miércoles, 12 de noviembre de 2014

Entrevista con Fernando Palazuelos sobre su nueva novela FUNÁMBULOS CIEGOS

¿Cómo definirías esta novela?

Es una fábula. Trata de poner en palabras algo que es imposible de comprender. El autismo es un universo paralelo, una dimensión que está muy relacionada, simbólicamente, con ese otro ámbito del otro lado del espejo que son la literatura y otras modalidades artísticas. No me refiero a los autores, sino al cosmos de lo imaginario, a esa otra realidad. Para penetrar en los misterios cifrados del mundo quizá sólo es útil la mirada sensible y el poder mágico de una metáfora.

¿Cuál es el argumento?

Un psicopedagogo se traslada a un pueblo del sur para trabajar con niños autistas. A través de su diario vemos su modo de entender esa misión, pero descubrimos también que en su vida hay una clara senda de reconstrucción. Ése es el segundo tema del libro: el afán de superación de alguien que sabe que nadie es perfecto.
 
Una vez más se cumple una premisa ya firme en tu carrera literaria; tu gran apertura temática y de estilos. Escribes novela, relatos, poesía y teatro, incluso has realizado las ilustraciones de tus libros de narraciones breves. ¿Cuál es la razón de plantearte así la creación?

Evito el camino trillado. Cada proyecto ha de atraerme y cautivarme por completo. No comienzo a escribir de lo que sé y domino, sino de aquello que en principio desconozco. Indago, profundizo y comparto. Es el proceso lo que me enriquece. Reflexiono sobre un tema, y por ello busco el camino adecuado para cada libro o cada obra teatral, un sendero único, distinto de las vías usadas en otras obras.

¿No es arriesgado trabajar así?

Claro. Pero ahí reside mi satisfacción. Cada proyecto es un nuevo desafío. Invito al lector a que se sitúe a mi lado y se pregunte cuestiones hondas, asuntos que nos conciernen como seres humanos. Trabajo mucho los textos para dejar páginas lo más pulidas y sensatas posible.

¿Por qué ese interés por siete niños autistas?

En el humilde barrio de viviendas sociales en el que crecí, en un entorno de unos pocos portales había siete muchachos con retraso mental o con síndrome de Down. Desde niño sentí simpatía y lástima por este tipo de personas. Eran niños grandes, seres inocentes y vulnerables. También había dos hermanos que estuvieron en mi clase, dos niños que nacieron con una malformación congénita y apenas podían caminar. Para sostenerse de pie tenían que llevar unos aparatosos hierros atados a las piernas con correas. Crecí con una honda pena por personas que por algún designio del azar sufrían cierto tipo de tara. Era cuestión de tiempo que en algún momento decidiera escribir sobre seres tan especiales.

Has confesado que el proceso de creación de este libro ha sido muy largo.

Sí. Es cierto. Escribí una de mis novelas en seis meses, otras en año y medio. En este caso lo delicado del tema me ha hecho invertir doce años. Evidentemente he dejado reposar el texto larguísimas temporadas, preparando obras de teatro y libros muy distintos. De cuando en cuando retomaba el proyecto y de nuevo lo dejaba reposar, para conseguir distancia y objetividad. En cierto momento llegó a ser finalista en dos certámenes literarios. En lugar de tomar eso como un signo desfavorable, lo tomé por el lado optimista. Hay esencia, pensé; tengo la oportunidad de pulir y mejorar el texto para lograr lo que pretendo. Kurt Vonnegut escribió más de dos mil folios para al final elegir las doscientas páginas que consideró definitivas para su magnífica novela Matadero Cinco. En mi caso necesitaba pulir lo más posible para que el libro fuera una visión realista, pero cargada de ternura y sensibilidad.

Algunos críticos han señalado que tus libros ahondan de un modo muy emotivo en la esencia humana. ¿Qué hay de eso en Funámbulos ciegos?

Quizás sea el libro más tierno que haya escrito hasta ahora. El gran problema era el peligro de caer en la ñoñería. Mi plan era crear una historia realista y conmovedora, aun sin que ofreciera soluciones a un asunto que no tiene explicación. El lector ha de sacar sus propias conclusiones. Con sus sentimientos y emociones remata la esencia del libro. El lector es inteligente. No sólo permite que las metáforas y el lenguaje de los silencios penetren en su cerebro, sino que se siente encendido por dentro cuando descubre sentimientos y empatía.


¿Hay en el libro algún otro elemento narrativo que destacarías?

Por supuesto hay muchos temas que subyacen: la duda respecto a la existencia o no del destino, la fe o el escepticismo, la paternidad, la dedicación de un psicopedagogo, la necesidad del ser humano de buscar explicaciones tangibles para hechos que no puede comprender... Y claro, también hay un secreto, la particular mochila del protagonista, cuya personalidad vamos conociendo poco a poco.

No es un libro para desgajar datos clínicos. Se intuye que la pretensión de la novela es ofrecer una visión tierna, casi poética, de una realidad muy difícil. No obstante, hay algunas anécdotas muy interesantes, por ejemplo la de una niña que nunca ha hablado.

Sí, la página que lleva por título La voz de Ana. Quizá a algún lector le parezca una osada licencia de la imaginación, algo increíble o al menos muy poco probable en el mundo real. Pero precisamente ese pasaje está inspirado en un hecho verídico experimentado por el terapeuta Bruno Bettelheim.

Una última pregunta. ¿La portada es obra tuya?


Sí, suelo diseñarlas yo. Es un capricho personal, y en esta ocasión reconozco que no ha sido nada fácil. Recuerdo la leyenda china del artista al que el emperador le encargó pintar un cangrejo, el mejor cangrejo jamás pintado. De vez en cuando el mandatario le preguntaba por el trabajo, pero el artista le daba largas. Diez años dedicó a pensar cómo realizar el encargo, trabajo que finalmente realizó de un solo trazo, en un gesto o impulso medido. Si el proceso de maduración del libro ha sido largo, también lo ha sido éste: he tardado esos mismos doce años en lograr condensar en una imagen la esencia del libro. De vez en cuando pensaba en ello. Y al final, cuando la visualicé mentalmente, la confeccioné en unas dos horas. Ha merecido la pena esperar. A mí me parece sugerente y sutil, emotiva pero a la vez con un informal toque de simpatía.

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