De desgracia en desgracia; de fracaso en fracaso. ¡Léanla!
Con esta exhortación podría terminar la reseña, pero creo que es mi deber añadir algunos argumentos.
«Stoner», del tejano John Williams (1922-1944) es una novela que impresiona. Cuesta imaginar lectores que salgan indemnes de su lectura. Se la termina medio grogui, con un ánimo que vacila entre el desconcierto y la zozobra, aunque tamizados por la engañosa blandura de una clase media provinciana. También se emerge de la angustia con la nítida sensación de haber leído una de las grandes novelas del siglo XX.
«Stoner» es una historia triste, desolada y desoladora, porque nos recuerda que la vida puede ser como la que se nos cuenta. Con la concisión que impone Twitter, hace pocas horas taquigrafié en@SanzIrles tres frases que podrían ser mi resumen: «Épica de la medianía; conmovedora pequeña grandeza de la decencia; estoicismo campesino ante la adversidad».
Se podría añadir otra: el Libro de Job de la Norteamérica sureña.
Este símil me permite, justamente, señalar lo que para mí constituye el gran intríngulis de la novela y su verdadero, pero secreto, tema: la fatalidad frente al libre albedrío.
¿Es Bill Stoner quien determina el curso de su vida al tomar determinadas decisiones? En una entrevista concedida por el autor, parecía abonarse esta idea, siquiera de manera indirecta, al afirmar John Williams que, en el fondo, Stoner había tenido una buena vida (o una vida buena: no recuerdo cómo lo dijo y ya sabemos que no es lo mismo, pero nos entendemos), pues había trabajado siempre en lo que amaba. El propio Stoner defiende su papel de hombre autónomo que decidió su suerte cuando, ya moribundo, conversa con su hija:
‘Poor Daddy, things haven’t been easy for you, have they?
He thought for a moment and then he said, ‘No. But I suppose I didn’t want them to be.’
—Pobre papa. Las cosas no han sido fáciles para ti, ¿verdad?
Y él, tras pensar unos segundos, dijo:
—No. Pero creo que no quise que lo fueran.
(Traducción propia).
Sin embargo, ni el autor ni el protagonista me convencen sobre este asunto. Es verdad que hay en Stoner una terquedad campesina y una decencia íntima que lo llevan a ser fiel a sus deseos y convicciones íntimas, pero la historia contada revela el peso inexorable del ambiente, de su tiempo, del entorno social y de los consabidos prejuicios de toda laya, una combinación letal que resulta de lo más próximo a las ideas clásicas de fatalidad y destino.
El asunto de cuán determinante es Stoner para su propia vida se complica por el hecho de que nos es presentado como constituido por una incurable timidez campesina, una asumida inferioridad social y, acaso, una aceptación resignada de su papel en la vida y su lugar en la sociedad. También está afectado por una gran torpeza emocional y una incapacidad, rasgo anglosajón y puritano, de manifestar sus sentimientos.
A veces tenemos la sensación de que Stoner asiste a su propia vida como un espectador desconcertado, confuso. Por eso no nos extraña que cuando llora en el entierro de su viejo profesor y amigo, Sloane, no sepa por qué está llorando. Esa perplejidad, esa confusión ante el devenir de su propia vida es una de las principales fuentes de la pesadumbre que constituye el tono general de esta novela.
No obstante, todo esto es parte del atractivo hipnótico del texto, que nos atrapa desla la primera página aunque resulte difícil comprender los motivos del protagonista y formarse una idea clara de cuánto hay de externo e incontrolable y cuánto de propias elecciones en las calamidades que le suceden página tras página.
El mismo Stoner, según el narrador (que, recordémoslo, es casi decimonónico y sabe de los personajes más que ellos mismos) duda de si mismo y de su verdadera identidad:
Sometimes he thought of himself as he had been a few years before and was astonished by the memory of that strange figure, brown and passive as the earth from which it had emerged.
A veces pensaba en sí mismo y en cómo era pocos años antes, y se quedaba asombrado ante el recuerdo de aquella extraña figura, parda y pasiva como la tierra de la que había surgido. (Traducción propia)
Su aturdimiento y su pasividad, que en alto grado definen su paso por este mundo, tienen un emotivo resumen en la escena en la que ve a su hija alejarse de él tras el banquete de boda. El inevitable toque sentimental no le resta nada al extraordinario párrafo:
Stoner watched them drive away from the house, and he could think of his daughter only as a very small girl who has once sat beside him in a distant room and looked at him with solemn delight, as a lovely child who long ago had died.
Stoner los miró alejarse de la casa en el coche y sólo pudo pensar en su hija como en la niñita que una vez se sentaba junto a él en una habitación lejana y lo miraba con solemne deleite, una preciosa niñita que ya había muerto hacía mucho. (Traducción propia)
Sin embargo, para contarnos la pesarosa vida del protagonista, John Williams eligió una técnica novelística antigua y simple: una trama lineal que, ¡oh, maravilla!, empieza por el principio y acaba por el final, y un narrador externo y ajeno a la historia, tradicional, omnisciente, que sabe lo que sienten y piensan sus personajes y nos lo cuenta sin empacho. Williams, no obstante, tiene la prudencia de limitar esa omnisciencia a lo indispensable, haciéndola tolerable a los lectores modernos. La arquitectura de la narración es límpida y evidente, como las del gran Simenon.
La prosa es soberbia, casi clásica, de las que invitan a releer oraciones y párrafos para saborear su equilibrio y sus envidiables engranajes: no hay ruidos sintácticos, se desliza a un ritmo pausado pero constante y mantiene una admirable unidad de tono, desde la primera página hasta la última. (Por eso me ha sorprendido que se deje llevar, a veces, hacia una adjetivación manida e innecesaria, como cuando se toma la molestia de decirnos que en una mesa había unos cuencos de «reluciente plata». Pero esta concesión al adjetivo superfluo no es grave y apenas molesta en medio de un texto que sabe ir creando un intenso clima emocional mediante oraciones y párrafos maravillosos).
Hay también una envidiable destreza y una gran intuición literaria en la presentación de detalles que, bajo una engañosa apariencia física o ambiental, son en realidad potentes marcadores psicológicos y hasta morales. Por ejemplo, cuando el retraído protagonista entra en la sala donde se celebrara una recepción y el narrador nos dice:
When he came into the room from the cold foyer the warmth pushed against him, as if to force him back…
Cuando entró en el salón desde el frío vestíbulo, el calor lo empujó, como si quisiera hacerlo salir de nuevo… (Traducción propia).
La tremenda densidad psicológica y emocional de la novela no debería, empero, velarnos otras virtudes. La maestría literaria del autor se muestra en muchos momentos, como cuando exhibe sus pasmosas dotes de observación y síntesis para retratar —según quiere el cliché— la burguesa relación marital de los padres de ella:
Anger was days of courteous silence, and love was a word of courteous endearment.
El enfado eran días de educado silencio y el amor, una cortés palabra de afecto. (Traducción propia).
De la novela, relativamente corta, hay mucho, muchísimo más que podría decirse, pero no quiero que, al perderme en detalles y digresiones, se diluya lo principal: convencerlos de que la lean sin demora.
Sólo me cabe añadir que, al final de la historia, todo parece resumirse en la terrible pero autoirónica pregunta que martillea los pensamientos de Stoner en las últimas horas de su vida, antes de morir con un libro en sus manos:
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