AMADOU NDOYE
África más allá del tópico
Ed. Baile del Sol. 2014
A veces
bromeábamos con Amadou diciéndole que más que un estudioso ensayista, era la
gran promesa de un novelista espectacular. El se reía, sonreía y decía: ¡eso no
puede ser muchacho! Pero ninguno le creíamos porque su habilidad para enlazar y
capitular relatos inverosímiles era la prueba irrefutable de que era un homo
narrator.
-
¿Cómo
está Olga, cómo está Mariano, cómo está Pepín? – sonaba su voz inconfundible al
teléfono.
Al día
siguiente ya estábamos comiendo los sabrosos manises tostados y macerando las
hojas para hacer el bissap. Eran los cacahuetes con un sabor único, como los
que vendía en cucuruchos el manisero de la canción. Con el mismo aroma de las
canciones acubanadas y paternas de timbre inconfundible y el recuerdo de unas
manos arrollando cucuruchos para con el pico divertir nuestros más alejados
recuerdos de inviernos, laureles y charcos en la niñez de nuestros barrios.
-
¿Cómo
estáis los caballeros? Nos despertaba en aquellos días mágicos en su casa de la
gran Medina, acercándose a la ventana del patio, mientras la nurse de sus hijos
todavía pequeños, nos acercaba el desayuno.
Y es que los
sincronismos de la vida nos llevaron a coincidir con él en una entrevista
radiofónica a principios de los ochenta. El era un perfecto desconocido y
nosotros unos músicos atrevidos que compartimos la mesa del estudio, sin pensar
que años más tarde nuestros caminos se encontrarían.
Hasta tal
punto esto fue así que he tenido la enorme suerte de presentar sus tres libros
publicados por la emprendedora editorial Baile del Sol. Los comentarios han sido unánimes, nuestro hombre
en África nos ha ido desentrañando lo que una visión extraviada y llena de
tópicos instalada en nuestra aculturación había propiciado.
Se necesitan
clarificar muchas cosas, casi deconstruir como cita el prologuista de esta
obra, y por ello una de las afirmaciones más reiteradas por Amadou Ndoye ha
sido habitualmente la contenida en esta frase: el pasado africano de Canarias es
mileranio, mientras que el pasado europeo de las islas sólo es centenario. Y esto viene a colación en ese común pasado de
esclavitud remota, colonialismo y aculturación en que Amadou Ndoye ha sido y
continúa siendo un referente para la dicha deconstrucción de una identidad
sumida exactamente igual que la africana, en el tipismo y en toda clase de tópicos
padecidos por el hombre insular.
Es de
esperar y desear que los libros de Ndoye ocupen de forma definitiva el lugar
que les corresponde en nuestro acervo cultural y si hace falta repetirlo habrá
que hacerlo. Por su profundidad intelectual, por su calidad literaria expresada
con acierto total en una lengua que además no es la suya materna, precisamente.
De los
variados ensayos que contiene este libro y para dejar intacta la curiosidad del
futuro lector me centraré en tres de ellos: La
presencia del bolero en Senegal, tema etnomusicológico que desarrolla con
verdadera maestría antropológica, Las
creencias africanas a ambos lados del Atlántico que recorre el tema del
espiritismo y la magia en Canarias y África, y también Esas voces de narradoras y narradores senegaleses tan lejanas y tan
cercanas.
Comienzo por
el tema musicológico porque éste es como dije al principio el que me llevó a
entablar una relación epistolar con Amadou que se continuaría más tarde en
diversos viajes al país africano en visitas a clubes de jazz, escuela de artes,
aprendizaje de la kora y conocimiento de afamados músicos del continente como
Papa Seck, Pap Niang, Baba Maal, Les Freres Guissé o Youssou N´dour. Y es que
fue tal la insistencia por mi parte en este tema que a nuestro autor no le
quedó otro remedio que escribir un artículo para el primer número de la revista
El Vigía bajo el rótulo La Música
africana. Él había escrito un texto de título Jazz y Literatura que había presentado y leído en Madrid y en
Francia, pero que era largo como una tesis y nosotros necesitábamos algo más
fresco y acorde al impacto de la música africana de aquellos momentos de
finales de los ochenta cuando los sones de la salsa parecían menguar y la
música étnica aflorar. Uno de los primeros nombres que aparece en este capítulo
IV de África más allá de los tópicos es el de Johnny Pacheco, con quien
precisamente tuve ocasión de departir largo y tendido en el camerino de la
Plaza de toros en Santa Cruz de Tenerife durante el gran festival de salsa
auspiciado por la tabaquera Coronas. Había regresado entonces de Senegal hacía
pocas semanas y charlé con Johnny precisamente
de ello, de Papa Seck y su flauta travesera, de los ancestros isleños
del propio Pacheco y hasta de los super equipos de sonido de ahora y sus
conciertos multitudinarios en Nueva York con la cuarto parte de vatios.
En los
cincuenta nos cita a Abelardo Barroso, el caruso cubano y así nos confirma que
muchas vocaciones de hispanistas nacieron, porque africanos del oeste
escucharon a boleristas, guaracheros y charangueros. Los africanos se adueñaron
plenamente del bolero, el cha cha chá y la rumba a finales de los cincuenta y
así hasta los 70 con la orquesta Baobab,
la Number one y locales como La estrella polar, El molino rojo, el Miami,
donde diera sus primeros pasos Youssou N´dour que cantaba salsa antes de ser
una estrella del mbalax.
A partir de
esas fechas la racha nacionalista se traduce en instrumentos, vestidos, baile
tradicional y los sonidos del Caribe dejarán paso a ritmos nacionales y
étnicos. Magnífica exposición diríamos donde la perspectiva difusionista es
clave, pero también el funcionalismo y evolucionismo etnomusicológico, para
concluir con unas frases memorables cuando dice que para entender el dolor y el
amor no es preciso ser latinoamericano, basta ser humano simplemente y que africanos
y afrodescendientes saben mucho del dolor...“hemos tenido que desplegar tesoros
de un amor inoxidable para sobrevivir a congojas y desazones en un mundo en que
nos ha tocado a menudo luchar con armas desiguales”. O esta otra de Art Blakey
“nuestra música es un reto permanente a todas las humillaciones e injusticias
que hemos tenido que aguantar desde hace generaciones”. Para concluir con una
cita de Fabio Betancort: “la confluencia musical supone pliegues y repliegues
etnomusicales, préstamos, puntos de encuentro de tradiciones musicales
existentes, hibridismos, tentativas aleatorias, desplazamientos sonoros y hasta
fusiones de géneros y estilos“.
Con todo
esto concluye Ndoye: Quien se entera de que sonidos negros se colaron en el
flamenco y el tango no se extrañará de que el bolero, como el son, la guaracha
o el mambo hayan vuelto a casa para ser acogidos con brazos y corazones
sorprendidos y abiertos.
En el
capítulo II encuentra Amadou el entronque de la magia en ese triángulo del que
reiteradamente nos habló y no sólo en el terreno musical como es obvio, entre
África, Cuba y Canarias. Y lo halla en lo mágico de la obra tan conocida de
Luis León Barreto: Los espiritistas de Telde: “el médium por excelencia en la
obra es Juan Camacho, es el enlace entre los espíritus y la futura víctima,
Ariadna. Es el nexo entre razas, culturas, sistemas religiosos, espacios y
tiempos. Vincula a Canarias y Cuba, ya que se traslada del archipiélago a las
Antillas a principios del siglo XX y recibe una iniciación por adeptos lucumíes
y congos en la isla caribeña”. Si el lector precisa una clarificación mayor,
ésta se encuentra en la página 96 donde Amadou hace responder al narrador a su
pregunta ¿Cómo entender la persistencia de ciertas creencias y actitudes? El
narrador sume a su lector, nos dice, en las aguas de la historia canaria, descubriendo
de paso elementos de los condicionamientos socioétnicos y socioculturales de la
isla, que se tenía tendencia a olvidar, ritos de magua de conversos berberiscos,
negros de Cabo Verde y Guinea, danza del pámpano roto, ritos de adivinas y de
iniciados del Corán y fe judía de los expulsados. En la página 97 encontramos
esto: “Del África del Norte son oriundos los guanches, primeros habitantes del
archipiélago, que dejaron su impronta en las distintas superficies y subsuelos
de las islas. A ellos se unieron europeos y africanos negros. Esos llegaron con
su cosmovisión y aportaron su contribución cultural a la construcción de la
idiosincrasia pese al modo en que se ha escrito la historia hasta la fecha.”
En el
capítulo V nos advierte el autor que van a desfilar en la antología de
narradores y narradoras que nos presenta varios períodos de la historia de
Senegal, desde la independencia y antes hasta el principio del siglo XXI. La
historia, nos dice, está en los personajes, los acontecimientos sean estos ficticios
o reales y también en los silencios.
Lo que fue
perder la hacienda, la autonomía de milenios y explicarlo con palabras
sencillas aparece en Los tambores de la
memoria. Las matanzas y trabajos forzados y el compartir con los blancos
solidarios se perciben con claridad en Excelencia,
sus esposas. Lo que supone que un poder se vaya y otro aparezca dando lugar
al cuestionamiento de la situación y su continuismo se ve con claridad en El cubo de basura. Y ese desorden
económico según Amadou quien mejor lo ilustra es la novela Xala. La aceptación del multipartidismo a raíz del mayo 68
senegalés se ilustra en El vientre del
Atlántico. El puro cuidado de las apariencias en Bueno como el pan. El collar
de paja es otra buena novela a juicio de Amadou que desvela una crítica a
la poligamia y varios aspectos de la tradición, el sitio reservado a las
mujeres. La huelga de los battu o El juego del mar, son otras obras cuyo
análisis detallado encontrará el lector en estas páginas. Ndoye concluye
enumerando los obstáculos que le quedan por superar a la narrativa senegalesa.
Un escaso número de lectores, la flaqueza del poder adquisitivo, el idioma y la
difícil distribución de las obras. Cheickh Aliou Ndao, Ousmane Sembene y Boris
Diop tienen la convicción de que su identidad remite al vacío al escribir en
otra lengua; algunos de ellos han decidido escribir en wolof, idioma materno
mientras que Ousmane Sembene, llevó sus novelas al cine para acceder al público
menos culto.
Sólo me
resta felicitar a la editorial Baile del Sol por poner a nuestro alcance esta
obra y a su prologuista Antonio Lozano por haberme introducido en estos ensayos
de una manera tan adecuada, con datos y citas como esta, contestando a un
desafortunado discurso de Sarkozy en Dakar: que
mientras su país (Francia) y el resto de Europa, se sumían en el siglo XIII en
la sombría Edad Media, en las orillas del Níger florecía un Imperio, el fundado
por Sundiata Keita, que gozaba de una ley magna, llamada de Kurukanfuga,
considerada por muchos como la primera constitución de la historia, que
consagraba la libertad, la solidaridad y la tolerancia como ejes sociales
fundamentales y que, entre otras cosas, afirmaba que “las mujeres, además de a sus tareas cotidianas, deben ser asociadas a
todos nuestros gobiernos” o esta
otra: “Tombuctú, una ciudad que disponía
en el siglo XV de una universidad que albergaba a más de veinticinco mil
alumnos de varios países, y por cuyas calles transitaban sabios de todas las
disciplinas, humanísticas o científicas, que componían el saber de aquella
época”, que nos posicionan del lado de un futuro compartido y solidario.
© Roberto Cabrera
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