Baile del Sol.- Manotazos al aire es un poemario sin concesiones, que se asoma,
entre otras cosas, al dolor propio y al ajeno, ¿cómo te enfrentas a esas
heridas?
Yolanda Ortíz.- Después de darle muchas vueltas, me parece que el
poema nace del equilibrio entre ser una realidad otra –una realidad literaria–
y su origen en la herida, es decir, tan mala me parece la poesía que habla de
la herida sin convertirse en objeto literario, como aquella que es objeto
literario sin indagar en la herida, porque creo que en el centro del poema
tiene que latir algo real, algo que sacuda a quien lo escribe y, si el posible,
a quien lo lee. Entonces, la respuesta es que no entiendo la escritura de otra
manera que encontrándome de frente con la emoción, eso tiene una parte de
sufrimiento, pero también de catarsis, porque el proceso intelectual te ayuda a
colocar y a comprender. Para mí esta poesía puede tener dos peligros: primero,
el efectismo; segundo, que uno acaba lavándose la conciencia o «limpiándose el
grito en el poema».
BdS.- El aliento
del poemario también parece ser la falta de comunicación, de conexión, esos
manotazos que se dan al aire...
YO.- Se me
ocurre que manotazos al aire es la
cara opuesta del poema Masa de
Vallejo, la cara opuesta de esos versos que dicen «Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a
andar...». Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en
nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida. Pero también está la idea
de esa torpeza que somos, no saber muy bien cómo hacerlo o no querer saberlo y
permanecer perdidos y, por último, creo también que esos manotazos son los
intentos poéticos de expresar todo esto.
BdS.- La
incomodidad, el extrañamiento, el vacío... también aparecen en muchos de los
poemas, ¿es esta incertidumbre un buen caldo de cultivo para el verso?
YO.- Como dice Javier Krae: «prefiero caminar con una duda,
que con un mal axioma». Creo que lo más interesante que el ser humano puede
aportar a la literatura es su fragilidad, sus dudas, su angustia. Me parece,
como dices, que la incertidumbre es el lugar de la poesía o, al menos, de la
poesía que a mí me gusta, esa que intuye pero no sabe del todo y necesita de la
analogía para decir y así ensancha la realidad y la construye en el papel.
BdS.- ¿Tiene la
poesía alguna clave para aproximarse a esa falta de empatía emocional?
YO.- Voy a responder con las palabras que el poeta Sergio
Franco dedica a la poesía de Isabel Tejada: «Y tal vez lo más paradójico de
esta aventura sea que el hecho de asomarse a los propios abismos conlleve
finalmente abrir una ventana al mundo […]. Esta experiencia analítica, este
reconocerse viene a ser un paso indispensable para, posteriormente, interpretar,
ya no solo los accidentes de nuestro interior, sino la realidad más
prosaica o milagrosa para así poder
comprenderla, denunciarla, cantarla o denostarla». En resumen, supongo que una
poesía en la que el autor indaga en su propio abismo, es el paso indispensable
para ponernos en la piel del abismo del otro.
BdS.- ¿Qué
importancia tiene en tu poesía la observación del otro? ¿Y la propia?
YO.- Hay algo que los novelistas y los dramaturgos dicen de
su labor como escritores, que les permite meterse en la piel de otros; la
poesía como tradicionalmente se ha considerado como expresión de los
sentimientos del poeta parece que se queda al margen de esta posibilidad y no
es así, a mí la poesía me permite tener otra carne, inventar otras vidas,
indagar en el dolor de los otros, previvir experiencia; ahora bien, siempre
elijo realidades que me tocan con intensidad: Viorica Balenescu, la chica de Europa del Este que observé durante
meses; Papaché, que es mi abuelo, o en
Deseo que mueras, intento comprender lo que siente alguien que gasta
su vida al cuidado de alguien a quien ama.
"Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida".
BdS.- ¿Qué sabe tu poesía de la muerte?
YO.- Saber, sabe poco; pero preguntarse, se pregunta mucho.
La muerte es un hecho que me obsesiona, aunque suene a adolescente gótica o
poeta romántico, y no sólo como miedo, sino por el extrañamiento que me produce
la frontera entre el ser y la nada, los límites del cuerpo, la negrura que
siembra a su alrededor. Preguntarme la muerte siempre está en mi poesía, no puedo quitármelo de encima.
BdS.- ¿Cómo
definirías tu lenguaje poético?
YO.- En manotazos
me parece que es muy visceral, muy en carne viva, con un deseo de mirar de
frente lo doloroso y lo terrible que nos habita y que nos rodea. También tiene
algo de experimentación, de intentar «jugar» con palabra, indagar en sus
posibilidades, buscando maneras nuevas de decir, pero intentando mantener un
hilo referencial que ate al lector.
el miedo
detrás es un libro posterior que
publicó Gabriel Viñals en su editorial Ejemplar Único y me parece que sigue esa
línea de mirar el dolor de frente, mantiene lo descarnado de manotazos, pero creo que es una poesía
más introspectiva y una palabra poética más acendrada, con algunos poemas más
breves y menos explícitos.
BdS.- ¿Qué te
gusta leer?
YO.- En general, me gusta la ficción, es decir, me gusta lo que está dentro de la
literatura –o rondándola–, lo que me hace indagar en la realidad, pero desde el
objeto literario; eso sí, me encantan Nooteboom y Kapuscinski en el ensayo.
Una vez en la literatura, le pego a todo, con un amor especial por la
Latinoamericana, que me parece que posee una capacidad para el riesgo
envidiable y por un estilo seco, descarnado, sin concesiones al lector. Por
citar algunas obras y autores que me han marcado mucho: en teatro, los argentinos
Gambaro y Cossa y el inglés Pinter, los
cuentos de Onetti, los de Cortázar; Pedro
Páramo de Rulfo; Plop, de Pinedo;
Los detectives salvajes, de Bolaño; Salón de belleza, de Bellatin; El hombre que amaba a los perros, de
Padura; La carretera de Corman
McCarthy; Stoner de John Williams; Una soledad demasiado ruidosa de Hrabal, Klaus y Lucas de Kristof; la
poesía de Vallejo, de Gelman, de Boccanera, de Huasi, de Peri Rossi, de
Bonnett, de Valente, de Maillard, de Szymborska, de Enrique Falcón, de Ana Pérez
Cañamares, de Julio Espinosa, etc., etc., etc. y la de aquellos que tengo más
cerca y que tanto me alimenta, la de Ángel Rodríguez, Juan Cruz, Sergio R. Franco,
Isabel Tejada, Mara L. Gavito, Gracia
Morales, Elena Felíu, Inmaculada Garrido, Paco Gámez, Pedro L. Casanova,
Joaquín Fabrellas, Molina Damiani, Fernández Rojano, Antonio Negrillo,
Fernández Malo, Lombardo Duro. Hay mucha novela, porque hasta ahora la novela
me ha servido más para escribir poesía, que la poesía misma.
BdS.- ¿Estás
trabajando en algún nuevo proyecto?
YO.- Desde hace meses, vienen unos patos silvestres a nadar
en nuestra piscina y para mí es una escena muy sugerente: lo salvaje que invade
lo doméstico, el porqué de su elección, las malas hierbas habitándonos, la
belleza de lo decadente… por ahí va la cosa, veremos qué sale.
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