Entrar a formar parte de la vida de Mario Pérez Antolín, a través de su universo literario, es sumergirse de lleno en una suerte de vaivén incombustible, ajeno a cualquier tipo de influencia que no sea más que la de integrarnos en una forma de mirar e interpretar la existencia, a veces de una manera puramente conceptual, otras desde lo más íntimo y esencial de “ser”, la dicotomía perfecta entre la razón y una sinrazón, sin embargo, profundamente meditada.
Cáustico y recio, descarnado, coherente y fatalista en ocasiones, Mario desgrana en sus aforismos las más bajas pasiones, las más altas virtudes, haciendo un dibujo perfecto de lo que somos y de lo que creemos ser, esta lucha en que nos debatimos sin remedio: “Nos pasamos media vida, cuando toca ufanarse, desdeñando y otra media, cuando toca resignarse, recuperando lo desdeñado”.
Y es en este encuentro con la vida donde el mapa que dibuja nos traslada de la calma y la circunspección: “Poco importan las alteraciones, siempre se nos brinda la opción de ser de otra manera. Lo auténticamente valioso está dentro del rasgo peculiar que la identidad proporciona a un <algo>”, a la frialdad y la impavidez sobre el destino del hombre, la muerte y las batallas no libradas porque serán las últimas: “De haber sabido que la vida era esto, no digo yo que fuera a no nacer, pero sería un nacimiento para una prematura muerte”.
Pero este hombre que nos mira, que mira al mundo desde la atalaya del conocimiento, desde una apaciguamiento antiguo y sosegado, este hombre que se esconde tras la ecuanimidad y la contención de un flemático decimonónico, se desborda en oleadas cuando escribe sobre el amor, el carnal y el del espíritu. La mesura aquí adquiere una dimensión menos relevante y la moderación da paso a la serena suavidad: “Permanece a mi lado/ sin que mis manos te toquen./ Acércate y evita/ que mis labios te besen./ No permitas que yo/ consiga abrazarte./ Mantenme a distancia;/ ni tan cerca/ como para que sientas mi calor,/ ni tan lejos/ como para que dejes de verme./ Pese a tus precauciones,/ nunca conseguirás impedir/ que mi sombra/ ocupe tu sombra/ enteramente enamorada.”
La obra aforística de Mario Pérez Antolín es, en resumen, un canto a la libertad, a esa libertad encontrada de manera fortuita y a la adquirida por asalto. Nos invita a ponernos ante nosotros mismos para que probemos a tomar la verdadera medida de las cosas, sin los absurdos dramas a que nos sometemos en una suerte de flagelación incoherente. El autor entabla así, con facilidad, un diálogo preciso con sus lectores, porque no hay ni una línea de sus textos en la que no veamos reflejados aspectos de nuestros propios anhelos e inseguridades.
Darse un baño de realidad en las pocas palabras que contiene un pequeño y meditado texto, viajar por las debilidades, trepar por las inquietudes, rebasar el miedo a los infiernos, ver en el amor un aliado o un maldito, hacer las maletas para viajes sin rumbo, pulular en lugares de miseria, entrar en los templos del averno, pensar, soñar… ésta es la invitación para los que se sumerjan en la obra de un escritor que contempla la vida con emoción y con distancia.
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