Esquina de mundo, Óscar Sotillos.
Leí Esquina de mundo en el lugar adecuado, creo. En otra esquina de mundo, en la sierra granadina. Realmente, no a tanta distancia el uno del otro y no tan lejos culturalmente como podría parecer, rodeados ambos por restos arqueológicos que certifican la presencia de vida humana en el lugar desde tiempos inmemoriales. En nada se parecían los paisajes, pero tintineaban en la cercanía paradójicamente idénticos. Y poco tenían en común las costumbres de uno y otro lugar, pero no me resultaban en nada extrañas. Debe ser que la esencia de los paraísos rurales de verano alimentados desde la infancia fueron todos construidos con similar atrezo.
Esquina de mundo es un libro para leer despacio y viajar mentalmente. La atmósfera de Montejo de Tiermes, junto a las ruinas de una ciudad celtíbera de Soria donde transcurre este libro, es el viaje destilado por los sueños de un niño que al hacerse mayor viajó siempre llevando consigo el paraíso de la infancia en la retina y el gusto por describirlo en el paladar proustiano. Combray es Tiermes, y la sierra de Granada, y Barcelona, y cualquier lugar donde sus páginas sean leídas. Y es la curiosidad de un niño tatuada en la memoria: “Yo no sé si hace falta irse tan lejos, igual que tampoco sé si la Arcadia soñada se encuentra en el páramo soriano. Lo que sí sospecho es que para ver cumplidos los sueños hay que salir a buscarlos”.
Quizás porque lo local sí resulta universal, quizás porque nuestra retina solo conserva una manera de mirar, la que transcurre a través de aquello que una vez atravesó su pureza, Óscar Sotillos salió a buscar sus sueños donde la curiosidad de adulto lo llevó a viajar; y allí, por sorpresa, encontró elementos comunes con su Montejo de Tiermes familiar. Por ello, Esquina de mundo es, como todo buen libro de memorias, un estupendo libro de viajes: geográfico y existencial. El escritor nos conduce de la India a Mongolia; de Portbou a Essaouira, en Marruecos; de Ibort, en el Pirineo aragonés, al Senegal; de Montejo de Tiermes a Barcelona en el viejo Changai -llamado así por el Shangai Expressde la película donde sale Marlene Dietrich-, el tren que recorría los 1.331 kilómetros de Galicia a Barcelona por la antigua vía de Valladolid-Ariza, hoy desmantelada, y describe aquello que su atenta mirada descubrió años atrás, con la que creció y se hizo hombre, con la que años después volvió acompañado ya de su propia hija, alargándole la vida a la tierra –Raíces y ramas lleva por título uno de los últimos capítulos- y regalándole a su hija una patria para dudar -“Los laberintos son la patria de los que dudan”, escuchó el autor decir a Juan Goytisolo en un documental a propósito de las laberínticas callejuelas de Tánger, un símil que él aplicó a su páramo soriano, a su “paisaje primigenio que se multiplica hasta el infinito”-.
El autor transmite de maravilla la sorpresa, la curiosidad y el cariño por este fragmento de paraíso iniciático en tierras de Soria. Tanto que las páginas de este libro despiertan unas inmensas ganas de jugar a las Tabas, escuchar cantar la Tarara a los mozos del pueblo durante las fiestas patronales, conocer el castillo de Medinaceli, tocar la Huella del diablo de Peña Lagarto… De lanzarnos a la carretera y de vivirlo en primera persona tras haberlo experimentado en la lectura. Y es que: “El cemento es tan áspero que la tentación de imaginar paraísos naturales es demasiado poderosa. Es tan fácil dejarse llevar por la idea de que un día encontraremos un lugar en el mundo como en la película de Adolfo Aristarain, que la nostalgia se vuelve del revés y nos encontramos mirando hacia delante, atisbando entre las brumas un futuro más verde, más embriagador, hecho a nuestra medida”.
Otra Esquina de mundo que convertir en nuestra.
Óscar Sotillos, Esquina de mundo, Baile del Sol, Colección Dando Pata, 2016.
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