Baile del Sol.- La piel
de la vida parece asomarse a diferentes escenas vitales: el amor, la memoria,
la pérdida, el paisaje, la cotidianidad…
Karmelo Iribarren.- En efecto, es una constante en mi poesía.
Este libro está estructurado en tres partes –la vida, el amor, la literatura-, y
eso podría llamar a engaño al principio, pero en el fondo, aunque cambie el
envoltorio, dentro sigue habiendo lo de siempre: días que vienen y se van, y cómo
nos dejan, y lo que se llevan…
BdS.- También
advierte sobre la importancia, de lo minúsculo, los pequeños detalles, las
cosas que, a simple vista, no parecen relevantes, ¿es la poesía un buen
vehículo para ponerlas en su lugar?
K.I.- Es que yo dejo que las cosas me hablen, parto
de lo “anecdótico” para llegar a lo “universal”. Algo que a primera vista
parece “irrelevante” puede compendiar siglos de filosofía. Perder un autobús
puede ser trágico, entrar en ese bar definitivo. Estamos, vivimos entre las
cosas, entre los detalles, a centímetros del suelo. Mis poemas buscan la
emoción perdurable de lo pequeño…
K.I.- Es imposible no ponerse nostálgico, añorar
incluso –o sobre todo- aquello que no fue. Cualquier vida es, al final, la
historia de un fracaso. Un día, mirando la lluvia, hacemos inventario y… Pero
no creo que este libro sea especialmente nostálgico, hay un poco de todo en
estos poemas, los dedos tienen memoria, ven más profundamente que los ojos, la piel
de la vida sigue dejándose acariciar… Ahí estamos.
BdS.- ¿Te dejas
la piel en la poesía?
K.I.- Antes más que ahora, creo. Lo que se gana en
oficio se pierde en osadía, como en la vida.
BdS.- ¿Cómo definirías tu lenguaje
poético?
K.I.- Concentrado y directo como un disparo de
ternura e inteligencia… Doy en el blanco pocas veces, pero cuando acierto hiero
de por vida. Quien me probó lo sabe. (Cualquier cosa por citar a Lope).
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