De amores que siempre vienen (M. NICIEZA)
LMR se ha liberado del cuerpo pero nota como le pesa el
alma y en esa pérdida ha ganado luz. Hace un tiempo me envió generosamente su
poemario Lugares que imprimí y encuaderné con dos grapas. Se editó el
6 de julio de
2011 y ese es el final, porque el principio del tiempo para el que
escribe poesía es siempre impreciso y siempre es doloroso. Lugares, es un
testamento con veintidós poemas en el que hay un cuerpo que se va deshaciendo y
un espíritu que va tomando forma, solo se ve si centras mucho tu atención, si te
concentras, si eres capaz de perder el dolor, el peso, el calor, la humedad, la
adicción, la sed y entras en ese estado en el que reposan los africanos mientras
esperan el tren, mientras esperan que se llene el autobús para un viaje largo, o
cuando esperan en el mercado que alguien compre su producto.
Y el viaje empieza en Montecorral, sin moverte, como una
columna de piedra dentro de un jardín, y con la espalda cubierta de líquenes,
pero entre esa maleza puedes recordar, puedes ver y sabes que ese, ya es un
territorio onírico, el terreno que une la memoria de LMR, una memoria que
también tiene mucha niebla.
Y el viaje es Olleir, un lugar que ya no existe y es tan
real en la imaginación del poeta como lo es la memoria de un álbum, un lugar en
el que los cuentos antiguos caen a tu paso como losas de pizarra
“No mirabas atrás no fuera a ser
que el tiempo incumpliese contigo
su acomodo o que la noche te tizne
la palma de las manos
con un hollín sucinto
semejante a la desolación.”
Escritura precisa, a veces te arranca dentelladas de carne
y otras falsamente suave, todo lo suave que puede ser una cuchilla de afeitar
sobre el cuello, mientras suplica y te culpa de un dolor “Dime que no fue en
balde,/ una estación tras otra sin el cielo/ auzl y sin el olor de las lilas,
dime/ que fuiste tu quien suplía el afecto/ con manos destrozadas por el desdén
y la cal.” Y otras muchas veces quieres y no sabes por qué esos paisajes,
esos recuerdos encierran forcas, peligros, palabras espeluznantes, trapos viejos
para abandonar, lástima y arañazos constantes, manteniendo en todo una cordura
inexplicable, la cordura que solo puede producir el amor.
Con esta poesía no puedes tener prisa y no puedes fallar,
hay que resignarse y esperar a que te abra esa puerta (en la que muchas veces
esperas sin resultado, como un huérfano helado de frío), por la que hay que
entrar a un mundo que unas veces es accesible y otras muchas imposible, un mundo
vedado, como los cotos de caza muy vigilados, de donde es difícil entrar y
difícil salir, sin arañarse.
“Resulta enojoso acordarse de ti/ por la noche, cuando
no/ puedes respirar.”
Hoy estoy de nuevo con el último libro de este poeta
leonés, que vive dentro de una piedra blanda, inerte, que respira y duele, que
ha ido esculpiéndose en versos, de dentro a fuera, como se esculpieron las
montañas, desde tan adentro que no sabes calibrar la profundidad de esa sima,
pero notas la llamada. El último libro se titula Música para torpes, lo
forman veintiún poemas y a ellos se asoma de nuevo un paisaje y una nostalgia
parecidos y parecido es este otro Montecorral que aquí aparece.
Este es un libro más complejo, encierra otros pesares y esa
sima que antes parecía tan profunda ahora es insondable, siempre y cuando, tu
mismo lo seas porque de repente el hermetismo se hace líquido, como un manantial
en medio de un bosque, como una confesión. Pero el tono cambia, como se cambia
de humor y de repente ajusta el paso de rosca y a alguien le ajusta cuentas,
unas cuentas muy personales,
“Los dos coincidimos en que era
un estupendo susto la vida”
o quizá me equivoco y es esa voz femenina la que le está
ajustando al poeta las cuentas, unas cuentas de las que nadie sale bien parado,
o son todos contra todos, como un sin dios, como un puto torbellino que te
atropella y te hace volar lejos de todos y de todo.
“Es verdad que hay caminos que no
conducen
a ningún territorio transitable y
posible”
Ninguno y todos, todos estos terrenos terminan manchándome
los zapatos, tengo que dejar pasar el tiempo y volver a leer este ramo de
lirios del valle, antes de que sea demasiado viejo para aprender.
Me gustan palabras como almagre, gatiñas, desnevios, un
salguero caído, ferrerina, collar de agavanzas, ñubero, y también Olleir versus
Riello.
Una cosa más: de la memoria que dejan estas frases, bebemos
durante años los escritores estériles de novelas, los que creemos saber algo y
nos ponemos en el lugar de nuestros personajes y perdonamos, culpables y
vanidosos, como el más culpable de los hijos de puta. Perdonadme, pero el
camarada no sale ya de casa, ahora tiene que seguir leyendo dieciocho
libros más de este poeta que se llama Luis Miguel Rabanal
Ediciones de Baile del Sol (2012)
colección poesía
cubierta: Ramón Buzón
colección poesía
cubierta: Ramón Buzón
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