Baile del Sol, 2013. 52 páginas
22 octubre, 2013 por Alberto García-Teresa
Autora de una serie de poemarios muy
unitarios, que suelen tener la denuncia de la alienación como uno de sus
ejes, Sara Herrera Peralta se caracteriza por un tono pulido y
contenido, que no ha estado exento de distintos procedimientos e
investigaciones formales.
En este Quien mire hacia abajo, pierde,
su octavo poemario editado, se agrupan una treintena de poemas. Cada
uno de ellos se titula como una estación de metro de París. Como ya
hiciera en De ida y vuelta, su segundo libro, Herrera Peralta
emplea el transporte suburbano como escenario para su poesía. Sin
embargo, en estos textos no suele entablarse, salvo algunas excepciones,
relación entre dichas estaciones y el contenido de las composiciones.
No existe, por tanto, localismo. Aunque constan referencias a París,
estas son fácilmente asumibles como metonimias.

Quien mire hacia abajo, pierde posee una dicción clara, más cercana a Shock y a Provocatio que a Hay una araña en mi clavícula.
Herrera Peralta explora el concepto y el sentimiento de extranjería, de
otredad; la soledad debida a la incomunicación y también la necesidad
de establecer contacto. La ciudad capitalista es una barrera para ello,
según se muestra en el libro. La alienación, la rutina, la planificación
y la fatiga provocada por el trabajo se manifiestan como obstáculos en
los intentos de mantener relaciones humanas saludables.
Al respecto, aborda la condición laboral
de los inmigrantes (el «yo poético» es uno más), su explotación.
Entabla una solidaridad sincera con ellos, y pone de manifiesto cómo les
afectan los mismos problemas. Herrera Peralta conoce bien el origen de
ese hastío, y lo vincula con facilidad: la explotación laboral, el
tiempo invertido en el transporte, los nulos estímulos para el
desarrollo personal que se ofrecen en esta sociedad y que remarcan una
estructura de dominación. Sin embargo, la autora sabe manejarse con
sutileza en ese terreno.
El pragmatismo debe vencer a la
filosofía, a la contemplación, a la duda, a la curiosidad. El ritmo
trepidante del horario somete toda inquietud. Alude, en definitiva, al
tiempo vacío, que ejerce de limbo en nuestra existencia, que no parece
ser recuperado para la vida.

A pesar de todo, su mirada contiene y
comunica ternura, e incorpora frecuentemente un componente emocional a
los poemas, que les aporta también el elemento concreto a una posible
lectura más teórica.
La mayoría de los textos son piezas
breves. Sin embargo, destaca el primer poema, que demuestra cómo, en los
poemas más extensos, la autora sabe utilizar una intensidad bien
dosificada y un hábil desarrollo.
Por otra parte, reflexiona sobre el
viaje como metáfora de la vida. El vagón de tren permite juegos
alegóricos que, en manos de Herrera Peralta, van más allá de lo trillado
y de lo evidente.
Sara Herrera Peralta, en definitiva,
presenta un libro breve pero brillante, que nos permite reflexionar
sobre nuestra asfixiante existencia y sobre las grietas a través de las
cuales respirar. Nos habla de ese sentirse ajeno a la vida, a la propia
vida, como se es ajeno al paisaje que pasa veloz por la ventana del
vagón.
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