25/2/16
Recibo el libro y lo miro con escepticismo. No leo la contratapa, ni la mini-biografía del autor y paso a la primera página del texto previendo un bostezo. Eso ocurrió ayer. Ahora mismo lo acabo de terminar.
Leído de un tirón. Atrapado desde su primera página.
Entendámonos, en muchas ocasiones anhelamos lo ligero. No todo en la vida pueden o deben ser obras maestras.
Pero sigamos entendiéndonos: hay ligerezas plumbeas, incluso chuscas y hay ligerezas inteligentes e interesantes.
La máquina natural es de estas últimas.
Si algún día alguien escribe una reseña sobre esta novela seguramente la enlazará con La carretera, de McCarthy, con Fin, de Monteagudo e incluso con Intemperie, de Carrasco. He aquí la ligereza. Pero quizás no se atrevan a afirmar que la novela de Ignacio Fernández está mucho mejor escrita que las otras con las que, posiblemente, la enlazaran.
Porque una cosa es la temática y otra, muy distinta, el estilo.
Y, sí, La máquina natural es una especie de novela postapocalíptica, sí, habla sobre la condición humana, sobre nuestra reducción a lo primario cuando la sociedad se derrumba y, sí, tiene una visión pesimista sobre nuestro posible destino.
“La perfección es destrucción”
La perfección, como grado superior, como techo evolutivo, supone la destrucción de la especie.
Lo que hace de esta novela un artefacto interesante (e inteligente) es que, a pesar de tener una voz omnisciente, no busca el juicio, sino simplemente plasmar los hechos que se suceden, aunque sea mediante una línea temporal truncada, ante los ojos de los personajes. Se inmiscuye, para eso es omnisciente, en los sentimientos de los personajes pero, sobre todo, construye a partir de la mirada de estos. No se pierde en meandros emocionales, aunque no por ello se convierta en un relato frío y distante, sino que nos transmite lo que los tres o cuatro personajes ven durante su periplo, consiguiendo una especie de relato cinematográfico con varios focos. Pero, a sabiendas que toda novelización de lo cinematográfico suele ser plana, Fernández redacta con un tono poético, lleno de elucubraciones e imágenes deslumbrantes.
Y eso es todo.
Una buena y amena novela muy bien escrita.
Viva la gran ligereza.
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