(reseña de Oxígeno en lata, de Alberto García‐Teresa ‐Baile del Sol, 2010‐)
por Mª Ángeles Maeso
Alberto García‐Teresa (Madrid, 1980), filólogo y activista cultural, entregó su primera publicación en 2008, La brigada poética, una plaquette que proponía espacios para la convivencia urbana y poética: “A cada transeúnte se le donó una palabra en desuso: «amor», «fraternidad», «ajeno», «prójimo», «amigo». Términos nucleares para la configuración del mundo de este poeta. Ese mismo año publicaba Hay que comerse el mundo a dentelladas (Baile del sol, 2008) poemario que denuncia un sistema de organización social, responsable de tanta vida malgastada entre el trabajo y la servidumbre. Poemas para designar la tiranía de un presente que ya no precisa dictadores con nombre, pues “todo quedó atado/ y sitiado”; que exhiben la dimisión de unos seres deambulantes que, con el peso de un arcoiris roto, acuden con infinita tristeza a las oficinas de objetos perdidos. Hay que comerse el mundo a dentelladas mostraba cómo se amalgama en el interior de cada cual lo que iba a ser vida y no lo es, así como los espacios por donde el latido del amor y de la solidaridad va sin cuenta y asoma para construir el nosotros.
La búsqueda de ese héroe que, junto a otros, cada jornada se pone en pie es el asunto de su actual libro, Oxígeno en lata. Un héroe minimizado, resistente en una lata‐sociedad que lo reclama consumidor para ser a su vez consumido; mercancía en la lógica criminal del capitalismo, títere en la cadena de consumidores sin sangre ni saliva. De ahí, las metáforas que evidencian la identificación del supermercado con el tanatorio; uno y otro son espacios para la última fase de los procesos de producción. Objetos o personas. ¿Qué les diferencia? Oxígeno en lata es el resultado de una indagación, la del poeta urbano que busca un ciudadano y encuentra un votante o un espectador. La de quien ya ha visto su cuerpo tasado y suficientemente anestesiado para la producción y no tira la toalla y sigue buscando la belleza entre los tubos de escape, porque “La resistencia –explica el poeta‐ está cimentada en los actos cotidianos. Nuestra rutina consiste en perpetuar una muerte en vida: “ese absurdo acuerdo / por el que renuncias a la vida / para poder tratar de seguir viviendo”.
Del mismo modo que Antonio Machado nos enseñó que “Todo necio confunde valor y precio” García‐Teresa nos señala la estrechez de miras del economista, cuya vida se le escapa mientras, al servicio de la ganancia como norte, trata de convertirlo todo en dinero.
Se trata de poesía que pone al descubierto un ser humano roto, definido por las dos dimensiones con que es reclamado por el mercado: trabajador y consumidor. Lo demás, ya sabe, es silencio.
UN ECONOMISTA
UN ECONOMISTA NO sabe qué hacer con un arco iris.
No entiende el aleteo de una abeja,
por qué trinan escandalosamente las gaviotas,
qué guarda una camada en su madriguera.
Se inquieta ante un caracol que,
sobre una brizna empapada de rocío,
indiferente se despereza.
Ante el murmullo chispeante de un río,
ante un eclipse inundado de estrellas,
ante tu sonrisa o una mano abierta,
agita desconcertado su cabeza.
Un economista no escucha la memoria
ni atiende al compás de los latidos.
No sabe buscar tanteando en silencio la belleza
en toda palpitación dichosamente tendida
a la luz, al viento, a la alegría.
Un economista aún busca con vehemencia
con qué moneda comprar la vida.
(De Oxígeno en lata)
http://www.youkali.net/youkali10d-oxigenoenlata.pdf
doy fe de ello...
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