Amparo Arróspide, En el oído del viento, por Rafael González Serrano
Publicado el 12 octubre, 2016
Baile del sol. 2016.
Según los datos de la solapa, el último título publicado por Amparo Arróspide, Mosaicos bajo la hiedra, data de 1991. Así es que han transcurrido veinticinco años hasta la aparición de este nuevo poemario, En el oído del viento, largo periodo que le habrá permitido una elaboración depurada –y asumible en la autoexigencia de la autora para con su obra– de los poemas contenidos en el volumen.
El libro se divide en dos partes y un “a modo de epílogo”. En el oído del viento y El mundo en fuga, son los títulos de ambas partes, habiendo un enlace –en realidad, un evidente anuncio mediante una cita expresa– que permite la transición de la primera a la segunda parte. Además, como guía orientativa sobre algunas referencias (las hay más crípticas o, al menos, personales, pero también más obvias: “pubis angelical”), añade al final la autora unas Notas.
A lo largo de los poemas encontramos una serie de temas o motivos así como diversas técnicas líricas y una variada gama de recursos. Las composiciones, por lo general largas y sin título (salvo algunas excepciones, Migraña kármica del migrante), rompen en múltiples ocasiones con los ritmos convencionales e, incluso, con la puntuación, eludiéndola y señalando la separación con mayúsculas iniciales; o, en otros casos, la manifestación expresiva adopta la forma del versículo.
La ironía y el juego con el lenguaje (“medios de incomunicación”, “anales histéricos”, “bellos de atar”), el humor asociativo (“pingües y pingüinos”, “andas y volandas”), la acumulación de términos contradictorios (“endiosaron ningunearon”, “disciplinadas obedecidas”), constituyen parte de los recursos usados por la autora en el recorrido poético a la búsqueda de una identidad no siempre conocida mas sí presentida: “¿Pero quienes somos en el oído del viento?”, cuestión respondida en los versos que señalan los instrumentos forjadores de un sentido: “los yunques y crisoles / van a contar la historia sin historia”.
Porque la voz poética insiste en preguntarse “¿quién fui yo?”, como referente quizá inútil, como el ancla de un pasado que impide remontar el vuelo, en la angustia de rememorar con insistencia lo perdido: “ay de quien rebusca aún en el corazón apagado los brazos / del ayer”; “ay… de quien cena con sus fantasmas y les da de comer en la / boca con amor”.
La lluvia –uno de los plurales símbolos utilizados– constituye una metáfora de la regeneración, del renacer, pero también de la repetición de lo mismo: “oigo llover en mí / envuelta en rostros entrevistos”, o “varios días sin llover varias noches / bajo el tacto de las ropas”. Manifiesta la autora un tono alerta, con una tensión expectante entre los registros desalentados (“sin noticias del / universo suyo”), o esperanzados (“en el hechizo de una voz permanece lo amado”), con la salida o solución de “saltar al mundo en fuga”, y de tal forma enlazar con la siguiente sección.
La segunda parte participa de las mismas figuras retóricas que la primera, acuñando a veces imágenes muy expresivas: “el encaje de unas celosías en la piel de la penumbra”, u “orinar por los espejos de la hipotenusa”. En esta sección se acentúa la ironía, sobre todo cuando se parodia el lenguaje burocrático o político, distorsionando los términos para ofrecer un remedo burlesco del mismo (“peladumbre”, “lubarrones”, “lusonjas”).
La labor de la escritura supone una búsqueda, una indagación en la realidad, una salida del laberinto de la existencia –y esto lo sabe Amparo Arróspide– pero su lucidez le lleva también a la duda, a cuestionarse la virtualidad de esa ardua tarea, a preguntarse por la validez del quehacer poético: “¿Todos los poetas no pueden… / obtener un doctorado en sinestesia…?”, para apuntar al fin si la solución no sería el silencio: “¿No pueden desdoblarse transmutarse / no pueden extrañarse balbucearse / y enmudecer al fin?” Pero hay que apostar por la palabra, jugarse en el lenguaje la opción –se materialice o no– del conocimiento, “soltando el lastre del discurso al cielo”.
Rafael González Serrano
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