“Un viaje siempre es algo impredecible”, dice uno de los personajes de esta novela, y nada más lejos de lo que nos encontramos, porque acompañamos a Santiago, trabajador de una empresa de pompas fúnebres, divorciado, en el viaje delirante que inicia con su hija, que lo odia, y que no será más que un cúmulo de despropósitos. Si añadimos el hecho de que mantiene conversaciones a través de un chat con su padre muerto, planteamos el marco general en el que se desarrolla esta delirante novela de Miguel Paz Cabanas.
Santiago conoce a personajes extremos, tanto o más excéntricos que él mismo, se adentra en ambientes sórdidos, en paisajes apocalípticos, afronta situaciones tan espectaculares como absurdas, y mientras, es capaz de perder todo lo que le importa, incluso su propia existencia.
Y mientras, nos va dejando comentarios, apuntes, que nos hacen vislumbrar una vasta cultura: referencias cinéfilas, melómanas, pictóricas, y como no, literarias.
El estilo de Paz Cabanas es hiriente, duro, capaz de crear diálogos punzantes que otorgan un ritmo vertiginoso a la acción, algo a lo que también contribuyen los capítulos formados por conversaciones telefónicas reflejadas a medias. Y por supuesto, rebosante de un humor ácido, corrosivo, que se refleja tanto por lo que pasa, como por las conversaciones con el difunto padre y su visión de la vida y la muerte, y cómo no, por los comentarios que aliñan el desarrollo de la historia, por ejemplo:
"Veo un bar donde ofrecen vermú y entramos a beber. Es uno de esos locales que conserva, con cierta desgana, una filiación castiza: partículas de serrín, mejillones en escabeche y un dueño áspero y fondón. Su taciturnidad no es señal de inteligencia, pero sí de una astucia ancestral. La que tienen el noventa por ciento de las viudas y los camareros de este país” (p.45).
“Esta familia cenaría sin perder la compostura con Jack El Destripador. Ahí estriba la diferencia entre alguien que se sabe rico y otro que simplemente lo es. Los ricos de cuna, al contrario que la energía, rara vez se transforman. El Titanic se hunde irremediablemente y ellos, a bordo de un bote calefactado, hablan sobre criquet y comparten una copita de Anjou. Podrán tomar un remo si avistan un cadáver, pero lo harán para apartarlo de la quilla” (p.91).
Novela excesiva, durante la lectura no caerá de nuestra cara el esbozo de sonrisa que se dibujará desde la primera página – y que en muchas ocasiones cederá a la carcajada –, con un aire que puede hacernos recordar a la película «Miedo y asco en Las Vegas» de Terry Gilliam (basada en la novela de Hunter S. Thomson), otro viaje delirante. Y es que, como escribe Alberto R. Torices en el brillante prólogo de esta novela, “toda vida es al fin y al cabo eso, el viaje de un idiota”.
Raúl Rubio Millares
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