Por esas cosas del destino, estuve hace algunos días en Chile, en donde ofrecí una charla sobre literatura peruana actual en el Centro Cultural de España de Santiago. Días antes del viaje, me contacté con algunos libreros de la ciudad y Sergio Parra de Metales Pesados me dijo que podía separarme el último ejemplar que le quedaba.
Y así fue, llegué a esta referencial librería y la compré; luego Sergio y yo tuvimos una conversa interminable e intensa, sobre la poesía y la vida, en un café al lado de MP. Sobre este libro de Williams, también me había hablado muy bien mi amigo Antonio Díaz Oliva, con quien dicho sea, tuve un recorrido libresco de horas, de esas caminatas animadas por la insaciable voracidad lectora.
En mi última noche en la ciudad, abrí Stoner (Baile del Sol, tercera edición, 2012). Y para cuando arribaba la mañana del jueves, las primeras lágrimas caían por mis mejillas. Tuve ganas de emborracharme y fumar marihuana. Es que Stoner te deja así, al borde de las emociones. Tiene la capacidad de quebrar tu bravura de lector, te vuelve mierda y a la vez te vigoriza como ser humano. La prosa de Williams es dueña de un hechizo, me recordaba en más de un párrafo a la potencia catalizadora de Emily Dickinson. Cada frase no es más que una fiesta asentada en los detalles, en el día a día de un común profesor de literatura y filosofía llamado William Stoner.
De lejos, un argumento ordinario sobre un hombre que encontró en su juventud la pasión por la enseñanza de la literatura, pasión de arrebato que le obligó a dejar la carrera de Agricultura en La Universidad de Missouri, luego de una clase de un curso, de relleno del programa académico, sobre literatura inglesa en la que el profesor Sloane le formula una pregunta sobre la poesía de Shakespeare, traicionando de esta manera el deseo de sus padres. Y de cerca, la radiografía de un hombre idealista que lucha contra la banalidad y mediocridad por medio de un desmedido amor por el trabajo intelectual, signado por una generosa sapiencia que inculca en sus alumnos; aún así, Stoner no es libre del descuido de su vida personal.
Novelas como esta hay que aprehenderlas en lo que no se dice, en la magia existente entre líneas, en la especulación imaginativa, en las inquietas preguntas que nos generan las acciones de este superfluo protagonista. En estos aspectos descansa la sal de la prosa de Williams. Por momentos, el lector atento podría estar pensando en un silente vástago de Chejov y Dickinson, pero no, no es así. Williams es fruto de la más pura y dura tradición de la narrativa gringa, pero que a diferencia de sus nombres capitales,Stoner nos sitúa en un oscuro y extenso viaje interior del que no saldrás siendo el mismo, te enfrentas a los secretos y miserias de tu intimidad. No hay mucho que pensar: todos somos Stoner.
Cerré el libro. Y me hago la misma pregunta que los que han escrito de él. Resulta alarmante que haya pasado desapercibido durante muchas décadas. Y no tengo duda alguna sobre su rescate, llevado a cabo por lectores que editan, lectores que reseñan y lectores que saben leer. Stoner es una obra maestra que deberíamos leer y atesorar, es dueña un gran poder, del suficiente para cambiar y recrear determinadas vidas.
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