Samir Delgado/Creativa CanariaViernes, 17 de Febrero de 2012 13:30
Cuando un libro va más allá de su trascendencia puramente literaria deja de ser estrictamente un libro. Y vendría a convertirse en un artefacto cultural, un objeto devenido a la realidad con un plus añadido de enriquecimiento social. Aporta directamente un soplo de aire vital a la literatura de su tiempo, superando las fronteras de la superestructura ideológica dominante y entrando de lleno en el mercado editorial como un producto auténtico carente de caducidad. Algo parecido ocurre con el libro La memoria de las piedras, publicado en 1997 en Editorial La Palma y hace poquísimo por Baile del Sol en versión trilingüe: para las islas casi equivale al valor de aquella piedra de Rosetta que sirvió para la transcripción de la escritura egipcia. Y es que este libro da un paso cualitativo en el panorama cultural del archipiélago y el de la comunidad berberófona mundial al haber sido uno de los primeros libros editados en español, francés y lengua amazigh directamente.
Su autor es Gabriel Cruz Barreto, escritor y psicólogo de profesión, padre de familia y compañero de viajes en el mundo de la cultura insular. Para quien lo visite algún día invitado por su generosa hospitalidad, podrá comprobar que la cerradura de su casa está hecha con el rescate de un antiguo maderón lagunero. Su libro está dedicado a sus hijos Ana y Javier, fue presentado en el Salón Internacional de Libro Africano y también en el Club de Lectura de la Cueva Pintada de Gáldar. Contó con la colaboración del polifacético artista bereber Lahbib Fouad y el oficio de traducción a la lengua de Voltaire por Henry Delangue. Tiene mucho futuro por delante aún siendo un libro cuyo tema es precisamente los orígenes. Vayamos pues tras esta cometa nueva que nos llevará de la mano a la trastienda de la historia oficial, el profundo imaginario prehispánico que describe el prologuista Coriolano González en su acertada introducción a La memoria de las piedras.
Cuando Cairasco y Antonio de Viana dijeron los primeros versos de nuestra tradición poética, el legado precolonial se tradujo forzosamente en mitología tras los siglos de conquista normanda y castellana. Gracias a la crónicas se han ido desvelando los episodios más singulares del proceso de adaptación de las islas al estadio civilizatorio de Occidente. Aunque con el transcurso del tiempo, por medio de los estudios antropológicos y científicos, la difusión del mundo aborigen canario ha logrado avances notorios con el reconocimiento mayoritario de la sociedad canaria de hoy. Hubo casi que esperar al Manifiesto del Hierro en las postrimerías del franquismo para que la grafía aborigen fuese reivindicada como símbolo de identidad y valor artístico universal.
Así llegaron los museos arqueológicos con sus momias, las espirales escultóricas y los óleos indigenistas de los artistas contemporáneos, el auge demográfico de los nombres guanches, las pintaderas en las camisetas y la especialización de múltiples investigadores y estudiosos en la mirada sobre los antiguos pobladores de las islas. Una gran cantidad de bibliografía de autores locales y foráneos inunda con cierta irregularidad las bibliotecas, incluso el despertar de la narrativa canaria al socaire del boom latinoamericano supuso la puesta en circulación de novelas bajo el bautizo editorial de narraguanches, un tímido y desperdigado acumulo de referencias a la mentalidad profunda y el decir del habla canaria que alcanzó cierto grado de impacto social como lo fue la Escuela Regionalista de La Laguna con sus voceros románticos del siglo XIX
Pero con la aparición de este libro de Gabriel Cruz se ha producido un hito testimonial sin precedentes, no solo por su traducción a la lengua tamazight a cargo de unas de las personalidades más reconocidas en el panorama bereber contemporáneo, responsable del área de expresión artística en la institución oficial de la cultura amazigh en Marruecos-algo que ya de por sí establece un vínculo inexplorado para el intercambio directo con la comunidad berberófona que no deja de sorprenderse por la riqueza toponímica y cultural de origen bereber en nuestro patrimonio- sino por un hecho todavía más trascendental: la indagación literaria y la recreación simbólica en torno a una subjetividad precolonial que escapa a los patrones normativos del orden estético predominante en el arte y la literatura de las islas. Un libro que recupera las voces del pasado con una armonía magistral mediante la fusión del paisaje y su habitante pretérito, conjugando perfectamente la simbiosis creativa sin excentricidades políticas que la rebajen a documento propagandístico y con una calidad plástica expresiva que sintoniza maravillosamente con el tempo de la leyenda en la tradición oral de todos los pueblos del mundo.
Es una pena que ni Pedro García Cabrera autor de "El hombre en función del paisaje", ni Elfidio Alonso autor de "Los guanches en el cabaret", ni Cioranescu ni Sebastián de la Nuez puedan ya sumergirse entre las páginas de este libro. Tampoco los críticos más mordaces y doctos especialistas de academias de la lengua y facultades universitarias parecen estar a la altura de las circunstancias. Como todos los libros que han marcado una época, está ya en las librerías con un silencio verdaderamente clamoroso, igual que el que inunda las cuevas donde perviven las sombras de nuestra historia inmemorial.
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