Conversamos con Antonio Orihuela, una de las voces que más tienen que decir dentro de la poesía española contemporánea. Trabaja ahora en un ensayo que verá la luz muy pronto y es un entusiasta de las letras, la cultura y claro está, la poesía con mayúscula.
Rotundidad de lo breve. Así defino yo este poemario tuyo. ¿Cómo has llegado a este tan difícil equilibro entre imagen, ritmo y palabras?Pues no sabría bien qué decirte… pero espero que todo lo que escribo surja de esa síntesis. Me alegra saber que en este libro, a tu juicio, eso está conseguido. Saber que la editorial Baile del Sol vuelve a apostar por él, sacando una segunda edición, lo que ya es difícil en un libro de poesía, me pone tras la pista de que algo bueno han debido ver en él los lectores.
Tengo mi teoría, aparte de la cita de José Mª Parreño, pero ¿puedes explicarnos el título del poemario, Narración de la llovizna?
El título hace referencia a la lluvia como hecho poético, como realidad y como metáfora del pasado, que tal vez sea su parte más fértil, en él la lluvia se vuelve trasunto de un refrescar la memoria, de un limpiar con ella los muchos errores, sanar desde ella las heridas, los cortes, los trazos de la pasión, y festejar bajo ella la vida.
¿Es este un poemario otoñal en la vida del poeta o todavía te quedan primaveras?
Biológicamente estoy, desde luego, comenzando el otoño de mi vida, y desde esa certeza trataré por todos los medios de prolongar la primavera que yo entiendo como un continuar abierto al asombro, a la ilusión y a las ganas de seguir trabajando en lo que creo.
Según el poema de la página 93 ¿es el dolor un mejor hilo para volver a la memoria o la alegría también es un hilo válido?
El dolor es un hilo delicado, desde luego, tienes que tener cuidado con él, mantenerlo tenso y saber que está ahí, siempre al acecho… El poemario con estas prácticas intenta conjurarlo, sanarlo y en la medida de lo posible, darlo por cerrado, transformarlo en un dolor que ya no duela. Escribir sobre la alegría es lo más difícil del mundo, yo creo que a lo más que me he acercado es a escribir sobre un alegre dolor.
Se venía gestando desde el año 2000 y en el 2003 decidí darlo por cerrado, lo envié a una entonces desconocida y juvenil editorial canaria que había conocido en los EDITA, los encuentros de editores y escritores de Punta Umbría (Huelva) que lleva organizando Uberto Stabile desde hace más de quince años, y poco después lo publicaron ellos. El criterio que seguí para elaborar el libro fue ir desgajando, de lo que entonces estaba escribiendo, aquellos poemas que veía que no encajaban en otro libro en el que andaba: La ciudad de las croquetas congeladas, que también publicó Baile del Sol unos años después. Digamos que la dimensión pública de La ciudad de las croquetas congeladas contrastaba con los textos que finalmente engrosaron Narración de la llovizna, donde lo íntimo adquiría una potencia autónoma difícil conciliar más que consigo misma. A pesar de esto, continúo defendiendo que también lo privado, lo íntimo y lo personal es político, pero tenía claro que el ritmo y el tono estaban agrupando mi producción de esos años en dos libros distintos.
La cita de Manolo, el conductor del autobús, me llevó directo a Los heraldos negros de Vallejo, “hay golpes en la vida…” ¿qué opinas?
En efecto, eres el primero que percibe esta relación. Como poeta estoy siempre especialmente atento a lo que la voz del pueblo se deja hablar, y en esta ocasión, fue Manolo, el señor que conducía el autobús que nos traía de vuelta a casa después de un viaje de fin de curso con los alumnos del instituto el que provocó este pequeño satori, esta iluminación que recrea para mí, y para cualquier otro lector atento, los versos de Vallejo… Manolo se refería, claro está, al alboroto que los niños iban montando en el autobús a medida que nos acercábamos a casa, ellos habían pasado uno de los ritos de tránsito más hermoso, esa excursión que suele ser la primera que uno hace de adolescente y que, a veces, significa tantas cosas: alejarse del ámbito protector de lo familiar, explorar lugares desconocidos, enamorarse tal vez por primera vez, compartir con los amigos una aventura especial, etc. También es el fin del instituto y con él de la adolescencia, y el comienzo de algo que no se sabe bien a dónde los llevará: la universidad, el trabajo, la vida adulta, en suma, de algo que empieza a asomar y con lo llegarán, como decía Manolo, “los golpes”, las revelaciones, las frustraciones, los hallazgos maravillosos… Me pareció entonces que ningún chamán podría haber dispuesto mejor a sus neófitos para asumir la entrada en la vida adulta que Manolo con ese verso suelto… El conductor del autobús de la vida nos preparaba para el porvenir, con acento andaluz cerrado, y nos dejaba el regalo de este mantra maravilloso: “Niño, tené cuidao con loh gorpe”… El resto del conjuro es un deseo, dar, darse, no esperar demasiado, alegrarse por los regalos recibidos y no preocuparse demasiado de nada porque de todos modos el viaje se terminará antes o después, tarde o temprano.
En la sección “La muerte” incluyes el poema Un país a nuestro dolor. ¿Es la vuelta del exilio una especie de muerte, un suerte de pérdida de algo?
Sí, en efecto, el exilio es una especie de muerte, y volver genera una extrañeza inmensa; es la desazón del desubicado, y aceptarlo así es la única manera de permanecer en ese lugar sin volverse loco, con algo de sentido del por qué está uno allí si ya no es tu lugar sino otra cosa que tampoco termina de ser distinta.
¿Cómo ves el panorama poético español y latinoamericano?
Del panorama español me apena el ver cómo las mejores voces y los mejores libros son sistemáticamente ninguneados y silenciados mientras que lo que se promociona desde los medios es la mediocridad en verso y el clientelismo más rastrero. Es triste que poemarios como La marcha de 150 millones de Enrique Falcón, En las tierras de Goliat de David González, Las aventuras de Imperio Sevilla de Daniel Macías Díaz, Tierrafirmista de Eladio Orta, Con los ojos abiertos de Jorge Riechmann, Campo Nublo de Antidio Cabal, Con el paso cambiado de Bernardo Santos, Tres mil días y un cuervo de Juan Sánchez Amorós, La línea de fuego de Uberto Stabile o Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas de José María Cumbreño, todos ellos recientemente publicados, no tengan ningún eco, cuando son diez apuestas fundamentales no solo de escritura, sino del querer vivir de otra manera.
El panorama actual de la poesía latinoamericana, sinceramente, me es bastante desconocido, apenas llevo unos años interesándome vivamente por la literatura mexicana, sobre todo la que se hace en las grandes ciudades del centro y el norte del país, que creo que, sin menospreciar lo que se esté haciendo en otros lugares, es la que he visto con más posibilidades de trascender su ámbito local y conectar con una sensibilidad poética más radical y crítica, también más moderna y arriesgada, más innovadora y fresca. Ahí hay un filón de nuevas voces y nuevas maneras de decir que me interesan vivamente. El año pasado conseguí editar una antología “21 balas” que se ha editado en España y en México a la vez, es un adelanto de lo que comento, hecha tras la lectura de obra de más de mil seiscientos poetas mexicanos. También Uberto Stabile prepara otra, magnífica, sobre poesía norteña Del otro lado, que recomiendo busquen en cuanto salga.
¿En qué trabaja ahora Antonio Orihuela?
Ahora mismo estoy corrigiendo pruebas de mi último libro, que vuelve a ser, después de casi quince años, de investigación, un libro en el que he buceado por las entrañas del franquismo, sus archivos, sus aparatos represivos, judiciales y carcelarios, sus asesinatos, sus fosas o el incalculable daño psíquico que consiguió hacer en una clase obrera que no ha vuelto a levantar cabeza desde la guerra y, cómo no, por la voz dormida de la memoria personal para reconstruir con todo ello la historia de un pueblo… los que lo han examinado dicen que también se puede leer como una novela coral, no sé, tal vez, la verdad es que por sus páginas dialogan o rememoran aquel tiempo de ignominia más de quinientas personas. Espero presentarlo a finales de abril, se titulará Moguer, 1936.
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