NOTAS DE LECTURA 1. SONIA SAN ROMÁN. ANILLOS DE SATURNO
Escribe Steiner en Gramáticas de la creación que «Desde la Antigüedad clásica, la faceta nocturna de la soledad creadora ha sido emblemáticamente representada por Saturno, por la caracterización del poeta y del artista como “saturninos”. Nacido bajo un astro sin luz, habita en la melancolía», pero yo no encuentro mucha melancolía en Anillos de Saturno (Baile de sol, 2014), el nuevo libro de Sonia San Román (Logroño, 1976) sino tensión interna, compromiso moral (perceptible desde una de las citas que encabezan el libro, la de Albert Camus), rebeldía ante el status quo social y económico, ternura y solidaridad. Sonia entiende la poesía como una tabla de salvación personal en la que las incertidumbres vitales quedan expuestas al escrutinio del yo, salen a la luz, se vuelven visibles y con ello mensurables, comprensibles, pero también la entiende como un medio de revelación en el que los detalles más insignificantes de la vida cotidiana adquieren una importancia esencial. Carmen Beltrán escribe en el atinado prólogo del libro que ese «deseo de subrayar lo pequeño, lo no evidente, la dignidad de los engranajes ocultos que nos sostienen» es perceptible en toda su escritura. Esas anécdotas van tejiendo una red que nos atrapa apenas sin darnos cuenta. La construcción de los poemas está sujeta a una serie de repeticiones léxicas y semánticas que, como si fuera un truco de magia, maravillan al lector, igual que el hermoso efecto arcoíris que produce el sol cuando percute sobre los anillos de Saturno. Tal vez sea la experiencia de la maternidad la que entreteje la urdimbre de la escritura. De un modo u otro, está muy presente en muchos versos, por ejemplo: «No querer repetir/ y saberse eco./ He aquí el dolor/ de ser madre» o estos otros: «Dejar de ser hija/ a golpe de machete/ para poder ser madre». Por pura lógica, esa experiencia supone un cambio sustancial en la vida, en el orden de prioridades a la que estaba sujeta. El instinto de protección se ha exacerbado y con él, la conciencia de su propia identidad, una identidad que, cuando los versos retornan al pasado, estaba acaso demasiado sujeta a la opinión de los otros. Ahora, por el contrario, la poeta es consciente de ser quien es y del lugar que ocupa en el mundo. La experiencia, aunque dolorosa en ocasiones, la ha fortalecido, y es fortaleza es la que trasmiten estos versos desnudos, sinceros, convincentes: «Mi voluntad reverdece en esta tarde/ mojándome los pies/ y, en tus pies mojados,/ me tumbo a echar raíces». No quiero dejar de señalar además el conflicto subyacente entre la realidad y el sueño, o la alucinación, tan ponderada por José Hierro (San Román coordinó el año 2012 una antología-homenaje a Hierro, publicada por Ediciones 4 de agosto). La desesperanzada conclusión es que la realidad acaba imponiéndose a los sueños, «la realidad se burla/ de mi búsqueda…// Y yo, tan lejos de todo/ me encuentro a mí». Sonia San Román no rehúye la denuncia social o la perversidad histórica. El país al que su hijo asoma la cabeza «aún tiene bisabuelos tirados en la cuneta…», es un país— no es un problema de geografía, sino de genealogía— de gente interesada, injusta y desmemoriada, pero quedan resquicios, posibilidades de amor y de transformación, por eso conmina a su hijo a sembrar amor «en las cunetas, en los caminos,/ en los olivares, en los cimientos abandonados/ de los abuelos que creyeron/ en el cuento de la lechera/ y planta letras/ junto a corazones». A esas verídicas posibilidades se aferra Sonia, y sus lectores con ella.
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