Jambalaya, de Cristina Redondo
Alonso
Relaciones de
acantilados en un mundo mágico
Publicado el Martes 22 de diciembre de 2015 , a las 00:36h
Portada de la novela de Cristina Redondo en editorial Baile del
Sol.
DATOS RELACIONADOS
Título: Jambalaya
Autora: Cristina Redondo Alonso
Editorial: Baile del Sol (2015)
Formato: encuadernación en tapa blanda con solapas; 281 pág.
ISBN: 978-84-16320-66-0
Autora: Cristina Redondo Alonso
Editorial: Baile del Sol (2015)
Formato: encuadernación en tapa blanda con solapas; 281 pág.
ISBN: 978-84-16320-66-0
Julio Castro – La República Cultural.es
Un lugar de paisaje imaginario,
casi recreado de nuestra geografía gallega, acerca al l@s lector@s al mundo de
Viariñas que construye la escritora Cristina Redondo, donde sugiere un trazo
del Macondo de don Gabo para dejar esos retazos de lo imposible convertido en
realidad, a través de la imaginación o del sueño.
Desde los avatares del
protagonista, Hank, una retrospectiva de infancia, adolescencia y juventud,
sirven de efecto sanador, no sólo para él, sino para el resto de los personajes
de la novela que, como no podría ser de otra manera, él mismo ve enredados en
la tela de su propia vida, como ese núcleo que cada ser humano cree ser para el
resto de su entorno.
La autora nos sumerge en un mundo
de magia que fluye de manera natural, no como la sensación artificiosa de los
relatos de brujas, sino, más bien, a la manera del fruto de los dones que
algunos seres poseen de nacimiento o, más tarde, en su desarrollo.
Se presenta como una novela cuajada
de relatos imposibles y entrañables, que acercará en sus párrafos a lo más
íntimo de los diferentes protagonistas que por ella desfilan. Hank, el
principal que puede hablar en primera persona su historia, la familia, una
estirpe de mujeres (madre y abuela) de las que heredará sus dones, el tío
Aristónteles, hermano de la madre, aparentemente loco debido a la manera de
manifestar sus dotes para las lecturas adivinatorias, un extraño padre
desaparecido… Pero la familia solo sirve para la creación de ese bastión del
que surge, en el que se desarrolla, del que huye, y al que regresa para saber
aprendida su propia vida.
Fuera de ese pequeño núcleo
especial, Manuela, otra adolescente, formará el centro e hilo conductor de la
narrativa, no sólo por el adolescente (lógicamente absurdo) enamoramiento de
Hank, sino porque es la pieza que acaba conectando a todos los personajes del
entorno, en el pasado, en el presente y en lo que devenga del futuro del
protagonista.
El regalo inesperado de un bloc de
cartulinas de dibujo por parte de Manuela, que espera que Hank sea un gran
artista, desenvuelve el símil del amor de él hacia la muchacha: “Conocía su
anatomía, sus rincones, sus poros, sus marcas, todo de ella lo había aprendido
de memoria a través de ese ejercicio de intuición del púber enamorado que era
yo. Pero con el paso de los años empezaron a quedarme solo unos cuantos fragmentos
desdibujados que nunca pudieron resolver su cuerpo. Esas fueron mis páginas en
blanco. Las incapaces, las imposibles. Efectivamente no terminé los dibujos de
mi primer y único regalo destinado a convertirme en genio. Suelo repasar las
láminas que aún me quedan y pienso que cuando me decida a pintar de nuevo será
por algo importante. Los amores adolescentes no se olvidan, solo pierden
definición y se convierten en otra cosa. Son caprichosos”. Así aprovecha la
metáfora de las imágenes inacabadas para la situación de pausa en el aire que
deja, mientras que la de la pérdida de definición de los amores en el tiempo,
se reflejará en las imágenes difusas que aguardan a un desenlace.
Cristina Redondo juega la novela
progresiva e intencionadamente de forma ambigua, como si se debatiera entre el
sueño, el recuerdo, la invención de la lejana imaginativa infantil y, sin duda,
en medio de un mundo surrealista, que extraído de sus raíces, y comparado con
la lejana realidad de este Madrid, pueda hacer creer que nuestro entorno es el
irreal, mientras que aquella nube de magia al borde de los acantilados es lo
más auténtico y justificable. “Ahora que lo he soñado todo, quizás sea el
tiempo de despertar”, dice expresamente el personaje en un momento dado,
que sabe que ha vivido lo que relata y que está haciendo un viaje de retorno
para comprender, pero que aún así sabe que todo ello es contiene algo de sueño.
La escritora aprovecha para exponer
como algo natural, aunque sea de manera “retrospectiva”, las preferencias sexuales
del tío Aristóteles, que desde la adolescencia pelea a muerte su derecho a
elegir “A lo que se refería mi madre con otros cambios era a su
bisexualidad. Desde aquel episodio de las fiebres y el tic en la ceja,
Aristóteles podía enamorarse igualmente de hombres que de mujeres. Llegaron
tiempos complicados para mi tío”, narra Hank. Pensando en varias décadas
hacia atrás, sería inimaginable lo que la autora muestra sencilla y claramente,
pero en este mundo mágico, parece que lo justo es natural: “A los 15 años le
tiraron piedras en el acantilado. A los 16 le dieron una brutal paliza y lo
dejaron tendido en el callejón del Bar el Ancla. A los 18 le pincharon las
ruedas de su primer coche. A los 21 le tiraron huevos por la calle. A los 22 le
insultaron en la carnicería y a los 23 Aristóteles decidió mandarlos a todos a
la mierda y encadenarse desnudo en la base del faro pidiendo que le mataran”.
Tras yacer con una joven meiga, emocionada por el encadenamiento de Aristo, y
quedar ella embarazada esa misma noche, todo cambia en su entorno “Como
todos en el pueblo empezaran a considerar el acto de mi tío una gesta propia de
los héroes clásicos, los chavales que habían sido verdugos de su causa durante
aquellos años, prometieron dejarle en paz para siempre”. Todo se defiende
en la novela en esta sociedad de Viraiñas, salvo la violencia, que quedará
siempre al margen y con el rechazo del pueblo
Sin embargo, y aunque el
tratamiento especial se le otorga en la novela al entorno de la muerte y los
muertos, así como su relación directa con los que quedan, la novela se dirige
con gran peso hacia la temática de la vida, del encuentro con los propios
conflictos, el paso del tiempo, la comprensión de uno mismo, y la contemplación
de aquello que puede parecernos extraño, para que no sea rechazado.
Todo el “mundo Hank” discurre
entorno al faro del pueblo, señal del camino de retorno, desde el momento en
que recibe las cartulinas hasta desvelar cada uno de los secretos del pueblo,
de su gente y de los motivos del propio protagonista “Regreso al faro.
Vuelvo recurrente como un boomerang al faro”. Los secretos de Manuela y de
Elvira no se reencontrarán con el presenta hasta que todo lo demás haya
regresado al presente del protagonista, pero sólo para descubrir que el pasado
de Hank ha dejado descansar a su pasado en Viariñas.
La manera de aparecer de Serena,
que parece la última oportunidad de Hank en su desarreglada vida, “Miro a
Serena a través del cristal de la tienda […]Tengo 35 años y todavía no sé qué
decirles a las mujeres que me importan en la vida. Me regresa un nudo terrible.
Es el mismo nudo que me tragué con dieciséis años cuando mi madre me preguntó
si me gustaba Manuela”. Y la autora no desaprovecha la ocasión de meter los
espacios del teatro madrileño por medio “He acabado mi libro. Me gustaría
celebrarlo contigo esta noche, ¿me dejas invitarte a una copa en el Parnasillo?”,
que para eso es autora para teatro y además está vinculada a él. Pero esta es
la parte de la historia en que el protagonista alcanza fondo y no le queda otra
que nadar hacia arriba, de manera que cada lector tendrá que llegar hasta allí
por su cuenta.
Una extraña novela, la que nos
ofrece Cristina Redondo Alonso (la autora, de la que hablábamos
recientemente) en la que todos los relatos que la componen, giran entorno a
la narración principal, describiendo a un pueblo que se pierde en la niebla de
los acantilados marinos, que se muestra tan anclado a la tierra, como
inevitable ve perder a sus pescadores en la mar, y que acaba por descubrir
miserias y bellezas de la mente humana a través de la magia de su imaginación.
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