El verano de Juan Ramón Santos
Francisco Rodríguez Criado
18/04/2018
Me bastó leer Cortometrajes, la ópera prima de Juan Ramón Santos, para comprender que estaba ante un escritor dispuesto a sortear las propuestas literarias manidas. Ha llovido desde entonces, y en todos estos años, en todos estos libros, el placentino ha ido redoblando, sin prisas pero sin pausas, ese empeño en desarrollar una carrera literaria muy personal, atípica incluso, alejada de las modas.
Su último vástago, El verano del Endocrino, finalista de la última edición del Premio Nadal y publicada recientemente en El Baile del Sol, orbita alrededor de un personaje estelar, una suerte de don Quijote huérfano de Sancho Panza que se echa por los caminos del conocimiento con la intención de hacer de su vida un laboratorio de ensayo y error. Situémonos: un forastero llega a Labriegos cargado de libros –algo sospechoso…– y al poco tiempo acaba convirtiéndose en su habitante más popular en parte por el motivo –paradójico– de que nadie sabe nada de él. Tampoco el lector, que ha de ir conformando la estampa inasible, suministrada en pequeñas dosis, de un tipo que unas veces nos parece un sabio y otras un desnortado, unas veces un dechado de cordura y otras un loco, pero siempre a la búsqueda de respuestas redentoras.
Juan Ramón encarrila su narración con frases y párrafos largos –tan denostados hoy día– y sin apenas diálogos directos, todo ello con un lenguaje muy elaborado que no cae nunca en la exageración ni en el adjetivo fácil. Destaca también el intercambio de narradores: el omnisciente y en ocasiones el narrador-testigo –o quizá una mezcla de ambos–, muy cautos a la hora de no enseñar más cartas de las debidas.
Diez libros después de su primera incursión editorial, Juan Ramón Santos prosigue su idilio de verano con la literatura, recorriendo, como el propio Endocrino, rutas inéditas, aisladas del mundanal ruido, para regocijo de sus felices lectores.
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