sábado, 4 de mayo de 2013

Animales perdidos, de Vicente Muñoz Álvarez



    Reseña de Miguel Baquero

 Vicente Muñóz Álvarez es un destacado personaje de la literatura underground, si es que todavía podemos seguir utilizando esta palabra. Poeta, cuentista, editor de revistas… se trata de un autor situado instintivamente en esa frontera donde quizás el salto al gran mundo comercial supondría renunciar a la calidad y autenticidad de su propuesta literaria.
    Animales perdidos,su último poemario, es como dice José Ángel Barrueco es un excelente prólogo, “una travesía vital”, la crónica de un camino “desde el atosigamiento de los infiernos interiores” hasta el reencuentro final con la estabilidad y el amor.

    “No eran buenos tiempos”, comienza el poemario, y luego de forma más explícita: “Me acababa de separar de mi mujer / y había tenido que dejar mi casa en el campo / y alquilar un apartamento”.

    Como se aprecia ya por este principio, estamos ante un poeta que no busca expresarse “de manera bonita”, por supuesto nunca de forma retorcida, ni poner voz de falsete para causar buena impresión en el lector.

    Casi por el contrario, estamos ante un poeta que llama directamente a la verdad y al corazón, un poeta que si busca (como es propio y al fin irrenunciable en los poetas) suscitar alguna emoción en quien le lee, será a través de mostrarle un palpitar del corazón igual que en el suyo, para que quizás se produzca en él el milagro de sentirse concernido, implicado, incluso afectado por lo que lee.

    “Poco queda ahora / de lo que antaño fui: / el niño fascinado / el adolescente inquieto / el joven rebelde el amante cautivador… [y más adelante]: “Los niños envejecen / en sus casas, / la traición aflora / en cada gesto”.

    Admirador de los escritores beat, sobre cuyas figuras coordinó la magnífica antología/homenaje de cuentos de autores españoles, Beatitud, esa admiración se aprecia ya no solo en la desnudez y cotidianeidad de la escritura, sino en ese trayecto esperanzado que es Animales perdidos, un viaje desde el fondo de nosotros mismos hacia el exterior, con la certeza de que al final acabara presentándose la “iluminación”, la “salvación”, el “triunfo”.

     No en otra cosa creían los autores beat, aunque algunos de ellos nunca llegaran a vislumbrar nada; no otra cosa es, al fin, la literatura de viajes, aunque sean la crónica de un viaje interior, desde el principio de los tiempos… Hasta en los poetas más congraciados con la negrura se atisba su deseo de que, al final del todo, brille efectivamente la esperanza.

    Estamos en el medio del camino. Y un elemento imprescindible (siempre lo hemos oído quienes, desde que abrimos el primer libro de poemas, ya sabíamos que estábamos condenados a algún día, tarde o temprano, recorrer por nuestro pie ese sendero; otros hay que se quedan imperturbables donde han ido a caer, allá ellos); un elemento imprescindible, decía, es despojarse de todo lo accesorio, de lo que nos han ido añadiendo a nosotros mismos.

    Aprender a reconocernos, en resumen: “Pude hacer sido / (para eso me educaron) / político periodista abogado / pero solo soy / quien soy”, dice, tan sencillo pero tan cierto, uno de los poemas. “Todas las mañanas / me pregunto / dónde duermen / la infinidad de extraños / que habitan en mí”.

    Es, a mi entender, este “desasosiego de quien está desorientado y ya no encuentra su lugar en el mundo” (de nuevo estoy citando el formidable prólogo de Barrueco”, donde tanto este, como todos los libros de poesía, como aquellos textos hipnóticos de la generación beat, alcanzan su verdadera medida.

    Porque en el inicio, en la oscuridad, fácil es caer en el magma general, y la salvación al fin, es algo bastante insulso, a que engañarnos. Donde las personas, y los poetas, muestras su verdad es en esta parte, en el recorrido del “purgatorio” que por fuerza ha de ser original, propio, no acepta acogerse a clichés.

    “Los pájaros picoteando en la terraza / el suelo en la terraza / la figurilla del lobo de mar / fumando en pipa / las flores del jarrón / que se han secado / el chasquido de la lluvia / en la ventana.” “Mi mundo es un pequeño cosmos / con barrotes de cristal / y dentro fuera / cerca lejos / la única frontera / que existe / es la ventana.”.

    Y por último, al final del camino, el amor, que puede llegar de la manera más insospechada, “aquel día / lo recuerdo / tenía además / un tremendo / catarro”. Que no es solo el amor erótico, o la atracción hacia otra persona, sino el “A-mor” en su término etimológico y profundo, el “no muerte”, o a lo que nosotros (al poeta y al ser humano) importa: “llegar a vivir sin miedo”.


    Ficha técnica:

    Título: Animales perdidos
    Autor: Vicente Muñoz Álvarez
    Editorial Baile del Sol
    140 páginas

http://www.elheraldodelhenares.es/pag/noticia.php?cual=17307

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