Baile del Sol.- Un verano en Sulpiride parece el álbum poético de
unas singulares vacaciones, ¿qué paisajes has querido recoger en las
fotografías literarias?
Andrés Gómez Miranda.- Sobre todo,
un paisaje ajeno -aún en su transformación constante- a cualquier cambio, ya que
proviene de unos patrones casi inmutables como son los de la naturaleza humana.
Los escenarios de los textos siempre se ven, se sienten, manchados por ese
bokeh cansino de nuestros anhelos y cotidianidades. Somos seres aburridamente
sociales.
BdS.- Hay un posicionamiento de cierta extrañeza ante lo
cotidiano, que distorsiona los momentos más prosaicos, ¿es esa tu mirada
poética?
AGM.- Es posible;
a cada cual le sorprende algo y, personalmente, nada me resulta más intrigante
que el tiempo. Quizás, el tiempo, en su inexistencia o su percepción, es el
verdadero paisaje en Un verano en Sulpiride. Al tiempo le
importamos poco y juega con nosotros como los niños cuando descubren un
hormiguero.
BdS.- Los viajes y los documentos parecen querer
facilitarnos algunos mensajes cifrados sobre nuestra existencia, ¿es así?
AGM.- En toda
visita al interior de algo o de algún sitio se generan códigos tan solo
patentes para los que ya hicieron esos viajes. No son secretos, pero sí son
lugares comunes que requieren de un lenguaje previo para hacerse visibles. Lo
hermoso del código es el sistema de planos que crea y cómo se evidencian o se
difuminan dependiendo del receptor del mensaje, pero sin esconderse nunca.
BdS.- ¿Qué importancia tiene lo farmacológico en este
poemario?
AGM.- Ni más ni
menos que otros elementos que aparecen a lo largo del texto como meros
modificadores de lo percibido. De hecho, soy más de vodka que de
benzodiacepinas. Y hay más variedad de vodkas también.
BdS.- Muchos personajes pasan de refilón por Un verano en
Sulpiride, son aquellos con los que nos cruzamos en los espacios comunes, ¿qué
nos dicen al pasar?
AGM.- Nada. No
dicen nada. Nosotros les atribuimos un discurso a partir de un lenguaje que
creemos ver en ellos.
BdS.- También está la familia y la naturaleza que parecen
cumplir un cometido más enraizador...
AGM.- Familia y
entorno son la misma piedra: la raíz de
la memoria que nos conforma y nos moldea en nuestro modo de atender a la
realidad. La vinculación con la tierra, la quieras o no la quieras, te defina
por adhesión u oposición, es la única patria posible y pocas fronteras existen
más claras y contundentes que una isoglosa.
"La vinculación con la tierra, la quieras o no la quieras, te defina por adhesión u oposición, es la única patria posible"
BdS.- ¿Es Un verano en Sulpiride una mirada crítica a
nuestro modo de vida?
AGM.- No. De eso
ya se encarga Tele 5, Radio María y El Jueves, suponiendo que sean cosas
distintas.
BdS.- ¿En qué se diferencia la poesía de otros lenguajes
literarios?
AGM.-La poesía se
cimienta sobre la connotación; algo así como ponerse de acuerdo, al principio
del texto, en que nada va a significar lo que parezca, ni va a aludir a los
mismos campos semánticos en todos los lectores. La poesía es estar en un país
cuya lengua no hablas con una guía de conversación equivocada.
BdS.- ¿Qué te gusta leer?
AGM.- Bastante
poesía y novela norteamericana, aunque me obligo a ser errático y disperso en
mis lecturas. Lo bueno de ser filólogo es que dedicas cinco años de tu vida a
leer lo más aburrido del mundo; a partir de ahí, todo es fiesta.
BdS.- ¿En qué proyecto literario estás trabajando actualmente?
AGM.- En otro
poemario y en algo que podía ser una novela.
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