Xabier López López
Traducción de Marta García Seoane
Ediciones de Baile del Sol, Tenerife, 2014, 90 páginas
Tuve la oportunidad de leer el original gallego de esta novela breve de Xabier López López en el año 2002. La releí ya editada y como ganadora del Premio Manuel Lueiro Rey de Novela Curta 2002, al año siguiente. Y tengo ahora el placer de acercarme a la versión española y sigo pensando que El mono en el espejo es una pieza de ficción cuya valía va más allá del interés de su trama argumental, porque, a lo largo del escaso centenar de páginas de la novela, Xabier López López lleva a cabo una verdadera disección de la condición humana. O mono no espello, título de la edición original gallega, fue la tercera aproximación del escritor a la narrativa. Desde entonces, y sin ser un autor que se prodiga en exceso, han salido de su pluma algunas de las propuestas ficcionales más interesantes de la narrativa gallega, escritas con el mismo rigor, la misma tonalidad, la misma calidad de este autor de culto. Novelas como A vida que nos mata(2003), Cadeas (2013), Olympia ring, 1934 (2014), muy alejadas del solaz de los best sellers de consumo masivo, cimentadas por el contrario en una narrativa reflexiva que no solamente nos traslada una historia, sino que pretende ir más allá, hacer que nos interroguemos, invitarnos a dar respuestas.
El mono en el espejo, a pesar de su formato de novela breve, comparte esas mismas coordenadas y puedo decir que no ha envejecido. Pero en ella también hay una historia que el autor desgrana a lo largo de ocho capítulos y cuya sinopsis recojo en las siguientes líneas. En una playa repleta de gente se pierden niños con mucha frecuencia. Por los altavoces anuncian repetidamente el extravío de un niño de seis años al que nadie se acerca a recoger. Se aproxima la noche y el protagonista, un profesor solitario y obsesionado con sus lecturas, sube al niño en su motocicleta y lo lleva para su casa, temiendo no obstante que lo consideren un raptor de menores de edad. Le da techo, “comida”, vestido y con eso cree haber cubierto el expediente del buen corazón. Lo único que el chiquillo hace es sonreír con una de esas risas que hacen apartar la vista. Desde ese momento el protagonista cambia sus rutinas de ser solitario. Y se ve sometido a múltiples tensiones y ahogos interiores. Piensa entregarlo a la policía, mas en el último segundo se vuelve para atrás. Cavila consultar a un viejo catedrático jubilado que tiene soluciones para todo. También a un periodista, pero no lo hace. Juega al buen samaritano, mas, sin darse cuenta, es él el que se convierte en muñeco de esta nueva versión del niño-salvaje (sordomudo, engullidor de pescado crudo) que actúa con indiferencia y con el automatismo de un juguete a pilas. Un desenlace trágico, terrorífico e inesperado sutura Eros y Tánatos, la muerte y los sueños eróticos del protagonista y pincela en buena medida la atmósfera de la novela.
Por detrás de las pocas páginas del libro, un relato simbólico, con muchos elementos fantásticos y alegóricos, se ocultan las claves del macrotexto de Xabier López López: la creación de atmósferas narrativas cimentadas en el “juego de reflexiones y refracciones, de sombras chinescas, de apariencias, en ese laberinto interior donde soplan de cuando en vez los vientos del surrealismo y del absurdo” y se nos hace presente un ámbito de la realidad próxima y opresiva.
Las citas de Ánxel Fole, Herman Melville e Alfred Russell Wallace, epígrafes en el pórtico de libro, nos sitúan en la pista del mensaje oculto de la novela. El fundido de este mundo en el ultramundo, de los colores del arco iris con la imposibilidad de fijar la línea de demarcación, son una verdadera transposición de las dificultades con las que nos encontramos muchas veces a la hora de marcar la frontera que, en nuestro mundo humano, separa la cordura de la demencia. Es esa, en mi opinión, la meta de esta versión posmoderna del mito del niño salvaje, que el escritor desenvuelve a caballo entre la realidad y la fantasía.
Lo más relevante de la novela de Xabier López López es la creación de un clima que poco a poco, y a medida que avanza el relato, se va fortaleciendo. Un clima sofocante y poblado de silencios inmundos. Un aire que nos envuelve como esas campanadas llenas de fatiga que llegan de lejos, o de muy cerca, por ejemplo de la mirada profunda, terrible y enrarecida del niño que mira al protagonista-samaritano sin quitar de su rostro su siniestra sonrisa de hoja seca.
Novela erguida con una arquitectura interna muy sencilla, basada en un narrador omnisciente que conduce el relato de forma lineal y recrea ese clima existencial en el que vive el protagonista. El mono en el espejo, es sin embargo una narración densa y compleja. Una lengua concisa, un ritmo apropiado, aunque a primera vista pueda parecer demasiado lento para una obra cuyo formato exige condensación. Pero no sobran las minuciosas descripciones y reflexiones del protagonista que quizás no tengan demasiada influencia en la trama, pero a través de ellas aquel rumia sus problemas, manifiesta su forma de pensar y contribuyen a crear la atmósfera opresiva y sofocante de la novela. En resumen, una literatura en estado puro, mas con la presencia da abundantes referencias literarias, de elementos paródicos y claves simbólicas. La carta de presentación de un autor de culto capaz de deleitarnos con importantes y estimulantes cosechas literarias.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“En la caseta de salvamento y socorrismo espera un niño de seis años que no sabe decir cómo se llama. Lleva una gorra amarilla, bañador negro y tiene el pelo largo. Se ruega a sus familiares que pasen a recogerlo. Repito: en la caseta de salvamento y socorrismo…
Dirigió instintivamente la mirada hacia los postes de los altavoces. Si uno ya reacciona al escuchar las señales sonoras que anuncian la canción de los pequeños desaparecidos, con más razón debe reaccionar cuando dan un mensaje tan peculiar. «No sabe decir cómo se llama»…¿Y entonces que era, un niño mudo? ¡En ese caso cómo pueden saber su edad! ¿A ojo? Se golpeó la frente. Con la …mano. Bastaba usar los dedos de la mano, qué tonto, y se sorprendió a sí mismo contando hasta seis con pequeños golpes en las uñas.”
…..
“El pequeño giró la cara y de repente reparó, con ese andar lento y húmedo de las sorpresas, en aquel, su masticar demorado y viscoso, lleno de mucosidad y tripada. Parecía que estuviese mordiendo un trozo de papel de plata manchado de sangre cuajada, de minúsculos capilares, negros y gelatinosos. Pescado crudo. Una pescadilla. Se la arrebató y la tiró a la basura. Se anticipó a su mano y alcanzó la bandeja donde se apretaba el resto de los peces, aquellos espárragos de mercurio con la boca mordiendo aire, los ojos mirando blando, las agallas irisadas segregando saburra. La levantó sobre su cabeza, mientras el pequeño, repentinamente enloquecido, saltaba a su alrededor para alcanzarla. Lo hizo; se puso a sollozar. Agrietó el rostro con una mueca, dejó escapar el berrido del llanto.
Pasó del asco al miedo en el tiempo de un suspiro. ¿Pero por qué grita este…? Miró hacia todos los lados, como si los estantes, la fresquera, la mesa, la puerta, la ventana, fuesen a asomar las caras de los vecinos de un momento a otro. Se enervó; se quedó sin resuello. Ya no supo si taparle la boca o coger y darle sin más la bandeja.”
(Xabier López López, El mono en el espejo, páginas 21-22, 47)
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