Título original: Stoner
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.
Tú
también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de
los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo
el cielo azul. Eres lo bastante listo. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad.
Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Tú también estás destinado al
fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y
que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre
esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo
en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. Nos
podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres
demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo.
Aquí estoy, intentando
escribir sobre la lectura de un libro que por no tener no tiene ni sinopsis. Un
libro que está entre las joyas de muchos, muchísimos blogueros, pero oculto o
inexistente en la mayoría de las librerías y bibliotecas. Un libro que ha estado
mucho tiempo en mi estantería y que he leído ahora, gracias al tierno empujón
de una amiga. Y no sé qué decir, o mejor dicho, no sé cómo decir. Tengo las palabras en rebeldía.
Quiero escribir y sólo salen palabras grises, una detrás de otra, como hormigas
anodinas, vacías de contenido. Palabras-hormiga.
Afronté la lectura con miedo, con ese respeto con el que coges un libro tan
elogiado ¿y si a mí no me decía nada? Tenle
paciencia, me dijeron. No hizo falta. Porque desde la primera página quedé
cautivada por la forma de escribir de John Williams. Y luego, poco a poco, fui stonerizada, inoculada ya de
por vida del espíritu Stoner. Stoner en vena, diluyéndose en mi
torrente sanguíneo y haciendo bombear el corazón. Bum. Bum. Bum.
Página 17:
“Esto
percibes, lo que hace tu amor más fuerte,
amar
bien aquello que debes abandonar pronto” (William Shakespeare)
…
El
señor Shakespeare le habla a través de trescientas años señor Stoner ¿le
escucha?
¡Qué escena!, qué tensión,
qué instante tan grandioso… Ahí ya estoy arrodillada
ante John Williams, en ese describir un momento que cambia la vida de un
hombre, que hace que se convierta en alguien diferente a quien había sido hasta
entonces. Momentos que te cambian la vida. La tensión recreada en esa escena es
de tal nivel que muchos escritores debieran de tenerlo en su cabecera para
recordar cómo sin artificios innecesarios se puede evocar y provocar que el
lector aguante la respiración y se le olvide espirar, inspirar, espirar,
inspirar... Sin dramas recargados, sin ficción, sin acción.Convocando lo
cotidiano y contándolo.
Y sigues leyendo,
visualizando las imágenes que Williams nos muestra con suavidad, sin
estridencias, sin juzgar. Pero la mirada va más allá de esas imágenes, va a la esencia de las personas, al
alma misma de cualquier ser humano. De un ser humano cualquiera.
Se
había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como
extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la
pérdida.
Me ha pasado mucho a lo
largo de esta lectura. Quedarme
detenida ante una frase, un párrafo. Así, tan fácil, Williams describe
taaaantas cosas. Como por casualidad, como quien no quiere la cosa. Sin
esfuerzo.
¿Quién es Stoner? Stoner parece un hombre débil, comedido,
anodino, un sinsangre,
conformista, poco luchador, sin ambiciones, un hombre sencillo, simple. Y lo
es. Un hombre común.
Absolutamente normal, si es que ser normal es ser un hombre honesto, coherente
y honrado. Una persona que quiere hacer lo correcto, enamorarse, casarse, tener
una familia, trabajar, tener amigos, que lo dejen tranquilo. Y se casa, trabaja
en lo que le gusta, se enamora, tiene amigos, tiene una hija, tiene una amante…
Y espera que le consideren por lo que hace. Todo
muy vulgar y corriente, pero detrás de las vidas más prosaicas y anodinas
siempre hay historias, historias normales. Historias que contar, porque lo normal también se puede contar.
Pero hay que ser John Williams para hacerlo… así.
El
amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí. En su juventud lo había dado
sin pensar. Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y
quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo.
Un hombre como hay tantos, hombres y mujeres, aparentemente invisibles, sin
brillo pero con una tremenda luz interior que no consiguen proyectar al
exterior, salvo breves destellos que los demás pueden alcanzar a ver y
retener… o no. Héroes anónimos del devenir de la vida, titanes del día a día
que se mantienen firmes en sus convicciones y creencias.Su verdad, su
coherencia, su integridad. Colosos cotidianos que toman pequeñas y grandes
decisiones, y, mierda, a veces se equivocan. Y asumen sus equivocaciones. Y en
algún momento se preguntan si su vida ha merecido la pena. Y se llenan de ysis (¿y si hubiera hecho o dicho esto, y si no hubiera hecho o dicho lo otro..?). Todo absolutamente corriente. La
normalidad con sus claroscuros.
Superhombres de andar por
casa, palmarios, que a veces
no saben qué decir o qué hacer, dentro tienen la actitud y la decisión
adecuada, sólo les falta dar el paso hacia afuera. Pero se quedan ahí, en
medio del salón, sin saber qué hacer porque ya ha pasado el momento. Y callan,
no hacen nada. Un microsegundo y de hacer lo correcto, lo que debiera hacer, a
no hacer nada. Dejarlo estar. Cuántas veces he tenido esa sensación, querer
decir o hacer algo y en un momento darme cuenta que ya no, ya es tarde. En un
segundo el escenario ha cambiado, ya no tiene sentido. O abres la boca y las
palabras-hormiga se van deslizando y mostrando a otra persona que no eres tú.
Nadie se da cuenta y te sumerges en el gris. Los
precipicios entre lo que sucede en nuestro interior y lo que proyectas al
exterior. Podrías despeñarte
por ellos, pero Stoner no, sigue viviendo. Microcismas que asumimos con
naturalidad, desmembraciones que provocamos y recomponemos casi sin darnos
cuenta. Abismos que se producen detrás de detalles insignificantes.
Pensé que en algún momento
querría zarandear a Stoner, agitarlo. Pero no. Cuando en una ecuación eres el
factor decorativo, lo suyo es retirarse y dejar que la lógica, matemática, siga
su curso. Y mientras, Stoner se sumerge en otras cábalas en las que se
encuentra y se reconoce, tal vez esperando a que algún algoritmo se interese
por conocer sus posibilidades numéricas.
Así que no, no he tenido tantas
ganas de menear a Stoner como pensaba. Lo he comprendido tan bien, en ese
contexto dela realidad cotidiana superando a la ficción. Porque si algo
hace que John Williams sea un
escritor descomunal es que
nos cuenta la vida de un hombre como hay cientos, miles, millones, en la calle,
ahora mismo podemos mirar alrededor o mirar un espejo, y encontrar a Stoner. Y lo cuenta de una manera que nos
engrandece a todos, da sentido a esas vidas aparentemente anodinas, pone el
foco, enciende la luz e ilumina esas vidas. Nos dignifica. En 240 páginas. Sin artimañas.
Transparente, claro, objetivo, sólo poniendo luz en esas partes que normalmente
aparecen en la sombra.
Conozco a Stoner. Hay un Stoner cerca de mí y lo he
reconocido al leer este libro. Un Stoner que hace unos días al separarnos
después de una curiosa charla de pie en medio del campo, estando a cuatro
metros de distancia mientras me alejaba, le oí susurrar gracias por escucharme, tan
bajito que no supe si había oído su voz o su pensamiento. Y ahora sé por qué mi Stoner me atrae tanto, por qué
quiero conocerle más: he visto sus destellos, su normalidad. Su honestidad. Un hombre cabal y anodino.
Y llego al final de la
lectura. Y tengo que ponerme de pie. Lo termino de pie porque no puedo estar
sentada. Parada, en medio de la cocina, leo el final de este enorme, enorme,
libro. Termino de leerlo. Cierro el libro. Cierro los ojos. Abrazo el libro mientras que en su
interior Stoner abraza otro libro. Porque los abrazos nos resumen y nos
explican. Sí, lloro. Como
lloré con El niño
perdido, con Primavera
sombría, con La niña
del faro… porque es un grandísimo libro. Y lloré por Stoner. Con
Stoner. No es tristeza, es
agradecimiento. Gracias, más por favor… ¿Qué
esperabas?
Bum bum. Bum bum. Bum bum...
Bum bum. Bum bum. Bum bum...
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