Me gusta que los libros reposen para saber si han aguantado el paso del tiempo
A finales de 2012, la editorial Baile del Sol publica Brazos, Piernas, Cielo, de Isabel Bono, un conjunto de poemas que erosiona y fractura, que inserta dudas y preguntas en el entramado identitario de quien recibe el verso. Dividido en dos partes (“La chatarra del silencio” y “Distrito rojo”), Brazos, Piernas, Cielo propone ir más allá de la palabra, más allá de la idea, para construir una realidad vertical desde ese otro Yo medido frente al abismo, desde ese otro ángulo posible en el que se acumulan certezas y miedos no asumidos o desconocidos. Un preciso ejercicio de poesía a través del cual, Isabel Bono se calibra y codifica para proporcionar aliento al verso, a la vida.
Brazos, Piernas, Cielo es un poemario que escribes hace años pero que ve la luz a finales de 2012. ¿Qué relación mantienes, durante ese tiempo, con cada una de las piezas que conforman el poemario?
Normalmente escribo, guardo y olvido. Cuando doy por terminado un libro, lo imprimo, lo guardo en una carpeta y no vuelvo a leerlo. Intento que los poemas siguientes sean diferentes. Aunque no sé si lo consigo.
Y durante este transcurso, ¿el poema llega a mutar o, por el contrario, cambia la creadora?
Mis poemas mutan poco. Suelo escribirlos “al dictado”. Se me aparecen un par de palabras, un verso, y a partir de ahí tiro del hilo. Me gusta imaginar que tengo una madeja en el lugar del cerebro, una madeja con muchos cabos sueltos. Mi trabajo es encontrar esos cabos y tirar lentamente. Una vez fuera, tejo y podo. Una vez podado, lo guardo y lo olvido. Una vez guardado y olvidado no suelo tocarlos más. A la hora de rescatarlos para publicar igual elimino alguna coma, pero sólo eso. No me gusta retocar los poemas ya escritos porque de algún modo dejan constancia de cómo era (yo) y cómo escribía. Para mí eso es importante, por eso quizá tardo también en publicar. Me gusta que los libros reposen para saber si han aguantado el paso del tiempo. Así, si eran malos, me alegro de no haberlos publicado. Y si eran medio buenos, dará igual que se publiquen ahora o dentro de cuarenta años.
¿Qué suma o aporta este conjunto de poemas a tu trayectoria?
Me aporta ligereza. Con cada poema que escribo me quito un peso de encima. La ligereza me dura dos días, al tercero ya noto la madeja cargada de nuevo. A quien los lea, supongo que cada libro le aporta visión en 3D de mi universo poético -eso me suena raro hasta a mí, pero no sé explicarlo de otro modo-. Digamos que mi universo poético es uno y en cada libro intento mirar ese universo desde una perspectiva diferente. No sé si lo consigo, pero creo que esa sería mi intención última: asomarme un día y verlo todo entero.
El lenguaje que soporta los poemas muestra cierto gusto por la depuración, por dejar en los huesos a la palabra. Por dejar desnudo al poema para hacerlo más fuerte. ¿Cómo trabajas este asunto? ¿Qué te exige ese empleo del lenguaje?
Gamoneda te diría: Lupa y navaja. Yo me conformo con: Progresivas y tijera. La retórica no me interesa nada, los jueguecitos de palabras no me interesan nada, parecer ingenioso no me interesa nada. Desnudar no es fácil, yo sigo aprendiendo. Lo trabajo con dolor, porque siempre me sobra algo, me sobra “lo que hace bonito”, supuestamente. Supone renunciar a los fuegos artificiales. Prefiero el incendio.
Sobre la relación poeta/práctica poética, en Brazos, Piernas, Cielo, ¿hay más de responsabilidad de la acción poética o de observación ante lo que acontece?
Te diría que soy una inconsciente a la hora de escribir. El poeta como médium, dice Cees Nooteboom. Ole ahí. Observación ante lo que acontece, no sé, porque soy propensa al ensimismamiento sobre todo a la hora de escribir -mi madre me llevó al médico, de niña, porque decía que me quedaba demasiado rato “pensativa”-. Prefiero pensar que está en mi ADN a que soy una ombliguista en toda regla. Eso sí, soy responsable a la hora de publicar. Si un poema no me gusta o me gusta regular: Delete. Tengo facilidad, sin duda es la más gastada del teclado.
La poética de Brazos piernas, cielo es múltiple y juega a engañar a quien sostenga el poemario. Hay movimiento, hay naturaleza, dolor y miedo. Amor y pasión. Hay mucho de fractura, ¿cómo mides cada uno de estos elementos en los diversos poemas?
¿Juega a engañar? No sé. Cuando vi el libro terminado pensé que la portada despistaba, porque parece una portada feliz que augura poemas felices. Mis amigas Inma Luna y Ana Pérez Cañamares lo definieron como: «Portada siniestra-feliz, como tú». Estoy de acuerdo. Más allá de eso no sé decir. No pienso en poéticas mientras escribo (ni después), ni siquiera tengo claro qué es una poética. Medir, no mido. Yo creo que cada uno tiene unos elementos (me temo que también vienen en el ADN) y es difícil escapar de ellos. Cuando me dicen que escribo poemas de amor, yo digo: ¿Y qué no es amor? Mis elementos son siempre los mismos: amor, dolor, ramas, pájaros, lluvia, charcos, hormigas, cosas que suelo tener a mano (una taza, una piedra), y las sombras que proyecta todo eso sobre mi mesa. No hay mucho más. Unos días hay hormigas y otros sólo dolor. No soy de medir, miro a mi alrededor, me ensimismo, y ya.
Otro gran elemento de Brazos, Piernas, Cielo es su condición de poemario que interroga a quien se enfrente al verso. ¿No te da cierto vértigo hablar tan de cerca, casi como un susurro, a la persona que se acerque al poemario?
Oh, ningún vértigo. Hablar muy de cerca, siempre. Si no, ¿para qué? Conseguir que quien lo está leyendo sienta que lo he escrito sólo para él/ella, que estoy hablando de su dolor, de sus sentimientos, no de los míos, que esas preguntas son suyas, no mías, que estoy a unos centímetros respirándole el poema al oído. Eso. Ojalá. Provocar vértigo, eso sí que me gustaría.
Y con ello, ¿buscas cuestionar o medir la realidad?
Creo que no. No sé qué busco. No sé si busco. Escribo por placer, mientras escribo no estoy en “la realidad”. Digo que ojalá provocara vértigo, pero eso lo pienso a posteriori, no mientras escribo. Escribo porque se me van los dedos a escribir, no pienso en nadie, no pienso ni en mí, ni en qué busco, ni qué encontraré si es que encuentro. Todo lo demás, todas las explicaciones, vienen después. Por eso, cuando alguien me pregunta si puede entrevistarme le digo que sí -y se lo agradezco-, porque me obliga a cuestionarme cosas que ni se me hubieran pasado por la cabeza. Por ejemplo: ¿Juega a engañar? Esta noche no duermo.
En este acontecer injusto, ¿es urgente el ejercicio de la poesía?
Bukowski decía: «Lo único que la gente pide son tres comidas decentes y un poco de sexo». Hemos llegado a un punto en el que es urgente procurar a todo el mundo tres comidas decentes. El sexo y la poesía pueden esperar.
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