jueves, 26 de junio de 2014

Stoner (John Williams)

Título original: Stoner
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.



Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad. Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Tú también estás destinado al fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. Nos podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo.

Aquí estoy, intentando escribir sobre la lectura de un libro que por no tener no tiene ni sinopsis. Un libro que está entre las joyas de muchos, muchísimos blogueros, pero oculto o inexistente en la mayoría de las librerías y bibliotecas. Un libro que ha estado mucho tiempo en mi estantería y que he leído ahora, gracias al tierno empujón de una amiga. Y no sé qué decir, o mejor dicho, no sé cómo decir. Tengo las palabras en rebeldía. Quiero escribir y sólo salen palabras grises, una detrás de otra, como hormigas anodinas, vacías de contenido. Palabras-hormiga.

Afronté la lectura con miedo, con ese respeto con el que coges un libro tan elogiado ¿y si a mí no me decía nada? Tenle paciencia, me dijeron. No hizo falta. Porque desde la primera página quedé cautivada por la forma de escribir de John Williams. Y luego, poco a poco, fui stonerizada, inoculada ya de por vida del espíritu Stoner. Stoner en vena, diluyéndose en mi torrente sanguíneo y haciendo bombear el corazón. Bum. Bum. Bum.

Página 17:
“Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte,
amar bien aquello que debes abandonar pronto” (William Shakespeare)
El señor Shakespeare le habla a través de trescientas años señor Stoner ¿le escucha?

¡Qué escena!, qué tensión, qué instante tan grandioso… Ahí ya estoy arrodillada ante John Williams, en ese describir un momento que cambia la vida de un hombre, que hace que se convierta en alguien diferente a quien había sido hasta entonces. Momentos que te cambian la vida. La tensión recreada en esa escena es de tal nivel que muchos escritores debieran de tenerlo en su cabecera para recordar cómo sin artificios innecesarios se puede evocar y provocar que el lector aguante la respiración y se le olvide espirar, inspirar, espirar, inspirar... Sin dramas recargados, sin ficción, sin acción.Convocando lo cotidiano y contándolo.

Y sigues leyendo, visualizando las imágenes que Williams nos muestra con suavidad, sin estridencias, sin juzgar. Pero la mirada va más allá de esas imágenes, va a la esencia de las personas, al alma misma de cualquier ser humano. De un ser humano cualquiera.

Se había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la pérdida.

Me ha pasado mucho a lo largo de esta lectura. Quedarme detenida ante una frase, un párrafo. Así, tan fácil, Williams describe taaaantas cosas. Como por casualidad, como quien no quiere la cosa. Sin esfuerzo.

¿Quién es Stoner? Stoner parece un hombre débil, comedido, anodino, un sinsangre, conformista, poco luchador, sin ambiciones, un hombre sencillo, simple. Y lo es. Un hombre común. Absolutamente normal, si es que ser normal es ser un hombre honesto, coherente y honrado. Una persona que quiere hacer lo correcto, enamorarse, casarse, tener una familia, trabajar, tener amigos, que lo dejen tranquilo. Y se casa, trabaja en lo que le gusta, se enamora, tiene amigos, tiene una hija, tiene una amante… Y espera que le consideren por lo que hace. Todo muy vulgar y corriente, pero detrás de las vidas más prosaicas y anodinas siempre hay historias, historias normales. Historias que contar, porque lo normal también se puede contar. Pero hay que ser John Williams para hacerlo… así.

El amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí. En su juventud lo había dado sin pensar. Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo.

Un hombre como hay tantos, hombres y mujeres, aparentemente invisibles, sin brillo pero con una tremenda luz interior que no consiguen proyectar al exterior, salvo breves destellos que los demás pueden alcanzar a ver y retener… o no. Héroes anónimos del devenir de la vida, titanes del día a día que se mantienen firmes en sus convicciones y creencias.Su verdad, su coherencia, su integridad. Colosos cotidianos que toman pequeñas y grandes decisiones, y, mierda, a veces se equivocan. Y asumen sus equivocaciones. Y en algún momento se preguntan si su vida ha merecido la pena. Y se llenan de ysis (¿y si hubiera hecho o dicho esto, y si no hubiera hecho o dicho lo otro..?). Todo absolutamente corriente. La normalidad con sus claroscuros.

Superhombres de andar por casa, palmarios, que a veces no saben qué decir o qué hacer, dentro tienen la actitud y la decisión adecuada, sólo les falta dar el paso hacia afuera. Pero se quedan ahí, en medio del salón, sin saber qué hacer porque ya ha pasado el momento. Y callan, no hacen nada. Un microsegundo y de hacer lo correcto, lo que debiera hacer, a no hacer nada. Dejarlo estar. Cuántas veces he tenido esa sensación, querer decir o hacer algo y en un momento darme cuenta que ya no, ya es tarde. En un segundo el escenario ha cambiado, ya no tiene sentido. O abres la boca y las palabras-hormiga se van deslizando y mostrando a otra persona que no eres tú. Nadie se da cuenta y te sumerges en el gris. Los precipicios entre lo que sucede en nuestro interior y lo que proyectas al exterior. Podrías despeñarte por ellos, pero Stoner no, sigue viviendo. Microcismas que asumimos con naturalidad, desmembraciones que provocamos y recomponemos casi sin darnos cuenta. Abismos que se producen detrás de detalles insignificantes.

Pensé que en algún momento querría zarandear a Stoner, agitarlo. Pero no. Cuando en una ecuación eres el factor decorativo, lo suyo es retirarse y dejar que la lógica, matemática, siga su curso. Y mientras, Stoner se sumerge en otras cábalas en las que se encuentra y se reconoce, tal vez esperando a que algún algoritmo se interese por conocer sus posibilidades numéricas.

Así que no, no he tenido tantas ganas de menear a Stoner como pensaba. Lo he comprendido tan bien, en ese contexto dela realidad cotidiana superando a la ficción. Porque si algo hace que John Williams sea un escritor descomunal es que nos cuenta la vida de un hombre como hay cientos, miles, millones, en la calle, ahora mismo podemos mirar alrededor o mirar un espejo, y encontrar a Stoner. Y lo cuenta de una manera que nos engrandece a todos, da sentido a esas vidas aparentemente anodinas, pone el foco, enciende la luz e ilumina esas vidas. Nos dignifica. En 240 páginas. Sin artimañas. Transparente, claro, objetivo, sólo poniendo luz en esas partes que normalmente aparecen en la sombra.

Conozco a Stoner. Hay un Stoner cerca de mí y lo he reconocido al leer este libro. Un Stoner que hace unos días al separarnos después de una curiosa charla de pie en medio del campo, estando a cuatro metros de distancia mientras me alejaba, le oí susurrar gracias por escucharme, tan bajito que no supe si había oído su voz o su pensamiento. Y ahora sé por qué mi Stoner me atrae tanto, por qué quiero conocerle más: he visto sus destellos, su normalidad. Su honestidad. Un hombre cabal y anodino.


Y llego al final de la lectura. Y tengo que ponerme de pie. Lo termino de pie porque no puedo estar sentada. Parada, en medio de la cocina, leo el final de este enorme, enorme, libro. Termino de leerlo. Cierro el libro. Cierro los ojos. Abrazo el libro mientras que en su interior Stoner abraza otro libro. Porque los abrazos nos resumen y nos explican. Sí, lloro. Como lloré con El niño perdido, con Primavera sombría, con La niña del faro… porque es un grandísimo libro. Y lloré por Stoner. Con Stoner. No es tristeza, es agradecimiento. Gracias, más por favor… ¿Qué esperabas?

Bum bum. Bum bum. Bum bum...

No hay comentarios:

Publicar un comentario