/ Autora: Marisol Torres Galán
Ed. Baile del Sol
Nº páginas: 124
Ed. Baile del Sol
Nº páginas: 124
/Antes de comentar este libro de relatos de Marisol Torres Galán lo primero que tengo que decir es que es amiga mía. Pero es que, además, tenemos una complicidad especial porque miramos la vida y la literatura de la misma manera. Eso hace que nuestra amistad trascienda más allá. A veces, juntos, hacemos magia.
Así que, dicho esto, no me extraña que sienta la pulsión de muchos de estos relatos en mis dedos. Algunos ya los conocía, su ritmo medido y sus ganas de transmitir sensaciones mientras se cuenta una historia. Trabaja tanto la forma como el contenido, dejándose llevar por la emoción que siente cuando escribe. Es imposible no sentir ese deseo de llegar al lector.
Me ha gustado la evolución y la estructura de las historias de «Cabotaje», que transita desde los primeros recuerdos de la infancia hasta la pérdida de los mismos recuerdos en la vejez. También he visto el hilvanado que Marisol Torres Galán ha ideado para darles continuidad. Un hilado nata forzado, natural, que no llama la atención. No deja ver las costuras de su escritura, el trabajo que hay detrás. Eso también lo agradezco, porque últimamente me estoy encontrando con autores que prefieren imponer su voz narrativa a la voz de los personajes, haciendo que el lector se fije más en ellos como autores que en la historia que cuentan.
En muchos de los relatos aparece el dúplice de Marisol Torres Galán. Se llama Amanda y le gusta amar y ser amada (bien amada, debería decir). Es entonces cuando la reconozco mejor. En esos relatos llenos de erotismo, sensuales, todo fluye y se vuelve líquido y apetecible. Domina las situaciones, las estaciones del camino al éxtasis, los puntos «ges» que erizan el vello y llevan a la extenuación. Amanda, la hechicera del deseo, la diosa de la felicidad, está muy presente en el libro.
La sorpresa llega al final de «Cabotaje», cuando reconozco en uno de los relatos una historia que me hace estremecer y comparto con Marisol Torres el sabor agridulce de la vida. Les cuento: el personaje principal es un señor maduro pero no anciano, enfermo de Alzheimer. La enfermedad progresa lenta e inexorablemente, pero todavía puede reconocer una imagen, a su familia, un sabor. El personaje acude cada tarde a su cita con la lectura frente a la chimenea. Del montón de libros que hay sobre la mesilla elige uno. Es una novela corta que acaba de leer hora y media después, justo antes de cenar. La familia le pregunta por el libro, si le ha gustado, de qué va, y él les cuenta algo de la narración que le ha llamado la atención, apenas un apunte, una pincelada. La tarde siguiente, frente a la chimenea y después de mirar la portada, elige el mismo libro para leer. No, no lo he leído antes, responde a la pregunta obligada, y les cuenta algo nuevo del libro que se ha quedado marcado por un momento en su memoria. Al día siguiente, y al otro, y al otro. Cada tarde coge de la mesilla el mismo libro que no, no lo he leído antes, y del que detalla una nueva anécdota ante el titilar compasivo de todos los ojos y el asombro por el poder que otorga encontrar la novedad cada día en el mismo libro.
La vida, la vida no nos dejará de sorprender. Y de eso debe tratar saber vivir, de estar dispuestos siempre para el asombro.
Pues bien, esta historia está basada en la realidad. El libro que el personaje maduro pero no anciano lee cada tarde es mi novela «La enfermedad del lado izquierdo» y el protagonista desmemoriado de este relato es el padre de Marisol Torres Galán.
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