Julio Castro – La República Cultural
Hay aspectos de la descripción de los personajes que hace Juan R. Tramunt en su novela que llaman la atención, por lo antagónico de sus intenciones. Por una parte deja entrever una forma contundente y casi exhaustiva de trabajarlos, porque casi a cada pasaje está inundando con sus características y sentimientos el texto, hasta tal punto que los ojos con los que vemos los paisajes y ciudades que se recorren, rara vez se alejan de los ojos de sus protagonistas. Sin embargo, el desarrollo de esta novela del género negro deja claro que, como digo, las intenciones van más allá, que esconde mucho, no sólo en lo que se refiere a la intriga, sino en cuanto a la personalidad de cada uno, que a veces queda en el aire.
Estamos ante una intriga que no es inocente, que aborda problemas de entornos geográficos distantes, pero comunes en una cuestión: los hilos del poder y del contrapoder. Un policía destinado en Canarias descubre casualmente un punto de conexión entre un informe genérico de Interpol, y la posibilidad de un atentado de gran relevancia en el entorno de África Occidental. Esa será su perdición y su destino en la novela. Por otra parte, una fotógrafa, pareja de un reportero de un diario nacional francés, decide trasladarse a Marruecos porque no aguanta más tiempo de separación
Los conflictos y el lugar
El autor decide incluir más que de soslayo la cuestión saharaui en el nudo argumental, donde se muestra el compromiso contra la opresión, y es cierto que, en determinados momentos, la narración puede inducir a dudar de la deriva del texto respecto al conflicto que encierra Marruecos contra el pueblo saharaui, pero en un momento dado queda clara la forma de exponerlo, sin neutralidades.
Las dos líneas argumentales se sustentan en los capítulos duales, que recogen momentos casi siempre paralelos y, en ocasiones, lugares comunes. El recorrido aparentemente más contemplativo, casi onírico podría decir, dirige un trayecto a través de la geografía aparentemente recreada en las imágenes de la fotógrafa, hasta la frontera sur del Atlas, donde cada cual tomará definitivamente el camino hacia su destino. Entre tanto hay realidades encontradas, que se irán despejando en el camino y, sobre todo, entre la mente de sus personajes y la del lector.
Dos venenos, el del argumento y el del viaje
Encontramos una dualidad generalizada, la que se refiere a los universos que trata es una de ellas, contrastando la vida europea con la punta del iceberg africano, que surge del continente a través del mundo árabe marroquí, el más “occidentalizado” que, aún debiendo ser muy próximo al nuestro, se traduce en un modo de vida diferente, desde el color, el olor y el sabor, hasta la luz y el paisaje.
Otra manera de encontrar la dualidad está en la de sus personajes, que afrontan universos tan opuestos como el de un hombre y una mujer, un policía y una fotógrafa, aunque, finalmente, ambos buscan un fin concreto: la estabilidad y la comodidad de una vida tangible en su entorno habitual.
Pero, como quiera que el título marca los hechos, la lefaa, además del apodo del buscado protagonista principal, es el de una mortal serpiente del desierto africano, un encuentro que, en aquellos parajes, significa el final seguro del viaje, como así será. Y digo que hay dos venenos, porque uno es el de la propia serpiente, y otro es el del estilo de este libro, que atrapa los ojos del lector hasta el final, para luego asesinarlo de forma traicionera: el veneno del libro se extenderá desde la trama hasta después de cerrar la contraportada.
Los argumentos que rodean la intriga
El contenido del libro aborda temas colaterales, pero de gran importancia, desde la ineptitud que parece generalizada en las fuerzas policiales, a la indiferencia del poder frente a la realidad social de los pueblos. Es importante, porque definen, como ya señalaba antes, el marco en el que se sustenta la parte principal y decisiva de la narración.
El desarrollo argumental contiene la intriga principal, que se dota de otras curiosidades adicionales que rodean la narración, despertando la curiosidad del lector hacia los personajes y su manera de ser: es fundamental dejarse llevar por cada un@ de ell@s, porque serán quienes nos arrastren a ese entorno colosal y también a los otros más diminutos. Ahí es posible ver rasgos poéticos en lo más ornamental que no se expresa literalmente en las descripciones, pero que queda sobrevolando algunos momentos.
Definitivamente, la aventura no sólo está en la historia principal, por más que suelte su veneno al final, sino en los recorridos que hacemos con el autor.
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