viernes, 10 de enero de 2014

STONER

Stoner
© John Williams (1965)
© Editorial: Ediciones de Baile del Sol  
Colección: Narrativa 
© Traducción: Antonio Díez Fernández
3ª edición: diciembre de 2011
246 páginas
ISBN: 9788415019848

Cuando el escritor Ian McEwan leyó Stoner dijo que estaba sorprendido de que una novela tan buena hubiera podido pasar tan desapercibida durante tanto tiempo. No le faltaba razón porque es lo mismo que está bullendo en el sentir general de los lectores que se están acercando a la novela del escritor estadounidense John Williams. 

Yo me acerqué a la novela después de ver varias reseñas entusiastas de blogueros a los que sigo habitualmente, de no haber sido por eso igual me habría quedado en la mesa de los más vendidos de las librerías y me habría perdido esta soberbia novela (mis felicitaciones a Baile del Sol por contar con esta joya en su catálogo) de la que honestamente pienso que ni la portada tan anodina, ni el título, que no dice nada, le benefician en lo más mínimo. 

Pero ¿de qué va Stoner? Pues mirad, os lo voy a decir con una frase de Tom Hanks, sí, el mismo, el famosísimo actor: “Se trata simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he encontrado.” 


Francamente, pese a todas las alabanzas que he leído de la crítica profesional sobre el libro, ninguna me ha parecido tan directa y acertada como la de Tom Hanks, porque en realidad eso es Stoner, la historia de un tipo que se convierte en maestro, así de simple y así de fascinante.

Varias cosas me han llamado la atención de la novela. La primera es la pericia del escritor al condensar en tan pocas páginas toda la vida de una persona. Hay escritores que para eso mismo habrían llenado 1000 páginas y probablemente les habría quedado un folletín de mucho cuidado, pero este hombre ha sido capaz de hacerlo gracias al detalle preciso, al uso más que concreto (que no simple) de los sustantivos, verbos, adjetivos, adverbios... Una prosa eficaz, la más adecuada, la perfecta elección de las palabras y la perfecta conjugación de frases consiguen que se llegue a transmitir toda la vida de un personaje en un libro que no llega ni a las 250 páginas. Y eso no es solo economía del lenguaje, porque se puede economizar pero no acertar en la elección del vocabulario, es sentir que ninguna palabra podría haber sido más acertada que la escrita, sentir que ninguna otra expresaría de forma tan clara lo narrado. Desde aquí me gustaría felicitar también al traductor de la novela porque os puedo asegurar que no me he encontrado ninguna palabra ni expresión que sonara fuera de lugar, de manera que también un bravo para él.

Stoner es una historia sencilla, escrita de forma amena, entretenida, fluida, y además fácil de leer, y con todos esos atributos que para muchos ya serían suficientes para tildar una novela como de mediocre, siente el lector sin embargo que tiene en sus manos un libro con sabor a buena literatura, lo que demuestra que no hacen falta frases despampanantes para lograr una buena novela, lo que hace falta es talento y buena técnica, y sin duda John Williams los posee.

Pero la mayor genialidad de Stoner es precisamente su personaje, William, cuyo apellido da vida al título; y aquí sí que me atrevería a ir más allá. Para muchos las novelas de personajes son las buenas novelas de verdad, y si esto es así, Stoner es entonces una obra maestra. Y no deja de ser irónico porque el protagonista es un tipo de un gris apagado, anodino, triste, cobarde, resignado, acomodadizo. Un personaje que parece puesto para verlas venir y aguantarlas sin más, sin reaccionar, carente de interés y entusiasmo excepto por la literatura; con un carácter que parece impropio de una persona curtida en el mundo de las letras pero que no es sino un fiel reflejo de su pasado, herencia de sus padres, de esa tierra que le dejó para siempre una impronta de granjero del Missouri más profundo y deprimido.

Pero William Stoner es algo más, y ahí radica la grandeza del personaje, porque esa especie de acomodo también le sirve para encarar con una inmensa dignidad los palos que le da la vida (sublime cómo se enfrenta a su enfermedad), una persona que en un momento dado sí supo reaccionar al abandonar sus estudios de agricultura por los de literatura. Un personaje que en el fondo todo lo hace por amor, la causa más noble por la que se puede hacer algo en esta vida, amor a la literatura, sí, pero amor al fin y al cabo.

Además Stoner es un tipo íntegro y noble y lo demuestra, una vez más, por amor a su profesión. El ejemplo más claro de esa integridad se refleja en una de las escenas más soberbias, fascinantes y con más ritmo narrativo de toda la novela en la cual se enfrenta, aunque sea de un modo muy particular, por causa de un alumno a sus compañeros de departamento aun sabiendo lo negativo que eso puede resultar para su carrera. El amor a la literatura volverá a triunfar nuevamente sobre el amor carnal que siente por una amante en la que encuentra una vía de escape a su fracasado matrimonio. El amor, siempre el amor... pero en este caso al que siente como el más poderoso: su profesión, sus letras. El amor también está presente cuando conoce a su esposa, en la relación con su hija, un personaje que te encoge el corazón porque la sigues desde que nació y cuando ves en lo que se ha convertido, en otra víctima más de las circunstancias, sientes una lástima infinita.

El final del libro es una maravilla. Es un final tan esperado como trágico y tan emotivo que sobrecoge. Contenido como toda la prosa del autor pero narrado con tanta musicalidad, tanta poesía y tanto lirismo que el nudo en la garganta no hay quien te lo quite.

Stoner es una lectura triste pero entrañable, corta pero intensa. Soberbiamente narrada, reflejo de un estado de ánimo de eterna melancolía y con un desenlace sublime. De verdad, hacedme caso: Stoner es un prodigio. 





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