Adolescente fui, en días idénticos a nubes…
Donde habite el olvido, Luis Cernuda
Hay pocos versos más acertados en la historia de
la literatura, más eficaces y certeros, porque definen como un dardo conceptos
escurridizos. Ana Pérez Cañamares aprovecha una parte del verso, la que define,
para dar título a este conjunto de lienzos, de duración corta en general, donde
caracteres enormemente atractivos actúan en situaciones cotidianas. Y sin
embargo, consigue que dichas situaciones revistan un trasfondo simbólico y nos
transporten a momentos de nuestra propia vida que podríamos recordar mucho
tiempo después de haber cumplido los ochenta años, en los que los días eran
idénticos a nubes pasajeras, nubes que se sucedían sin descanso, como si jamás
fueran a dar a un fin, porque durante la infancia –y adolescencia- uno aún tiene
la impresión de que va a vivir para siempre.
Asistimos a escenas llenas de vida y de
inocencia, de amor o frustración o incomprensión o un comienzo de comprensión de
cosas que antes resultaban remotas, desconocidas e inasibles. Y es en la mesura,
en la maestría narrativa, en una deleitable ingenuidad, donde los cuentos de
este libro me recuerdan al mejor Chéjov. Por su virtuosismo en aparentar no
decir nada diciéndolo todo, por su sencillez, por sus destellos de humor suave y
bien templado. Por su cotidianidad, por su genio.
En mi opinión, los personajes infantiles o
adolescentes se resisten a ser modelados, pues aún no se han forjado del todo,
están, por así decirlo, a medio hacer en muchos aspectos, y se caracterizan por
una indefinición, un vacío de experiencia, un ansia por encontrar la identidad
que no ayuda demasiado a la hora de crear personajes con fuerza y autonomía. Sin
embargo, si se sabe poner el acento en la forma en que se busca esa identidad,
en la energía que desprenden y su práctica carencia de prejuicios, se pueden
llegar a trazar las líneas de personajes poderosos, al igual que los mejores
realistas del XIX, por ejemplo Dickens con esos niños tan auténticos de
Oliver Twist, David Copperfield o Grandes
esperanzas.
Quizás también me recuerde a Carver, por
supuesto, porque casi nadie ha sabido como él poner un corazón latiendo sobre
una mesa, un corazón humano despojado del resto del cuerpo, reducido a su
esencia, a su sentir primordial y definitivo, en situaciones del día a día, y
hacernos sufrir o alegrarnos o compadecernos o madurar con las vivencias de
otros. Como cuando, en «Caballos en la niebla», la mujer y el hombre se pelean
con la certeza de que su matrimonio se ha ido a pique y nada será capaz de
remediarlo. Y esos caballos en la niebla, esos caballos que surgen de la nada,
como apariciones fantasmales o símbolos lorquianos de un destino de lo menos
trágico, convierten sus problemas en detalles de un mundo lejano, al lado de
aquella visión, de los caballos perdidos en la niebla pastando mansamente a la
puerta de la casa de campo, agitando crines y cabezas peludas en tanto que
devoran con meticulosidad los brotes tiernos de la hierba en medio de la noche.
Algo así es el celofán del personaje Mario, de ese niño que superpone tiras de
colores a una televisión para que John Wayne cabalgue sobre el arco iris. Algo
así como caballos en la niebla que perfuman con su naturaleza de sueño el blanco
y negro de la realidad cotidiana. Doy gracias a la autora, Ana Pérez Cañamares,
por haber escrito esta maravilla.
En días idénticos a nubes
Ana Pérez Cañamares
Baile del sol
ISBN: 978-84-92528-24-0
Tenerife
128 pgs
http://www.factorcritico.es/2012/06/en-dias-identicos-a-nubes/
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