Entrevista a Jorge Riechmann
Esther Marín - domingo, 12 de enero de 2014
Foto: Eva Garrido
Poeta poco convencional y con una amplísima variedad de registros es, además, profesor titular de Filosofía Moral en la UAM (Universidad Autónoma de Madrid). Experto en ecología, insiste en que no vamos por el buen camino y el siglo XXI será una gran prueba de la que no tiene nada claro que podamos salir indemnes.
Con apenas trece años cogió pluma y papel y comenzó a escribir poesía. Ese fue el principio de una larga lista de publicaciones, obras y trabajos. Es ineludible preguntarle si uno nace o se hace escritor
En los años 70 no estaba solo, cuando yo empezaba a leer y escribir lo hacía con un grupo de amigos con los que compartía inquietudes.
A menudo en la adolescencia hay un tipo de necesidad de expresión que se puede canalizar por esa vía y además si uno persevera se da cuenta de que la escritura, además de exhibir ante los demás inquietudes y emociones, sirve para cosas más importantes: puede convertirse en una herramienta de indagación de las realidades para explorarnos a nosotros mismos, los vínculos que nos unen con los demás y los mundos en los que vivimos.
Suele ser muy decisivo en esas edades el encontrarnos con personas mayores que apoyen esa especie de vocación incipiente.
Con apenas trece años cogió pluma y papel y comenzó a escribir poesía. Ese fue el principio de una larga lista de publicaciones, obras y trabajos. Es ineludible preguntarle si uno nace o se hace escritor
En los años 70 no estaba solo, cuando yo empezaba a leer y escribir lo hacía con un grupo de amigos con los que compartía inquietudes.
A menudo en la adolescencia hay un tipo de necesidad de expresión que se puede canalizar por esa vía y además si uno persevera se da cuenta de que la escritura, además de exhibir ante los demás inquietudes y emociones, sirve para cosas más importantes: puede convertirse en una herramienta de indagación de las realidades para explorarnos a nosotros mismos, los vínculos que nos unen con los demás y los mundos en los que vivimos.
Suele ser muy decisivo en esas edades el encontrarnos con personas mayores que apoyen esa especie de vocación incipiente.
¿Ahora los jóvenes están inmersos en otras inquietudes o no tienen la oportunidad de mostrar el poeta que llevan dentro?
Sigue habiendo mucha gente que lee e intenta escribir a esas edades. Yo tengo trato con universitarios y hay varios que escriben. Hay mucha actividad en nuestro país y es raro ir a una ciudad o pueblo donde no haya un círculo poético, una revista o una colección local. Antes había más apoyos, pero en los últimos años se han venido abajo, aunque frente a otras artes que se resienten mucho más de cierto apoyo público tiene la buena fortuna de vivir más al margen de la mercantilización de la cultura para salir adelante; está más preparada para sobrellevar las épocas duras.
¿Qué busca con su poesía: remover conciencias, mostrar su indignación, dar un toque a los que están más arriba?
La poesía no tiene una función instrumental. Cuando deseamos un cambio y una transformación social enseguida miramos a la Educación y con eso nos lavamos las manos. Pensando en que intentaremos educar mejor a las generaciones venideras.
Parafraseando al gran pedadogo brasileño Paulo Freire: la Educación no transforma el mundo, pero puede ayudar a cambiar a las personas, que sí pueden ayudar a cambiarlo. Esto mismo puede aplicarse a la poesía: no cambia el mundo, pero puede participar en el cambio de las personas a través de la capacidad de apertura, de extrañamiento y de mirar con otros ojos las realidades que tenemos ante nosotros, las posibilidades de exploración lingüística.
La poesía puede contribuir a despertar, afinar y fortalecer esas capacidades humanas, algo muy importante en esta época de alienación generalizada.
Esta situación explica movimientos como el 15M. ¿Qué opina sobre esa lucha que para muchos es utópica?
Parece utópica a la gente que no se da cuenta del abismo delante del que estamos y avanzamos a toda velocidad. Una fantasía irresponsable es el pensar que este sistema organizado, tal y como está funcionando, puede seguir adelante mucho tiempo más. Movimientos como el 15M han sido de lo más esperanzador que ha ocurrido en la sociedad desde hace tiempo, a pesar de sus limitaciones. Uno de los lemas escritos en la Puerta del Sol en 2011 era: Dormiamos, pero hemos despertado. Eso es importantísimo, ya que estamos en una sociedad que ha ido adormeciéndose y narcotizándose durante decenios. Mientras el país ha ido degradándose y corrompiéndose en los últimos tres decenios, hemos ido haciéndonos más sumisos y acomodaticios, menos solidarios y descuidando dimensiones importantes de la existencia humana.
Al mismo tiempo la inmensa mayoría de la sociedad ha ido viviendo esos tiempos como si fueran de avance, progreso y enriquecimiento personal y colectivo. Algunos elementos de esa percepción son reales -la creación de un sistema de protección social mejor, servicios públicos razonables- pero hay mucho de engaño y autoengaño. Nos hemos dejado narcotizar, pero parece que ese despertar ha tocado solo a una parte de la sociedad relativamente pequeña y eso es extraordinariamente peligroso, porque aunque haya un deseo generalizado de volver a la etapa de prosperidad económica, las cosas no van a ir por ahí.
Tenemos por delante dificultades crecientes, no solo en los planos más visibles como el desempleo o el aumento de la pobreza, sino en otros más determinantes como los que tienen que ver con la crisis energética y la ecológico-social.
Diferencias sociales y económicas, pérdida de valores, sumisión... ¿Qué estamos dejando a las generaciones futuras?
Estamos avanzando hacia un abismo ecológico-social. A mi me impresionan mucho los aspectos de ruptura generacional que hay en todo esto, como las reformas del mercado de trabajo o las pensiones, porque son golpes que se asestan a las generaciones que vienen; están cercenando sus posibilidades de futuro.
Pero más me duele lo que se está haciendo con los recursos energéticos y naturales, con el estado de salud de los ecosistemas y la biosfera. Está sometida a una degradación impresionantemente rápida que nos lleva a dificultades muy severas.
Por ejemplo, el sistema agroalimentario tal y como lo tenemos montado depende del uso de cantidades importantes de fertilizantes sintéticos. Para su fabricación hacen falta grandes cantidades de fosfatos que son un recurso escaso y su cenit está tan cerca como en 2030. Sin olvidarnos del petróleo o de metales importantes para la estructura industrial. El físico italiano Ugo Bardi recoge muy bien esta situación en Los límites del crecimiento retomados, una publicación que acaba de ver la luz.
El siglo XXI va a ser un mundo malthusiano: recursos escasos en una biosfera limitada. En El siglo de la gran prueba -el libro que acabo de publicar-, indico que el gran reto es conseguir que ese mundo malthusiano no se convierta en un mundo hobbesiano, de guerra de todos contra todos. Necesitamos un cambio de rumbo rápido y radical.
Aquí se puede aplicar su argumento de la necesidad de aumentar nuestra conciencia de especie. ¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie para cambiar una sociedad que cada día le gusta menos?
Ese concepto proviene de la toma de conciencia de la crisis civilizatoria en la cual nos encontramos desde los años 70 y sobre el cuál insistía mucho el palentino Francisco Fernández Buey. Quiere decir que más allá de esos grupos, familias o tribus de personas cercanas, deberíamos pensarnos como ciudadanos del planeta Tierra y miembros de una especie humana que se encuentra en una situación muy difícil.
La última entrevista que dio el poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini antes de su asesinato se titulaba: Estamos todos en peligro. Lo veía igual que autores como los de Los límites del crecimiento, que hablaban de esos peligros que hoy se han intensificado. Es sorprendente el nivel de irresponsabilidad que hay en la sociedad, tanto por arriba como en otros niveles. Me impresiona la irresponsabilidad de las élites políticas y económicas con las que estamos funcionando. Nos hace falta mirar de frente las realidades -aunque sean duras y difíciles- y proponernos cambiar, pese a que no sea sencillo.
Hay cosas que uno puede hacer a escala individual -como el moverse en transporte público o caminar y reducir la huella ecológica personal consumiendo menos carne y pescado-, pero la mayor parte de la transformación no la podemos hacer como individuos aislados sino aunando fuerzas y organizándonos.
Decía Oscar Wilde que «el socialismos cuesta demasiadas tardes libres». La democracia cuesta demasiadas tardes libres y la acción colectiva cuesta muchas tardes libres; hay que estar dispuestos a echar mucho tiempo trabajando con los demás para cambiar esas situaciones difíciles.
Frente a las fuerzas organizadas del dinero y del poder militar tal como existen en nuestras sociedades, desde abajo lo único que podemos oponer es la fuerza de la organización. Puede ser desde una asociación, un sindicato o una organización que tenga un compromiso colectivo para salir adelante.
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