“Y en lo que en mí fue un golpe esperanzado que me hizo brotar lágrimas de regocijo, en Eloína solo fue un instante de vacilación y la cosideración de otras posibilidades igual de desgraciadas“.
(Días de lluvia, Luis Junco, colección Sitio de Fuego, Bailes del Sol Ediciones)
Las reacciones son encontradas con Días de lluvia, una novela de Luis Junco y que apenas cuenta con un centenar de páginas. Se escribe son encontradas porque se trata de un relato atípico en la producción narrativa actual en España; también porque deja cierta sensación de exigirle algo más porque cuando se llega a su final hay como restos que quedan en el aire, asuntos que no se resuelven, historias que se difuminan en los siempre sospechosos puntos suspensivos.
Pese a todo, Días de lluvia tiene la virtud de entretener y de contagiar de su misterio mágico al lector.
La historia está bien armada, y su estilo, la forma de contarla, resulta sencilla, una sencillez que camufla la complejidad y las ambiciones que su autor, Luis Junco, depositó en ella.
El empleo de lo fantástico, siempre ambiguo, le viene bien a un relato que se desarrolla en un año, 1974, trascendental para la historia de España, y sirve de metáfora para anunciar lo que vino a continuación así como para describir cómo aquellos hechos que ya forman parte de nuestra memoria como país afecta a los protagonistas del relato. Una galería de personajes que nadan a la deriva, solitarios a los que las circunstancias unen a modo de familia postiza porque residen en una pensión madrileña.
Luis Junco construye su novela a modo de compartimentos que no son estancos. Por un lado propone el relato de un profesor de instituto,Marcial Buenaventura, quien ha desarrollado una teoría aparentemente, solo aparentemente dentro del juego de realidades que propone la novela, extravagante: los anhelos y sentimientos de las personas afectan a los cambios meteorológicos. Por otro, la historia se bifurca en una serie de recuerdos que conducen al lector a los años de la Guerra Civil, en un Madrid marcado por el odio y la tragedia fratricida.
También hay fantasmas que pudieran ser no reales que hablan con personajes que están vivos aunque también podrían no ser reales.
El escrito intenta mantener un equilibrio objetivo entre las (in)justicias que se cometieron en ese conflicto y cuyas heridas aún no han sido cerradas. La interpretación es que todos, con independencia de su ideología, resultaron víctimas de unos momentos que eran demasiado cercanos a un año de la muerte de Francisco Franco, un 20 de noviembre de 1975, fecha que supuso un punto y aparte en la Historia, con H mayúscula, de la España que conocemos.
Más allá de los hechos históricos en los que ambienta el relato, teñidos de magia, Días de lluvia reflexiona sobre la soledad y el amor y de lo íntimamente relacionado que están los sentimientos, ya lo hemos dicho, con los cambios de tiempo.
La lluvia que da nombre a estos días se convierte así en anuncio de que algo cambia. Se transforma. Y esa metáfora tiene una importante justificación poética. Tanto que se detecta en sus páginas y en la notable capacidad como narrador que tiene el autor de esta pequeña pero también desconcertante novela.
Una novela que provoca reacciones encontradas y que procura no caer en lo cursi y lo fácil para decantarse por un relato en el que más que explicar, muestra cómo se quebró la vida de algunos de sus protagonistas. Hombres y mujeres que, inconscientemente, contribuyeron a cambiar el mundo cuando asumieron, o al menos alcanzaron a comprender, cuál es el origen de su tristeza.
Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.
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