domingo, 12 de septiembre de 2010

Los que llegaron: LA MUCHACHA EN EL CÍRCULO DE LA LUNA de Sia Figiel

M-28. Narrativa. 2001. 168 páginas. Traducción de Adela Ausina Bonillo. ISBN: 84-95309-38-6. 11'42 €.

La Muchacha en el Círculo de la Luna describe la vida en Samoa a través de los ojos de una niña de 10 años llamada Samoana Pili. Aunque joven, Samoana es perspicaz y pocas cosas escapan a su análisis. Nos cuenta cosas sobre la escuela, la iglesia, los amigos, la experiencia de tener una nevera o un televisor por primera vez, sobre la comida de gato, un Jesús de plástico, el día de paga, el cricket, sus amores, incesto, leyendas y muchas otras cosas. Sus observaciones ofrecen una mirada creíble sobre la sociedad Samoana. Muchas veces la ficción permite a los autores decir verdades que de otra manera serían dolorosas, Sia Fiegel dice esas verdades sin inhibiciones.


La Muchacha en el Círculo de la Luna, traducida al español por Adela Ausina Bonillo, es Samoa observada por una niña de 10 años, intercalada con leyendas y poemas polinesios y llena de frases en el original samoano. No tiene una estructura coherente ni argumento reconocible. Aunque la narradora es una niña, el lenguaje apropiadamente minimalista, y muchas de las observaciones son típicas para una niña, también contiene lenguage adulto: incesto, alcohol y violencia doméstica, niños teniendo niños, y otros desagradables aspectos de la realidad social. El hecho de que son relatados inocentemente los hace todavía más perturbadores. Este libro es la mirada coherente y franca de una niña a la conservadora sociedad en plena transición a la que pertenece.
 
Laclaire
 
 
Enlaces relacionados:
 
http://www.youtube.com/watch?v=wqlM2wljlIY
http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/en/Revista/ultimas_ediciones/59_60/figiel.html
 




Deveres i s de inlés — Llo
Me llamo Samoana Pili. Diec años dedad. Yo vivir en Malaefou. Yo tiene un perro. Nombre de perro es Uisiki. Yo tiene unpágaro también. Yo tengo tre anilmaes. Perro. Págaro. Y gato. Nombre de gato es Kili. Ella tener doz jatitos. Mi nombre entero es Piki laikiki. Nombre de mi avuela es Aumakua. Nombre de mi
modre es Lafitaga. Todos llamarla Lafi. Nombre de mi padre es Malaefouapili Pili. Todos llamarlo Pili. Yo tengo una ermana. Yo tengo doz ermanos. Él Faakaoko y Isaia. Oko ir a la Ezcuela Hai de Malaefou. Ivoga y Isaia y yo ir la Ezcuela Primarai de Malaefou. Nombre de mi pofresora es Srt. Gren. Ella ser de Amerika. Ella tiene pisikoa. Yo llevar florres y manjos para ella.
HORMIGA TI.

En nuestro círculo
Por las noches nos sentamos en la hierba. Tanto si está húmeda como si está seca. Si ha llovido como si no. Y hablamos de las otras chicas. Los parientes de la gente. Los chicos. Y la comida.
Anoche, la familia de Moa cenó kale pisupu. Preparado con leche de coco y daditos de patata. Es la única familia de Malaefou que lo prepara así. La única. Con un gran bol de arroz. «Y aun podíamos haber tomado segundos —dijo—; incluso terceros.» Pero ella estaba demasiado llena. Y le dio sus sobras a Whiskey, nuestro perro, que sabe a donde arrimarse por las noches.
Talalelei no dijo lo que cenaron. Y nadie preguntó. Talalelei, que no va a la escuela. Que tiene miedo de bañarse en el mar. Que se sienta en el suelo de su casa y se queda mirando fijamente.
Tupu cenó pan. Pan recién hecho de la panadería de Ah Wong. «Pan recién hecho con mantequilla y café con leche», dijo. Tupu, que espanta a todo el mundo con su vozarrón. Y por eso ninguna chica de Vaiese se acerca a nosotras cuando estamos con ella. Tupu, que va diciéndole a todo el mundo lo que van a cenar, cosa que, la verdad, no le hacía falta; para saberlo bastaba con escuchar los gritos procedentes de su loku.
Escuchar especialmente la voz de su madre. La soprano más aguda de Malaefou. Tan encantadora. Tan dulce. Tan “molesta”. Aleteando como una cría de mariposa por las persianas. Por la hojalata del tejado. Fuera en la noche. Donde vuela sobre el malae. Dando vueltas alrededor del falesa. Alcanzando el cielo.
Diciéndole a los ángeles y a las estrellas y al universo entero que era el segundo jueves del mes. Día de pago. Otra vez. Su voz lo decía todo. Una voz que reconocíamos. La que nosotros mismos poseíamos, pero no estábamos utilizando porque a Pili no le pagaban hasta el siguiente viernes, motivo por el cual nuestro lotu estaba tranquilo anoche. Y las noches anteriores. Humilde es como estaba. Humildad absoluta. Con la esperanza de que alguna otra familia “lo sintiera”. Y enviara a alguien con un mealelei, puesto que Tomasi no había tenido suerte con las redes en toda la semana. Y otra vez estábamos cenando saka kaamu. Con té de hojas de limón. Otra vez. Sin azúcar.
En el círculo, hay cosas de las que hablamos y cosas de las que no. Las cosas de las que no hablamos atraen la mala suerte. O a los fantasmas. Así que no hablamos de ellas. Jamás.
No hablamos del bebé de Lole, que murió a la semana de nacer, luego que Eseta se le sentara encima accidentalmente y le aplastara el cuerpecito. Y Lole explicó en el hospital una historia completamente diferente como causa de la muerte. Algo que ni siquiera nosotras sabemos. Y a la niña no se le puso nombre. Ni siquiera la bautizaron. Y la anciana señora Agiagi nos dice que va a ser un ángel del infierno.
No hablamos del aborto de Feala. Que se convirtió en un lagarto. En una rata. Que enterraron en una lata de pisupu de tres libras. No hablamos de ello porque todas sabemos quién es el padre, lo que convierte a Feala en hermana de su propio hijo.
Esas son las cosas de las que no hablamos. Cosas que son tabú. De las que las chiquillas de nuestra edad no debemos hablar. Cosas que ocurren. Secretos. Los secretos de Malaefou. Y no deben revelarse.
Pero por encima de esas cosas hay otras. Cosas que los otros pueblos saben de nosotros. Cosas que no podemos controlar. Cosas de las que es mejor no hablar. Como Iosua. Egele. E Ina.
Iosua, el futuro abogado. Y el primero de Malaefou en obtener una beca en Nueva Zelanda. Estando en segundo, volvió de Nueva Zelanda y se pegó un tiro. En su habitación. El día de Navidad. Después del koagai del domingo. Tras haber felicitado las Pascuas a todo el mundo. ¿Quién lo sabía? ¿Quién sabía lo de la chica embarazada de Nueva Zelanda? Y que había perdido la beca porque bebía mucho y que no iba a la universidad y que estaba trabajando en los muelles. Nadie lo sabía. Al menos, ninguno de los de Malaefou que vivían en Nueva Zelanda. Se enteraron por otras fuentes. Por otros pueblos. Cuando ya lo habían enterrado.
O Egele. Egele, al que su padre, Esau, le prohibió ir a Apia porque le dijo a Egele que Apia era el centro del mal y que ninguno de sus hijos iba a ir allí por las noches. «¿Me estás oyendo? —le dijo— ¿Me estás oyendo?» Egele, que se envenenó con herbicida en el maumaga. Después de que Esau le dijera que no volviera a discutir nunca con él. «¡Jamás!»
Y luego Ina. Ina, que formaba parte del círculo. Ina, que probablemente aún no nos ha perdonado por no haberle dicho nada a Laveai. Pero es que nunca tuvimos ocasión. Y aun si la hubiéramos tenido, él nunca nos habría escuchado. ¡No éramos más que unas chiquillas! ¿Qué habríamos podido hacer nosotras
para detenerlo?
Ina, la que más fuerte se reía. Que contaba los chistes más graciosos. Que sabía todo lo que hay que saber en Malaefou. Todos los cotilleos. Todo. Ina, que era la única que se atrevía a hablar con los palagis que pasaban por la carretera estatal. A la que no le importaba si su inglés se volvía samoano. Que era la chica más bonita de todo Malaefou, pero que nunca se comportaba como si lo fuera. Ina y su larga melena hasta las rodillas. Un cabello que trenzábamos y trenzábamos sentadas bajo el pulu. Después de limpiárselo de lia. Después de peinarlo para limpiárselo de uku.
Ina, que se colgó de un árbol del fruto del pan. Porque Laveai le dio una paliza. Porque a ella tenía que gustarle el hijo del pastor. Y tenía que sonreírle. A todas horas. Y Laveai le pegó y le pegó. Le cortó el pelo. La llamó «cerda sinvergüenza —maka i fale—». Y aquella noche ella no dijo nada. Y nada. Y la encontraron al amanecer. Colgada del ulu. Con la boca abierta.
Hablar de los suicidas despierta a sus fantasmas. Fantasmas furiosos. Atormentados. Almas que no tienen ningún sitio al que pertenecer. Los suicidas cortan los lazos con sus familias. Con el pueblo. Traen vergüenza eterna para todos. Especialmente para sus madres. Que les dan la vida y la vida. Y que acaban viviendo toda la vida en aflicción. Siempre. Que guardan luto-luto-luto. Siempre.
Como no tienen ningún lugar al que pertenecer, las almas de los suicidas vagan errantes. Siempre. Almas errantes que no encuentran la paz. Ni siquiera en la muerte. Y por eso regresan para perseguir a los vivos. A cualquiera. Así que nadie pronuncia sus nombres. Nadie. Si lo haces, aparecen. Son un mal presagio. Muy malo. Sus nombres se van pudriendo a la vez que sus cuerpos. A la vez que sus recuerdos. Olvidados. Deliberadamente olvidados por los vivos. Nadie habla de ellos. Nadie lo hace.
Y menos que nadie.

Nosotras.

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