No es Karmelo C. Iribarren precisamente un recién llegado al panorama de las letras españolas, le avala una sólida y personalísima trayectoria poética, una obra poética que ha sido respaldada por un número de lectores cada día creciente, no pudiendo obviarse las sucesivas ediciones que ha tenido su antología, La ciudad(Renacimiento, 2002 y 2008), y lo que hasta ahora son sus obras completas, Seguro que esta música te suena (Renacimiento, 2005 y 2012). La poesía de Karmelo C. Iribarren podría definirse como realismo minimalista, o realismo limpio, como una vez lo calificara Luis Antonio de Villena, llegando ese minimalismo tal vez a sus cotas más intensas, en su última entrega poética,La piel de la vida (Baile del Sol, 2013). Se abre este poemario con una cita del gran José Luis Parra, uno de los perdedores de la reciente historia de la literatura española, un enorme poeta que no tuvo el merecido reco-nocimiento en vida, para adentrarse en territorios que ya nos son comunes en la poesía de Iribarren, la felicidad, -o su ausencia-, ese don escaso que se nos otorga en muy raras ocasiones y que se agota rapidamente y que hay que saber administrar con sabiduría, para que la felicidad / no empiece / a terminarse…, afirma en “Pequeños grandes momentos”. El escenario de La piel de la vida, son esos días cotidianos, grises, iguales unos a otros, los días de entresemana, que son los que verdaderamente conforman nuestra existencia, pues los días de asueto sólo son un breve espejismo, un ligero descanso para que nos podamos enfrentar de nuevo a los días corrientes, esos que son los asesinos del amor. El paso del tiempo, no en vano el poeta tiene ya 53 años, como se recoge en “Crepusculario” y la soledad son dos de los ejes temáticos de La piel de la vida, Y he regresado cabizbajo aquí, / a mis palabras y la soledad, nos dice en “Nostálgico de azules”, un paisaje interior dominado por ese saberse solo en el mundo y con el único refugio de la poesía, -él tiene las playas del sur, yo la poesía, afirma refiriéndose al sol y a sí mismo.
Iribarren tal vez ha cambiado el escenario de los bares al que nos tenía acostumbrado por uno más íntimo, por el silencio del hogar, por el reloj de la cocina, el ruido de la nevera, donde se desarrollan los dramas cotidianos, todo aquello que pudo ser y no fue, donde se constatan el paso del tiempo y de los años, y sobre todo / lo que pudo ser…, escribe en “La lluvia”. Pero no se llega a los 53 años indemne, se tienen cicatrices, y muy hondas, de esa pelea que no perdona errores, ni concede segundas oportunidades, que es la vida, Que si sigo / pateando estas aceras, / no es por pura casualidad, afirma en La pelea, y desolador nos muestra Iribarren un futuro donde –ya muy viejo y solo-/sentado en un banco / empiezas a llorar, aunque el poeta vislumbre a veces, también, eseincesante / soñar con lo imposible, que tal vez nos ayuda en ese desolado oficio que a veces es el vivir. Soledad que se palpa en medio de las tardes vacías sin sentido, […] la tarde /-esa isla de tedio / a la deriva-, que desembocan en noches de soledad, en los cuartos baratos donde se hospedan los viajantes al lado de las carreteras comarcales, donde tampoco hoy / te espera nada, nadie.
Junto con el paso del tiempo y la soledad, el otro eje temático de este gran libro de poemas, es la presencia del amor, un sentimiento que se muestra tal vez como único consuelo entre tanta soledad, aunque sólo se vislumbre; el amor en forma de mirada que puede contener toda la belleza del mundo: en tus ojos / el temblor en el río de una rama / cuando un pájaro la deja…, un amor que se nos presenta en forma de deseo de ausencia, de voluntad de olvido, Para no pensar en ti, / me asomé a la ventana, a mirar / la tormenta. La mujer que, tal vez, puede devenir como sentido del mundo, como su más oculto significado; cuando se contempla una mujer desnuda en los primeros vislumbres del amanecer, justo ahí, el poeta nos dice que nos encontramos justo en el centro / del secreto del mundo. Una presencia del amor que es también deleite de la carne, rincones dulces donde adentrarse, donde los dedos son soberanos del goce y el deleite, donde son Pequeños cicerones / a los que seguir / por el salvaje territorio de la dulzura.
Pero el amor, si bien es pasión y deleite, también tiene su reverso tenebroso, el del olvido, donde quien es objeto de nuestra devoción, apenas puede ya esbozar un simple remedo de nuestro rostro en su memoria, como se enuncia, en ese poema, tal vez clara muestra de lo que la concisión y el minimalismo pueden llegar a conseguir en la poesía de Iribarren, me refiero, a “Pero en ti”, Como un recuerdo que no consigues / recordar. // Un día / no seré más que eso. // Pero en ti.
Es Karmelo C. Iribarren, un poeta que ya merece por motivos más que sobradamente demostrados, un lugar en la historia de la literatura española, sin embargo, él afirma en el poema final de La piel de la vida, “Gloria efimera”,que se ha visto en una monumental historia de la literatura, en una nota minúscula en cursiva, y lo afirma con la modestia que suele caracterizarle, quien posee el don de pensar la vida, como definió Ángel González a la poesía. Desconozco si tendrá un lugar en la historia de la literatura, eso son azares inciertos, en los que no siempre la calidad literaria asegura un puesto. Donde por supuesto lo tiene, y desde hace mucho, es en nuestro corazones.
Iribarren C., Karmelo. La piel de la vida, Tenerife: Ediciones de Baile del Sol, 2013, 64 páginas. 10 €
No hay comentarios:
Publicar un comentario