
Acaba de publicarse un libro 
inquietante, un libro con seis historias recorridas por un escalofrío en 
suspensión a lo largo de sus tramas. La escritura con que se nos introduce en 
sus tragedias respectivas responde casi siempre a un tono demorado, juicioso y 
lleno de propiedad, apegado al detalle imprescindible que nos sitúa en el 
ambiente natural, sicológico o histórico de sus argumentos, pero en sus temas y 
su construcción se van desgranando poco a poco los más horrendos presagios o los 
prodigios cuyo anuncio se nos ofrece poco a poco en situaciones inicialmente 
triviales. Los datos se ocultan con astucia narrativa o se van ofreciendo 
oblicuamente como pistas insignificantes e inciertas que en un primer momento no 
traslucen sino fugaces sospechas, o bien se dejan caer, en ocasiones, en las 
contradicciones delirantes de algunas de sus voces narradoras. 
Hablamos de seis relatos, cinco 
de los cuales son bastante extensos y alguno próximo a la novela 
corta. 
En 
ellos encontramos o bien a la impenetrabilidad incómoda de una conducta 
trastornada, sin antecedentes que puedan aclarar sus criminales consecuencias, o 
la profecía milenaria que vincula la continuidad de un rito inmemorial a través 
de las generaciones de una familia. Nos introducimos también en una magna 
devastación planetaria que acarrea la insegura vuelta a empezar de los mitos de 
la Creación. Asistimos a la vertiginosa caída de personalidad y reputación de un 
profesional regresado a un momento único de la pubertad, o nos hacemos testigos 
de una paulatina e inconcebible transformación física hacia la transparencia de 
la pintora que llega a prescindir, para encontrarse a sí misma, de cualquier 
interés en la visión del público. Y, finalmente y paso a paso, a la construcción 
de un delirio al que la realidad se va encargando de dar su propia lógica 
incontestable, con ocasionales visos de racionalidad y 
verosimilitud.
La desapasionada justeza de la 
escritura que nos conduce por los vericuetos de estas historias, para que nos 
entretengamos disfrutando de los detalles, de los paisajes, de las rutinas 
personales o las manías más o menos reveladoras de los personajes, distribuye 
entre sus líneas, de modo fantasmal, cuantos recursos expresivos le son 
necesarios para aproximarnos al secreto que se llevó tras de sí una cordura 
definitivamente perdida, o a la experiencia dolorosa debida a la muerte 
accidental y absurda de un hijo, o al regreso a la edad en que el deseo erótico 
era aún una devoción estrenada, sin culpa ni estrategias. Por esa misma capacidad se 
permite dar una pátina de antigüedad a lo que nos va pareciendo un viejo cuento 
de las Mil y Una Noches sin acudir para ello a ninguna imitación de sus fórmulas 
tradicionales, o nos sitúa de golpe en el día después de la devastación 
planetaria dotando de rasgos actuales, organizativos unos, coloquiales otros, a 
la pequeña sociedad que sobrevivió a tal cataclismo sin que nos demos cuenta al 
leer de por qué nos sentimos atañidos, cercanos a esa comunidad 
superviviente.
El resultado es la extrañeza, 
no sólo por las atmósferas y circunstancias insólitas de sus historias, sino 
porque ante ellas se despliegan la razón histórica, la experiencia, la práctica 
clínica, la técnica, la cultura artística, para finalmente estrellarse ante 
realidades que se resisten a ser hasta el final 
desentrañadas, ni tan siquiera transitadas. Dije que era un libro inquietante, y 
lo es finalmente y entre otras cosas porque sus variadas historias tienen en 
común lo sagrado, no necesariamente religioso. Cada uno de sus relatos ofrece el 
espacio inviolable, en ocasiones impenetrable, que no se deja transitar ni 
escudriñar del todo. El jardín inefable anunciado en una profecía milenaria no 
se deja ver nunca, si acaso se deja intuir por inseguras referencias indirectas; 
la vuelta al tiempo inefable en que el deseo era también inocencia se convierte 
en un viaje hacia la 
autodestrucción...
Lo 
sagrado, que inicialmente significó lo aparte, lo separado del resto por su 
pureza, infunde terror. Los reductos insobornables que atesoran lo más auténtico 
custodian y camuflan también lo más terrible, ya que el espacio de la 
autenticidad sin concesiones no se puede transitar saliendo 
ileso del intento.
La ilustración es portada de 
La ceniza que avanza, de Juan R. Tramunt, Ed. Baile del 
sol.
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