Baile del Sol.- Un
iceberg se caracteriza por dejar a la vista una parte muy pequeña de su
totalidad, ¿ocurre algo parecido con la poesía?
Regina Salcedo.- En la
que a mí suele interesarme, sí, y desde luego es lo que pretendía en Icebergs. Ese es uno de los sentidos que
encierra el título. Hemingway comentaba que un buen relato es como un iceberg
donde lo que se dice es la parte que asoma del agua y lo que no se dice la
parte sumergida, que es un 90%. Esto me parece que se cumple con mayor
intensidad en poesía. Me gusta que un poema no sea unidireccional, sino que
pueda catapultarte hacia múltiples lecturas, que no se agote en una sola, que
juegue con el silencio y el potencial de la palabra justa y a la vez
sorprendente. La capacidad de sugerencia y evocación es para mí uno de los
grandes valores de este género. Y creo que las personas también somos así, tenemos
una parte oculta mucho más extensa que la que mostramos al mundo, y a pesar de
que nos juntemos para viajar en grupo, al final hay una soledad que es
insalvable (ése sería el otro sentido del título).
Me
encantó además la interpretación que hizo Lola Nieto al respecto –y en la que
yo no había reparado–, que me preguntó si yo decía que mi libro era un iceberg
porque es un bloque (una poética) que se ha desprendido de un todo en el que ha
crecido (la tradición). Me parece una imagen muy acertada: algo que se alimenta
y prospera despacio en un hábitat para un día resquebrajarse con un aullido,
hacerse un individuo independiente (aunque con una herencia rastreable) y
seguir su camino. Este deseo de
encontrar mi propia voz –que aquí principalmente se reduce a una lucha y una
búsqueda– también se refleja en algunos poemas.
BdS.- ¿En
qué universo se mueve este poemario?
R.S.- Se
mueve en el universo del desprendimiento, cuando el hielo se resquebraja,
cuando, de pronto, lo que parecía inamovible se funde y sientes que tu vida se
desmorona y no te queda más remedio que reconstruirte y comenzar tu viaje en
solitario. Podríamos incluir el poemario dentro de los libros de viajes
iniciáticos que, como todos, siempre se generan a partir de un momento de
crisis, de ruptura. Icebergs sólo se
concentra en ese instante del quiebro –de los quiebros, en realidad– y apenas
avanza un poquito más, cuando justo ves que el mundo no se acaba y que, aunque
sea por inercia, vas a salir a flote, con todo el desasosiego y esperanza que
eso conlleva.
BdS.- Este
es un poemario en el que el hielo, el frío y otros paisajes de vacío parecen
dar aliento a los versos...
R.S.- Sí, el
símbolo del hielo y su entorno me venían de forma espontánea al querer
transmitir esa sensación de decepción y desolación que te queda cuando todo en
lo que has creído se hace pedazos y te quedas flotando a la deriva, en mitad de
la nada. Es una sensación contradictoria porque, al mismo tiempo, también
resulta liberadora, emocionante; también hay pureza y belleza en ese hielo frío
y desafiante.
BdS.-
También aparece la casa como elemento físico y simbólico, una casa vieja, una
casa vacía, una casa embargada... ¿qué significa una casa en Icebergs?
R.S.- Esa
casa, excavada en el hielo con las manos, sin muebles ni adornos, es la persona
que queda tras el derrumbamiento que comentaba.
Es el yo despojado, embargado, limpio y tembloroso que tiene que
comenzar a replantearse el mundo y a sí mismo desde cero –o desde bajo cero–.
No hay comentarios:
Publicar un comentario