Mario Pérez Antolín ha publicado ‘La más cruel de las certezas’, su segundo libro de aforismos, en el que deja en el aire medio millar de breves reflexiones al albur de que el lector las recoja.
La escritora Mayda Anias fue la encargada de la presentación del libro el jueves 14, en la que subrayó que el autor llama a la lectura reflexiva, “la que mueve el pensamiento, la introspección y, obviamente, la meditación”, y no conformarse “con pasar la vista por páginas llenas de textos que, una vez finalizada su lectura, reposan en el estante sin haber dejado más huella que la noción de entretenimiento”.
Los aforismos de Pérez Antolín oscilan entre los que se ciñen a una oración simple hasta “breves piezas que rozan el ensayo”, según Anias, quien destaca que igual se toca el tema del poder como la condición humana en sus facetas de virtudes y defectos, experiencia y naturaleza, así como el binomio amor-odio, la memoria, la confusión.
Al presentar la obra, la escritora determinó que algunos aforismos son “teorizantes” en cuanto que el autor escribe sobre parejas tales como ciencia-retórica, creencia-razón, la parte y el todo, el ser y el tiempo, que llegan a ser “exquisitas piezas de descripciones plásticas”, aunque también categoriza otros bajo el título de ‘Escrito para ser borrado’.
Tras la primera obra de aforismos, ‘Profanación del poder’, publicado en 2011, la nueva obra ha sido editada por la editorial Baile del Sol en su colección Textos del desorden.
Algunos aforismos
-Lo más terrible es que no hace falta ser un depravado para violar mujeres, secuestrar niños y arrasar aldeas. En la guerra basta con recibir el adiestramiento necesario y ponerse en situación; entonces un anodino oficinista de los Balcanes, un simpático mecánico de Oklahoma o un laborioso campesino de Uganda es capaz de hacer lo que jamás creyó que podría haber hecho”.
-Dicen que enloqueció de tanto mirarse por dentro, pero yo sé que otras fueron las causas: cuidaba un canario con verdadero esmero; en la tertulia de los domingos era recibido como un camarada; sus hijos, a los que apenas escribía, nunca faltaron en Navidad ni en sus cumpleaños; después de comer se daba un pequeño paseo con su viejo automóvil por los caminos de siempre. Estas cosas lo mantenían a flote, y, poco a poco, las fue perdiendo: el canario murió, disolvieron la tertulia, los hijos emigraron y no consiguió renovar el carné de conducir. Entonces supo que tenía que abandonar este mundo de una u otra forma, y el suicidio le acobardaba.
-El mejor cobijo lo he encontrado debajo de los árboles frondosos. Las cúpulas de las iglesias me aplastan, a las casas les falta ventilación, en los puentes la humedad te cala los huesos y adentrarse en las cuevas supone pactar con la negrura. Solo cerca de la corteza de un árbol presiento el acogimiento de las madres.
-Ya nadie espera a nadie. Quien más quien menos disfruta cepillando pelucas postizas para cabezas enroscables. Los salones son lugares de paso y los andenes del metro carecen de encanto. ¿De qué sirve abrazar un colector por el que solo se vierten escalofríos? ¿A quién le importa que las cosechadoras trituren los nidos de las avutardas? Menos mal que te tengo cerca, a esta distancia las decepciones ni se notan.
-La linealidad evolutiva de los procesos acomodada a organismos vivos causa risa: juventud, madurez y vejez. Por el contrario, como los estratos del terreno, una secuencia está llena de pliegues, fallas, desmontes, discontinuidades e inversiones que colocan lo pretérito encima del futuro, el efecto antes de la causa y la decadencia precediendo a la plenitud.
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