Hubo un tiempo remoto y vertiginoso en el que existían fabulosos personajes de leyenda. Sápera lo sabía, por eso giró el pomo de la puerta lentamente, saboreando, viviendo el instante en que se encontraba con el fantástico mundo de la fantasía. Allí estaba la muñeca de todas las películas de miedo, sus ojos tétricos amenazaban movimientos inusitados y su cara pálida, inmóvil, dio un respingo bajo su chaqueta, y se aferró al recuerdo de Magda. Ella sabría calentarle el agua para el té en su justo punto. No creas que era un sujeto extraño, no, nada de eso, sólo que Magda era la madre que todo adulto necesita para sobrevivir. Al adulto un día le asusta la idea de la libertad. Sápera, sin ir más lejos, descubre asustado que es libre, lo que significa, que nadie en el mundo puede darle un centavo sin hacerlo sentir un pequeño y mezquino buscavidas. Qué terrible perspectiva la del adulto que, únicamente con sus manos y su cerebro se tiene que labrar un porvenir. Créame, es más grande que la plaza Roja de Moscú, muchísimo más grande, esa gran llanura solitaria donde Sápera patea una y otra vez, arriba y abajo, de un lado a otro...
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