“Los hombres de Avery se instalaron en Johanna como quien se dispone a vivir allí de por vida: construyeron confortables cabañas con madera de los altos árboles que crecían en los barrancos, aprendieron a cultivar sus tierras con el agua abundante que descendía de la espesura interior, pescaron inmensos celacantos que daban para alimentar a más de diez y hasta doce hombres, usaron la coraza de las tortugas para hacer escudos, mesas y techos para las cabañas… Desde lo alto de cualquier roca se dejaba caer un sedal con carnada e innumerables peces se peleaban por convertirse en la cena de los piratas.”
(Johanna, Eduardo Delgado Montelongo, colección: Sitio de fuego,Baile del Sol Ediciones)
El caso de Eduardo Delgado Montelongo resulta insólito en las letras canarias.
Escribo lo de insólito porque de los tres libros que he leído del autor encuentro tres registros diferentes. Tres formas de concebir historias desde perspectivas genéricas radicalmente opuestas en las que siempre sale airoso y en las que demuestra que sabe manejarse como pez del agua porque en su producción literaria, con todos sus defectos y aciertos, late la voz de un escritor independiente con ánimo provocador y, lo que quizá resulte más llamativo, ajeno a molestas, enojosas etiquetas.
Si hay una constante en los tres libros que he leído de Montelongo es la noción del viaje.
El viaje es la columna vertebral que sustenta Cuaderno afortunado, novela en la que propone un atractivo, meditado y reflexivo itinerario por las siete islas del archipiélago canario; El centro del gran desconocido, título a través del cual juega con frustrada ambiciones vanguardistas que camufla como relato policial sobre una aventura amorosa que no deja de ser, como toda experiencia, un viaje; y Johanna, relato en el que cuenta con vigoroso pulso narrativo la historia de un pirata, John Avery, en el que Delgado Montelongo fusiona con mano diestra y siniestra no ya solo el tradicional espíritu de la novela que nos ha testimoniado el universo rebelde de los hermanos de la costa, sino también por la construcción de un personaje repleto de contradicciones que a mi personalmente me hace evocar esa otra gigantesca dimensión que subyace en la iniciática La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson; La taza de oro, de John Steinbeck; la crepuscular El pirata, de Joseph Conrad, pero sobre todo, sobre todo: El negrero de Lino Novás Calvo, historia esta última con la que –ignoro si voluntaria o involuntariamente ha marcado al autor– he encontrado puntos de contacto en Johanna.
Escrita con nervio, salpicada de desconcertantes reflexiones, la última novela de Eduardo Delgado Montelongo ha sido un placentero descubrimiento. Una de esas historias que además de prometer lo que promete toda historia de piratas: hazañas, combates en alta mar, capitán con dobleces, ofrece también un complejo retrato humano que revela a un escritor que conoce y respeta las reglas de un género sin renunciar en ocasiones a un agradecido sentido del humor que disfraza de sutil ironía.
Sin embargo, a mi juicio, lo que llama poderosamente la atención de esta pequeña novelita, que apenas llega al centenar de páginas, es el respeto con que el escritor relata la vida de ese pirata fabulado, el último en cruzar los mares antes de que estos fueran domesticados por las grandes potencias.
Le sirve de escriba a Avery, nos relata Delgado Montelongo, un hijo de la isla de El Hierro, Eligio Chinea, quien despierta en el taimado pirata su “interés por el conocimiento” así como la paradoja que sea precisamente ese canario, a quien describe como un hombre sencillo, quien tras aprender a hablar y escribir inglés, inicie en estas artes al ambiguo protagonista de una novela que recrea en esa paradisíaca isla del archipiélago de las Comores, Johanna, una nueva sociedad a la que renuncia por, quiero pensarlo así, su espíritu independiente, aliado al desprecio poético que siente hacia sus iguales.
No resultan así gratuitas las citas con las que el autor divide las tres partes en las que está estructurada esta novela. La primera corresponde a Amos Oz (El mismo mar); la segunda a Dante Aligheri (Divina comedia) y la última a Jean Paul Sastre.
Todas ellas avisan del contenido de los episodios que la imaginación de Eduardo Delgado Montelongo irá desgranando y describiendo en las páginas de un libro que quizá no resulte tan poderosamente intenso en su segunda mitad, aunque respire cierta épica sobre el fracaso en su capítulo final al desvelarnos con agradecida ambigüedad el final de un hombre que, como escribe su cronista, fue llamado a la poesía “sin haber escrito un solo verso en su vida: el mero proceder de sus acciones las evoca. Hombre que invita a la especulación lírica con sus pasos al borde del abismo, sus luchas desesperadas, su fragua inquieta. Hombres que ignoran a la poesía y sin embargo son poemas sanguinarios con respiración propia.”
(*) El Generador, en Santa Cruz de Tenerife, acoge el viernes 3 de mayo, a las 20.30 horas, la presentación de Johanna, de Eduardo Delgado Montelongo, en un acto en el que intervendrá además del autor, Agustín Díaz Pacheco y Carlos Guilarte.
Saludos, a bordo del Fortune, desde este lado del ordenador.
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