Su 
portada no engaña, Noches árticas es 
una historia de frío, de frío y silencio, de frío y color blanco. Ana Vidal 
Egea, su autora, tiene la capacidad de colocar al lector, desde la primera 
página, en el medio de un espacio gigante y desolado, al que nos acerca como si 
contemplásemos la historia que nos narra a través de una cortina de humo o, 
mejor, a través de las partículas de nieve en polvo que flotan en el aire tras 
una tormenta de nieve.
Con 
una cadencia que recuerda a la escritura de Marguerite Duras, Vidal Egea 
consigue que la novela se lea como en un susurro, al tiempo que nos envuelve en 
la tensión de lo que no se dice, de lo que no se hace, de lo que no se da; de 
las extraordinarias dificultades de la comunicación emocional.
Desarrollada 
en Finlandia, Noches árticas es, sin 
embargo y fundamentalmente, una historia de amor, de un amor poco común, o quizá 
no tanto. Del mismo modo que los inuits, que habitan en el Ártico, tienen 
decenas de palabras para referirse a la nieve, la autora encuentra todo tipo de 
referencias para hablarnos del amor; un amor que en este caso se consuma de 
manera limitada y agónica, que se llena y se vacía de sentido con cada palabra, 
con cada gesto.
Alejándose 
de una relación que no le hace feliz, la protagonista decide instalarse en 
Helsinki para escribir su tesis doctoral sobre el silencio. Allí se enamora de 
un hombre homosexual e intenta que ese amor tenga alguna posibilidad. En el 
intento los personajes se hieren y se entregan, sienten sus respectivas 
soledades y se aman de esa extraña manera en que pueden 
hacerlo.
Al 
mismo tiempo, en la novela se entreveran la música, la pintura, el arte y el 
cine como nexo de unión entre las sensibilidades de los protagonistas, mientras 
la mujer comprende el verdadero sentido del silencio en su propia 
vida.
Una 
novela inquietante, de atmósfera claustrofóbica, donde los personajes se debaten 
entre la necesidad de amar y la imposibilidad de hacerlo con el cuerpo; una 
historia llena de interrogantes sobre los sentimientos y la soledad relatada con 
una voz cargada de matices  convierte Noches árticas en una propuesta de 
intensa y buena literatura.
Inma 
Luna
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