CON MOTIVO DE NUESTRO 30 ANIVERSARIO, Y CON EL ESTRENO DE UNA NUEVA WEB,
TRASLADAMOS LA INFORMACIÓN QUE INCLUÍAMOS EN ESTE BLOG A DICHA WEB.
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Hormigas en la lengua
Lena Yau
“Para comenzar tuve que encontrar mi nombre”, dice la voz que luego se hace muchas voces en un coro polifónico.
Es la vida de un grupo de imágenes, porque los personajes, sus voces, son recurrentes. Son personajes que se asoman. Se miran con la emergencia de un tiempo que logra estancarse en quien viaja por todo el libro, desde el comienzo hasta el final.
Por eso,
Cada palabra descubierta / duraba lo justo / para conducirme / a otra / y otra / y otra / Buscar mi nombre.
Y en la búsqueda, una larga travesía entre curiosidades, prohibiciones, inocentes libertades y escarceos infantiles con nombre propio:
Pina Chica recolecta las puntas partidas de los creyones.
El colegio de monjas es una marca. Pero también la familia, algunos amigos de aquellos años que aún suenan en los versos y la prosa hechos puerta de acceso a la madurez.
¿Qué nos sugiere el título de este libro? ¿Qué sensación se experimenta cuando se nos llena la boca de hormigas? ¿Son palabras, sabores de palabras, de sonidos, de ecos que vienen desde adentro? La imagen, la metáfora, el recorrido de sensaciones van más allá de la percepción del texto. ¿Relatos y poemas encriptados, convertidos en mensajes públicos sin necesidad de contraseña? Una suerte de trashumancia verbal, una “Caja de poemas” de la que emergen textos/reflejo que son el “Otros” de la autora.
La comida y su preparación: una teoría en la que abundan recuerdos, olores, sabores: la gastronomía como tesis narrativa.
Errante es la voz de quien escribe. Me acerco a “La balada del viejo marinero”, de Coleridge, por la presencia de un personaje esencial que respira en el texto —o en este caso, en el relato que también es poema si se quiere. Por estas líneas se anda y se desanda. En el texto del viejo poeta sajón un personaje surca el mar. Un albatros se hace su compañero, hasta que el navegante se cansa de él y lo mata. Aunque este no es el caso de este libro, quien lo lee siente que alguien se sale de sus hojas e intenta abrirse camino solo.
Este es un libro cuya estructura simula un acto novelesco. La insistencia de la anécdota así lo confirma. La autora nos cuenta una historia (o unas historias) que se desarrolla a través de un discurso en el que narración y diálogos se tejen. Los textos se entrelazan y vertebran a través de una atmósfera no uniforme, aunque hay momentos en que bastan cuatro o cinco líneas para hacer posible el tránsito de un sujeto que luego aparecerá en otro texto con otro rostro. Es decir, este es un libro que goza de una extrema libertad. Quien lo escribió trazó en sus páginas la biografía de un entorno. Deslizó trozos de argumentos, narrativas múltiples, pero también fogonazos en alusión a dibujos que, como afirma Guillermo Sucre, representan una “fragmentación irreparable”, toda vez que nos encontramos con un texto “desensamblado” con la mirada puesta en escenas de nuestra más inquieta modernidad.
El lector se pasea sin tropiezos, pese a la extensión de un poema que parece un cuento o de un cuento que parece un poema. Total: Hormigas en la lengua concita una extrañeza. Nos lleva a preguntas: ¿Somos alguno de los personajes que por allí pasan? ¿Son reales, son ficticios? ¿Es Lena Yau quien se relata para desmantelar la realidad, una realidad? ¿Ficcionaliza para conjurar el nombre que anda buscando? ¿El que ya creemos encontró? ¿Terminamos siendo los lectores los protagonistas?
Los que leemos, los que formamos parte de ciertas claves, como curiosos de estas páginas, entreverados en los cruces y las voces que nombran platos, el pan diario, las lentejas, la empanada gallega, los dulces y las frutas, manjares que crecen con el personaje, con los que prueban las palabras, la sopa, los porotos, los helados, el aroma del trópico en ciertos jugos: la voz de una niña que se hace mujer prorrumpe, se relata donde los platos alcanzan el menú en cada recuerdo.
La autora ha inventado todo pese a que se siente que ha vivido ese “invento”, su creación. No fue visitada por un ángel que le reveló cada uno de los pasos dados en la escritura de esta obra. No hubo milagro: el texto era el milagro antes de escribirse, porque se cuenta desde la memoria, desde la boca que habla, desde la comodidad del decir diario. Trazar la historia desde tantas perspectivas, desde tantas miradas, lo convierten en un evento que como lectores nos lleva a desdoblarnos. A descansar de una voz para luego retomar el tono de otra. No se agota en ella misma. Texto camaleón: nos disimula como lectores mientras la narradora se desnuda para mostrarnos sin ambages todo el universo de unas biografías. Historias de vida traducidas en literatura, en el espejo de quien no deja de mirarse en las palabras.
Desde el lector, el que se aleja de los sentimientos del autor y sus personajes, hay un trecho que se acorta cuando aparece otra “lectura”: una Addenda et corrigenda, firmada por Jordi Blanes, un invitado sorpresivo. Unos correos electrónicos que participan como parte de la narrativa: la carnavalización de un evento, el uso de lo virtual como herramienta de una estética.
Es un viaje, definitivamente, y como todo viaje en él nos topamos con sorpresas: paisajes, sombras, luces y el mar. Un gran mar que divide la vida, que nos dice de distancias. Lena Yau finalmente agrega para fijar la ruta:
Detrás del Atlántico están las palabras.
Sentimos el rasguño del exilio, del desarraigo, de la ida sin vuelta, del animal que brota lentamente del silencio e irrumpe en la otra tierra que nuevamente habrá de mirar y respirar.
La lengua calla, las hormigas emergen y se convierten en las palabras que ya no le pertenecen.
https://letralia.com/ciudad-letralia/cronicas-del-olvido/2015/10/26/hormigas-en-la-lengua/
Entre dos crisis, los milenials llevan más de una década tratando de abrirse paso en un precario ámbito laboral que condiciona cada una de sus decisiones vitales, desde el momento idóneo para emanciparse hasta para tener descendencia. El debacle del coronavirus ha apuntalado esta situación que sigue vigente para toda una generación a la que han cambiado las reglas por las que se guiaron los boombers. Esta realidad se plasma en Archipiélago Bidasoa (Baile del sol), séptima novela de la escritora Esther Zorrozua. A través de una mirada intimista, sin analizarlo como fenómeno sociológico, la autora ejemplifica mediante la protagonista principal, Ariana, la incertidumbre que gobierna el futuro inmediato de toda una generación. "Los milenials están viviendo un retroceso, como en época de guerras", asevera la vizcaina.
Esther Zorrozua ya había puesto el punto final a su novela antes del azote de la pandemia. "Todo se ha dilatado muchísimo en el tiempo y el manuscrito ha estado durmiendo en la editorial hasta ahora", explica la escritora, que compagina su labor literaria con la docencia en centros de educación secundaria. "Me suele gustar tener cierta perspectiva, no abordar los temas en el momento en el que están sucediendo. Por eso busco temas amplios, que tiendan a la universalidad", describe la autora, que en su anterior trabajo, Vida secreta del ornitorrinco, trató la censura en relación a la cantidad de asuntos relacionados con la Ley Mordaza que habían saltado a la palestra: las polémicas con el libro Farinha, el rapero Valtònyc o el actor Willy Toledo, entre otros.
En esta ocasión, Zorrozua expone que la situación poco a variado tras la crisis sanitaria en relación al tema central que trata en Archipiélago Bidasoa, donde narra indirectamente aquellos problemas a los que se enfrentan los "jóvenes que ahora tienen entre 25 y 40 años". La aproximación a esta temática ha sido sencilla para la escritora que, además de tener dos hijos que pertenecen a esta generación, ha sido profesora durante cuarenta años y, por lo tanto, ha seguido de cerca la trayectoria de muchos exalumnos. "Estoy viviendo muy de cerca lo que les está costando hacerse un hueco y pelear. Todo está en el alambre, nada es definitivo. No hay manera de hacer un proyecto de vida", considera Zorrozua, quien afirma que todas esas "dificultades para posicionarse en el mundo" afectan tanto al día a día de estos jóvenes que "muchos de ellos van a tener que renunciar a tener hijos".
La escritora emplea una cita de Mario Benedetti –"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas de pronto nos cambiaron las preguntas"– para describir cómo han cambiado las reglas del juego. "A nosotros nos dieron unas herramientas para saber por dónde ir: fórmate y prepárate y tendrás un puesto en la vida, una seguridad. Hemos transmitido lo mismo, pensando que hacíamos lo mejor, y todo se ha ido al garete", expone sobre una generación, la de los milenials, que si bien creció en una época de bonanza económica su contexto ha cambiado completamente. "La historia nos ha enseñado que cada generación supera a la anterior. Esta es la primera que sin haber una guerra no está sucediendo eso, sino todo lo contrario. Es algo que nos desconcierta", añade la autora vizcaina.
INCERTIDUMBRE
Con ese síndrome de la incertidumbre convive Ariana, la protagonista principal de Archipiélago Bidasoa. "La línea estructural de la novela es un largo viaje en tren, de Bilbao a París. No hay momento de paz ni de calma, todo está en movimiento. Es mi manera de reflejar cómo están viviendo los milenials, no tienen tiempo para detenerse y reflexionar", considera. Así, Ariana, que vive en Bilbao con una pareja con la que no ha conseguido estabilizarse, inicia el viaje con una primera parada en Hendaia, a donde se ve obligada a acudir por el fallecimiento de una hermana como consecuencia de un accidente de tráfico. Paralelamente, Ariana deberá lidiar con tres hombres muy distintos entre sí que no le proporcionan la seguridad que necesita. "¿El problema está en ella? ¿Está en los demás?", pregunta retóricamente la autora. "A partir de ahí suceden una serie de episodios que le llevan a tomar otra vez rumbo al norte para terminar en París con una tía suya, un poco perro verde como ella, poco asentada", explica Zorrozua sobre el argumento de la novela, que tiene un final abierto.
A su juicio, Archipiélago Bidasoa no tiene un enfoque sociológico, sino que va a lo individual. "No es una novela denuncia, sino que es una puesta en escena de una realidad que existe", concreta Zorrozua quien, por otra parte, asevera que en otros momentos históricos también ha habido personas que han tenido que vivir bajo el mismo paradigma. "Pero ahora es una minoría muy numerosa", puntualiza la escritora, quien se recuerda a sí misma ideando historias desde los 8 años. "He escrito siempre, pero he sido muy exigente conmigo misma y he roto mucho. He empezado a publicar muy tarde, no sé si porque ahora me perdono más a mí misma", confiesa esta vizcaina, que ha publicado sus últimas tres novelas con una editorial independiente canaria. A partir de la semana que viene, su séptima novela, repleta de protagonistas conscientes de la contingencia histórica que les ha tocado vivir, estará disponible en las librerías.
"La línea estructural de la novela es un largo viaje en tren, de Bilbao a París. Sin paz ni calma"
"No es una novela denuncia, sino que es una puesta en escena de una realidad que existe"
ESTHER ZORROZUA. Escritora
https://www.deia.eus/cultura/2022/01/06/milenials-viviendo-retroceso-epoca-guerras/1180336.html
https://laciudadseacaba.com/nos-tragara-el-silencio-de-miguel-angel-zapata/
Escritor y cineasta en el que confluye una sorprendente capacidad de adaptación, Berlinale (Baile del Sol,
2021), su más reciente novela, nos revela también a un autor políticamente incorrecto, que sabe jugar con la sátira sin caer en la parodia.
Berlinale es el relato de una investigación en clave negra y criminal pero con un fondo de chiste. O mejor, de comedia bufa. Hay que saber leer lo subtextos que Quiroga plantea en su nuevo libro y entender con una sonrisa que a veces termina en carcajada que todo cuanto cuenta puede resultar, nos tememos, verdad.
La novela se plantea así como una sátira inteligente no solo sobre el mundo del cine y sus zonas oscuras, que son aquellas en las que se hace negocio, sino por su refrescante tendencia a la provocación primero presentando a un personaje francamente repugnante, y que sin embargo cae bien porque demonios, él mismo es quién nos cuenta la historia; segundo porque sobre todo la parte que da inicio a este enredo de altos vuelos con muertos por en medio, le sirve al escritor y cineasta para criticar cómo nos las gastamos a este lado del Atlántico, Canarias, el tan cacareado archipiélago eje de una tricontinentalidad que más parece un trabalenguas que otra cosa, y el país al que pertenece, esta Expaña nuestra que cada día que amanece, amanece de una manera distinta.
Al margen de los argumentos de los que se sirve el autor para demoler todo lo que encuentra a su alrededor, la farsa de un sistema que ya evidencia signos de caducidad, Berlinale es también una novela policiaca al uso, solo que quien inicia y desarrolla página tras página la investigación es un personaje ruinito, un detective privado, mitad agente del CNI, que busca y rebusca en la capital alemana algo que como pasa en casi todas las grandes novelas del género negro sirve más bien como gancho que otra cosa. En este aspecto, y más allá de la resolución de las diversas tramas que se van desplegando en la novela a medida que se avanza hacia su final, lo mejor de este libro salpicado de referencias cinéfilas, es, precisamente, seguir los pasos de un personaje, Delfino Almeida, llamado a convertirse en socio honorario de ese club que cuenta entre sus miembros con tipos como Eladio Monroy, Mat Fernández, Jeque, Ricardo Blanco y José García Gago, por mencionar solo a sus más ilustres compañeros del archipiélago. Esa rama canaria que ya mira cara a cara a sus compañeros peninsulares sin renunciar a su acento.
Hacía tiempo, y es algo de agradecer, que no leía un libro y mucho menos un libro escrito en estas tierras insulares, con una sonrisa casi perpetua dibujada en los labios. Una sonrisa, cabe añadir, en ocasiones algo inquieta porque los callejones en los que se mete Almeida son tan inescrutables como el caso en el que se mete de cabeza.
El libro, al modo de Sebald pero sin las pretensiones de Sebald, incluye fotografías que ilustran los escenarios en los que se introduce nuestro más que héroe, anti héroe, y cuenta con partes realmente antológicas, sobre todo cuando en ellas se habla de cine, de cine de verdad. Sobre todo el que no supo hablar, el mudo, el silente, ese que aprendió a contar historias sin necesidad de palabras sino de
imágenes.
Poesía imposible de imaginar hoy, y testimonio de un pasado que pasen los años se antoja si no más interesante sí que más emocionante. Una clave que el propio Elio Quiroga deja en boca de uno de los personajes de la novela, quien aporta además un queja, y es lo poco que nos ha llegado de aquel cine que no supo hablar. No supo o no quiso, mejor dejémoslo, así.
La novela recorre las entretelas de la industria cinematográfica actual en el marco de uno de los festivales de cine europeos más importantes del mundo y bucea en el mercado que confluye en el European Film Market (EFM), lo que aclara un poco más los tiras y aflojas que intervienen en la compra y venta de películas. Toda esta información no es baladí y refuerza los contenidos de una novela que se toma más en serio de lo que parece porque como dejó escrito nuestro admirado Boris Vian, la risa es la única manera que tenemos de tomarnos las cosas en serio.
Una mujer, como ya nos ha acostumbrado la novela policiaca, o la novela que se inspira en la policiaca para contar una historia, tendrá un protagonismo especial a medida que se van desatando algunos de los nudos que Elio Quiroga ha ido dejando amarrados a lo largo de la novela. Una historia que salvo su final, un final que no termina de convence, me revela a un escritor dotado si no para la comedia sí que para la sátira feroz que no necesita de palabras inapropiadas para ridiculizar lo que se quiere ridiculizar.
A la espera de una nueva incursión del escritor y cineasta en las procelosas y oscuras aguas del género, recuerdo que a este hombre más apegado a las incontinencias del fantástico que a reflejar nuestra realidad bajo la mirada de la literatura negra y criminal, cuenta en su haber con la adaptación al cine de la que sigue siendo a mi juicio la mejor novela de Alexis Ravelo, La estrategia del pequinés, y de un puñado de películas y novelas que transitan desde lo terrorífico a la ciencia ficción con -afortunadamente- denominación de origen. Es decir, que pese a sus irregularidades y algún que otro desacierto, ahí detrás late, se percibe y se encuentra un escritor y también un cineasta con estilo y mirada tremendamente personal. Cien por cien Elio Quiroga.