Alberto García Teresa (Madrid, 1980) Doctor en Filología Hispánica con Poesía de la conciencia crítica (1987-2011) (Tierradenadie, 2013), ha publicado Para no ceder a la hipnosis. Crítica y revelación en la poesía de Jorge Riechmann (UNED, 2014) y Disidentes. Antología de poetas críticos españoles (1990-2014) (La Oveja Roja, 2015). Pertenece a la asamblea editora de Caja de resistencia. Revista de poesía crítica. Es autor de los poemarios Hay que comerse el mundo a dentelladas (Baile del Sol, 2008), Oxígeno en lata (Baile del Sol, 2010), Peripecias de la Brigada Poética en el reino de los autómatas (Umbrales, 2012), Abrazando vértebras (Baile del Sol, 2013) y La casa sin ventanas (Baile del Sol, 2016), así como de la plaqueta Las increíbles y suburbanas aventuras de la Brigada Poética (Umbrales, 2008). También el libro de microrrelatos Esa dulce sonrisa que te dejan los gusanos (Amargord, 2013).
Habitamos una ciudad de casas sin ventanas. Dentro de los muros, de cara a la pared, incapaces de imaginar algo que no sea “un patio interior, rodeado de sí mismo”. Se reclama “exilio para los herejes/ que hablan de una vida/ más allá de estos muros”. Esta poderosa imagen se abre en poemas, por lo general breves, a veces casi aforismos, donde el horror es aquello que vemos como cotidiano; o lo que ignoramos, pues sólo los herejes sueñan y dudan en esta casa tapiada. Sin ventanas pero con alambradas y puertas de seguridad. Preciso será cuestionar a los arquitectos, romper este simulacro de vida. Alberto García Teresa ha escrito un tema: el desastre ecológico, la alienación, la fantasmagoría del presente. Un tema —el capitalismo— con muchas variaciones. En cada una de ellas está la miseria, el dolor y la angustia de los habitantes de esta casa. Y sin embargo puede producirse, contra todas las expectativas, que un árbol que se diría muerto reverdezca y siga vivo. Porque, como dice Jorge Riechmann en el epílogo del libro: “A veces, contra todo pronóstico, una ventana en la casa sin ventanas” A esta lúcida esperanza nos llaman los versos de este libro.
Antonio Crespo Massieu
Cada vez levantamos más tabiques
en la casa sin ventanas.
Cada vez,
el espacio se acota con mayores gritos,
con mayor sed de estrellas.
A pesar de la solidez de las paredes,
de toparnos con ellas a cada instante,
aún fantaseamos
con la infinitud de las habitaciones,
con la interminable profundidad de los armarios,
con el orden eterno
de las alacenas.
¿Dónde queda el otro?
¿Dónde nosotros mismos
en la casa sin ventanas?
Los labios se reparten por turnos
siguiendo un catálogo de besos.
En cada abrazo,
se repiten meticulosamente los mismos pasos
que han solapado cada muestra de afecto
en la casa sin ventanas.
Sabemos acariciar sólo
en una única dirección.
El diseñador de etiquetas
es el filósofo de referencia
en la casa sin ventanas.
¿Para qué
levantar la vista
de nuestras manos
cuando corretean entre los dedos
cientos de resplandores nuevos sin descanso,
si existe un surtido
inagotable
de laca de uñas?
¿Cómo levantarla de nuestros pies
si estamos siempre
en el paso siguiente,
en el paso que viene?
Vivimos en un pasado mañana perpetuo.
El presente se deshace en cadenas
de aspiraciones.
No existe rastro,
pues el dibujo del polvo
se petrifica a cada instante.
Ningún camino parece llegar o partir
de la casa sin ventanas.
Es fácil asimilar
que son inagotables y sólo nuestros
el gas de la calefacción, la luz,
el carburante de los motores,
cuando siempre se ha visto nacer
al agua
de un grifo.
En la casa sin ventanas,
un atlas es
literatura fantástica.
Como no pueden
atravesar los muros
las canciones, los discursos,
las entretejidas teorías de los intelectuales,
los largos soliloquios del sufriente, del enamorado, del soñador,
sólo dialogamos con el eco
en la casa sin ventanas.
La casa sin ventanas
está repleta de espejos.
Sin ventanas.
Pero con alambradas,
con puertas de seguridad,
con tarjetas de vigilancia,
controles de paso,
de visado,
vallas, espacios de internamiento
antesalas de la expulsión,
patrullas en los soportales,
pasaportes electrificados.
Casa sin ventanas:
fortaleza para los de fuera;
cárcel para los de dentro.
En la casa sin ventanas,
las goteras siempre son
un problema causado
por los de abajo.
¿Y dónde está
la casa sin ventanas?
Constituyen la simetría de las cenefas,
la concordancia de los pliegos
del papel de las paredes
y el encaje de los rodapiés
objeto de profusos estudios,
destino de costosas innovaciones técnicas,
causa de pugna entre escuelas
y apellidos que rivalizan
para ejercer el control de los diseños.
Cada nueva generación arranca
azulejos, tapices, planchas
y coloca las suyas.
Así se reinventa el mundo
de la casa sin ventanas.
Cuántas veces nos hemos perdido
deambulando por laberintos de escaleras,
atropelladamente avanzando en hileras,
ensordecidos por las alarmas
para regresar al mismo punto
de la casa sin ventanas.
La alternativa al mando
tiene como máxima aspiración
un anhelo que muchos compartimos:
un patio interior
en la casa sin ventanas.
Un patio con sus mangueras,
con sus cuerdas de tender,
con sus baldosas color terroso,
con su cielo bien techado.
Un patio interior,
rodeado de sí mismo,
exuberante
de autoengaño de libertad.
Algún día,
quién sabe, quizá podamos conseguir
ese simulacro
irresistible
de brisa.
Se revisan las cañerías.
Se pintan las paredes.
Se superponen planchas de tarima.
Se sustituyen los lavabos.
Se examina el cableado.
Se limpian los conductos del gas.
Se renueva el mobiliario.
Pero nunca son cuestionados
los arquitectos
de la casa sin ventanas.
http://www.vientosur.info/spip.php?article11840
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