miguel Mármol reconoce su cansancio y  su renuncia a participar en la dirección de las organizaciones obreras,  aunque confiesa su intención de seguir en la brecha desde la base.  Termina alzando su voz por lo que considera buenas intenciones para el  movimiento comunista: autocrítica, análisis ceñidos a la realidad,  estudio exhaustivo de la historia y todos los errores cometidos. Se  aboga también por la unidad de acción centroamericana que podría  facilitar las luchas en el futuro. 
El libro tiene el ritmo y el  estilo de un relato autobiográfico y a lo largo de todo él, Miguel  Mármol se nos muestra como un obrero comprometido con las  transformaciones sociales de su país en unos tiempos extremadamente  difíciles. Los rasgos personales que afloran, con algún rasgo curioso  como puede ser la descripción en unas pocas ocasiones de fenómenos  paranormales, dibujan sobre todo a un luchador corajudo, preocupado  siempre por adaptarse a las condiciones cambiantes para hacer realidad  sus objetivos emancipadores. El lenguaje sabroso y un humor que no  declina ni en los peores momentos hacen que la lectura de este documento  imprescindible sobre el movimiento obrero en Centroamérica resulte  también una experiencia inolvidable de acercamiento humano a uno de sus  actores más importantes. Es mérito de Roque Dalton renunciar a cualquier  notoriedad para ser sólo luz que ilumina el rostro del protagonista del  relato
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176003 


No hay comentarios:
Publicar un comentario