viernes, 16 de noviembre de 2012

El silencio entre las palabras de Juan Enrique Soto, texto presentación Librería Gil, Santander, 18 de Octubre de 2012


A través de diecinueve capítulos, el autor Juan Enrique Soto, nos introduce en el pasado de unos hechos que ocurrieron hace treinta años, en un pequeño pueblo andaluz y en unos sucesos que el protagonista Carmelo, al principio, desconoce. Un pasado que busca con afán y que se materializa en la figura paterna que no tiene rostro. Piensa en su padre Paco, de la siguiente manera:

“Un ser etéreo que adquiere forma en los labios de los demás pero que no tiene cuerpo ante sus ojos”:

El personaje principal, Carmelo, regresa desde París. Será reconocido como el hijo de Paco, el de Francia. Es abogado y busca el retiro en ese lugar apartado para preparar las oposiciones. Quiere ser juez. No obstante, le mueve un poderoso motivo, desea buscar en esa Andalucía fantasmagórica, susurrante entre los olivos, la infancia, la figura de su padre, un periodo de su vida en esa tierra que en palabras del conductor, don Pablo, es una “bonita tierra” “pero dura como un padre”.

Carmelo exclamará en el primer capítulo: “¡No hay más que olivos en este infierno de paisaje!”.

Comentando una posible ubicación geográfica más o menos real dónde se desarrollaron los acontecimientos, el autor me aclaró lo siguiente:

“El pueblo realmente no existe, pero en mi imaginación siempre estuvo en el monte de Jaén”.

Con una descripción en la que se mezcla el entorno, y el clima de tensión que invadirá a los personajes vinculados al lugar, el narrador nos catapulta al epicentro de la acción. Con una técnica artística que oscila entre el collage y la instalación, nos sume en la siguiente escena:

“Desde allí, el pueblo parecía una pelota de papel que se empieza a desliar, pero uno se da cuenta que no merece la pena el esfuerzo y lo arroja finalmente a la papelera”.

Continúa la descripción del enclave, haciéndonos partícipes, envolviéndonos en un halo de misterio que es el leitmotiv de toda la obra. El tiempo transcurrido hasta ahora es silencio, temor en labios de la madre de Carmelo.

“Un lugar pequeño, apretado en un mar de espacio polvoriento que negaría en voz alta historias de vecinos, supersticiones y silencios piadosos, pero que susurraría secretos en corros íntimos, conspiradores y despiadados alrededor de la mesa camilla o sentados en sillas de anea al sol, en un patio vestido con macetas verdes o a la entrada de misa de las diez, entre cuchicheos de luto riguroso”.

El lugar es sólo el marco que acoge unos hechos, como marco lo será también, Comala en Pedro Páramo del jalisciense Juan Rulfo. Se trata de un espacio que podría localizarse en cualquier punto de España, un pueblo que ha creado el inconsciente colectivo de unos personajes que reviven su dolor, sólo que en la novela de Juan Enrique hay una puerta abierta a la esperanza, al futuro. El ambiente que refleja este libro de Juan Enrique, es el del caciquismo en los pueblos allá por los años treinta. Los odios y rivalidades que sirvieron para justificar ideologías. Ideologías marcadas por el silencio de los héroes y la palabra y los hechos violentos de los más cobardes.

Carmelo va en busca de ese padre desconocido y eso es lo que me evocó el recuerdo de la obra de Juan Rulfo, Pedro Páramo. El protagonista es el hijo pródigo que vuelve a la casa y se encuentra con el pasado que le recibe con los brazos abiertos. Un pasado del que emana el secreto y la tragedia y que ha permanecido inmóvil, como lo corrobora la fotografía que el autor ha elegido para la portada y que en una atenta lectura del relato, podemos descubrir que tiene mucho que ver con las acciones de El silencio entre las palabras. En una conversación con el autor, me comunica que:

“La fotografía es real y es la inspiración del texto. Es la foto de los padres de mi suegro y de ella me llamó la atención el costumbrismo de la época, con el hombre sentado y orgulloso y la mujer de pie ligeramente detrás, dejando claro los papeles de cada sexo según la idea de la época. Son jóvenes y de mirada limpia, parecen buena gente. Un detalle fue muy especial para mí, aunque en la portada no se aprecia del todo. El hombre, que va de traje, tiene las botas sucias de polvo y eso que es una foto de estudio y el fotógrafo debería de haberlo cuidado. Me daba la sensación de ser un hombre ajeno a las apariencias, más de acción y decisión que de imagen.

Una de mis principales fuentes de inspiración, si no la mayor, es a partir de imágenes. Cuando una imagen me atrae, como es el caso del retrato, me pregunto ¿qué me sugiere esta imagen? Normalmente, sólo tengo que poner la pluma sobre el papel y surge algo. En este caso, me surgió la historia del silencio, que fue unida, no me preguntes cómo llegué hasta ahí porque no lo sabría contestar, a la historia de procreación de la abeja reina que alguien me contó una vez. De algún modo, capté cierto paralelismo entre la organización de la vida de las abejas y la del caciquismo de los pueblos de la España profunda en los años treinta. Todo fue redondo en cuanto apareció en la historia el personaje antagonista, don Héctor”.

Tenemos pues varios aspectos que destacar en estas palabras de Juan Enrique Soto:

1. Que la novela tiene mucho de guión cinematográfico. Es posible imaginarse en cada momento la escena en la que se mueven los personajes y en la que suceden los acontecimientos. La imaginación del lector discurre pareja a las palabras del autor que crea una atmósfera que respiramos en cada capítulo. Importancia pues de la imagen mental, sumamente cuidada y trasladada al receptor.

2. La fotografía de la portada fuente inspiradora del libro, tendrá gran importancia, no sólo en la aparición de dos nuevos personajes cuya identidad no se desvela hasta los últimos capítulos, sino que además, será de una importancia capital para el desenlace del relato.

En una entrevista al escritor José Saramago, entrevista de Guadalupe Alonso y José Gordon para la revista “Nueva Época”, se le preguntaba sobre su proceso de creación. José Saramago explicó la gestación de la novela, La Caverna. El proceso fue de esta forma: había escrito un folio y como la novela no estaba madura no pensó más en ella. Después de un año y una serie de viajes, obtuvo dos imágenes que actuaron de embrión de la misma. La primera imagen la obtiene en Portugal, viniendo del norte de Lisboa. En la carretera se encuentra con un gran andamio publicitario. Un anuncio enorme y horrible. En ese anuncio se informaba de que se abriría un gran centro comercial. Dice Saramago:”Me imaginé una enorme excavación, como si fueran los cimientos de un edificio”. Entonces, pensó en escribir algo que se llamara El centro. Al día siguiente, hablando con su editor, se dio cuenta de que realmente, la idea que quería transmitir, era la de la caverna del mito platónico.

Todo esto no era suficiente. El centro comercial, no aparecería en la novela escrita, hasta el final del relato. Le faltaba más. Continúa explicando Saramago en la mencionada conversación:

“después tuve que viajar a Brasil y en Río de Janeiro visité un museo de artesanía donde se mostraban veinte o treinta mil figuras de arcilla de un gran coleccionista francés. De ahí surgió el contrapunto del centro comercial, es decir, la alfarería, el trabajo artesanal; a partir de este segundo embrión se empezó a estructurar la novela, los personajes y todo lo demás”.

Este ejemplo sirve para ilustrar todos los elementos que pueden intervenir en la concepción de una novela.

3. Un tercer aspecto que quería destacar de las palabras del autor que nos reúne esta tarde para hablar de su novela, es que la fotografía le conduce al mutismo, al secreto, idea que subyace en todo el discurso y que va acrecentando el interés del lector por alcanzar las últimas páginas. La intriga nos conduce hasta el final de la obra, pero esa historia sin saber por qué, según se desprende de las anteriores afirmaciones de Juan Enrique, transcurre paralela a la historia de la procreación de la abeja reina que alguien le contó una vez. Ya tenemos pues, el segundo embrión que necesitaba para crear a uno de los personajes más conmovedores de la novela, Gervasio. Hay verdugos y víctimas, cazadores y presas, pero Gervasio es el que produce más compasión, la semilla que hace germinar el relato. Gervasio explica el comportamiento humano a través del comportamiento animal, a través del comportamiento de las abejas. Juan Enrique Soto nos demuestra que aquí se dan cita sus dos pasiones: la Literatura y la Psicología y en este caso la Etología que es la rama de la biología y de la psicología experimental que estudia el comportamiento de los animales.

En el capítulo “Cazadores y presas”, hablando de Gervasio, el narrador afirma que:

“Para Gervasio, el mundo de las abejas servía como modelo para comprender el de los hombres. Era su modo de entender lo que él y los de su entorno hacían y pensaban. Y así, todo tenía un orden, una explicación y un sentido”.

En el capítulo décimo tercero, titulado “Tonterías”, sabremos que:

“Gervasio vivía en el mundo de los humanos, pero ese mundo le había tratado con excesiva crueldad. Por ello, buscó y encontró amparo en el mundo de las abejas y con el mundo de los insectos se explicaba el de las personas”;”era una operación tan complicada que sólo un trastornado podría realizarla”.

La estructura del relato es ordenada, calculada. En el primer capítulo “Andalucía, entre olivos, agosto de 1966. La llegada”, obtenemos las referencias espaciales y temporales necesarias y escuchamos la voz de Carmelo. En el segundo capítulo “El escorzo” ya tenemos a su antagonista, Don Héctor, el padrino de Carmelo, el cacique que tanto eco ha tenido en la narrativa de posguerra. Don Héctor “reconoció cuál era la más efectiva de sus técnicas para eliminar malestares de conciencia”. “Sólo quien está libre de escrúpulos puede vivir sin remordimientos,”.Esta novela ha traído a mi memoria Los santos inocentes de Miguel Delibes (1981) y al personaje retrasado Azarías. Gervasio con sus colmenas, Azarías con su “milana bonita”. Comenta Andrés Trapiello en el prólogo a las obras completas de Miguel Delibes a propósito de Los santos inocentes:

“El suyo es en cierto modo una variante más o menos lírica de la España negra y profunda, con sus cazadores, sus agrarios, sus menestrales humildes de ciudad, los pobres diablos de la pequeña burguesía, los infelices burgueses de una ciudad provinciana…”

Y más adelante Trapiello escribe que:

“Asistir a la desiguales relaciones entre amos y criados, la opulencia, paternalismo y arrogancia de aquéllos y la miseria, resignación y servilismo de éstos, produce no sólo bochorno moral sino un desagarro estético aún mayor cuando pensamos que todo lo que se narra ocurre en la España de los años sesenta del pasado siglo y no, como cabría pensar, en los tenebrosos tiempos en los que el señor disfrutaba del derecho de pernada entre los siervos”.

En la novela de Juan Enrique, Gervasio, hace su aparición en el tercer capítulo, “Las colmenas”. Gervasio tiene momentos de lucidez y de locura producto de una experiencia traumática. Cuando tiene momentos de cordura como en el capítulo “Ataque de cordura”, “era consciente de sí mismo como la mayoría de los hombres no se atreven a ser”, según el narrador testigo de los hechos. Su locura dejaba “a la vista un desastroso resultado, aquella vaina de insecto humano que mal vivía cada uno de sus días”. Pero es a través de este personaje, como asistimos a una metáfora continuada en las ciento cincuenta y tres páginas que componen la novela. Un símil que se sostiene ininterrumpidamente a lo largo de la obra y que deja un poso de notable lirismo. Gervasio es también el soporte de que el comportamiento humano es insondable y de este modo, nos lo hace sentir el novelista, cuando además de su retrato, nos ofrece otras consideraciones sobre el ser humano en general y la suma de identidades que encierra. Escribe de Gervasio:

“Aquel cuerpecillo, aunque pequeño, lo componían varios Gervasios y había espacio para todos. Algunos tuvo la oportunidad de descubrirlos, otros quedarían en la intimidad del viejo loco y que, sin duda, los unos junto a los otros, ayudaron a sobrevivir a un hombre complejo en un cuerpo de niño, no muy diferente del resto de los seres humanos, que son uno y mil al mismo tiempo y muchos de sus yoes permanecen escondidos para los demás, como un tesoro o una maldición y otros son mostrados o regalados o vendidos, pero todos conforman el mismo ser tanto más complejo cuantos más yoes, tanto más inextricables cuanto más se poseen”.

No menos complejo, es el inexplicable comportamiento de Marta, la mujer de don Héctor, víctima de sus actos brutales que emerge como figura conciliadora entre Héctor y los demás. Desea aparentar normalidad y dejar de lado el pasado, los hechos ocurridos hace treinta años, pero su silencio, otra vez más ese silencio abrumador se acaba quebrando.

Podemos concluir diciendo que, utilizando como argumento una sencilla historia, Juan Enrique Soto asienta la base para una trama bien perfilada. Coincide con Delibes en los extremos patológicos que posee don Héctor y aquel señorito loco por la caza de Los santos inocentes. Ambos personajes responden a unas circunstancias. Viven una asfixia vital que demanda sangre y odio. Que encaja perfectamente en el naturalismo de la película La cinta blanca. Así se explican las acciones humanas. Algo que desemboca en barbarie no es una suma de casualidades sino algo que se respira calladamente en las actitudes y que un día revienta y sale a la luz.

La tesis de la novela no aborda las ideologías enfrentadas que desembocaron en la guerra civil sino que rescata las miserias humanas, los odios, envidias y rivalidades que desencadenaron en los pueblos, hechos sangrientos.

El trasfondo ideológico se concentra en tres de los personajes secundarios, El padre Agustín que introduce referencias a la religión. A través de Marta, sabemos que fue “capellán castrense durante nuestra guerra”. El padre Agustín confirma a Carmelo que:

“sólo uno de cada diez de los rojos rechazaba los últimos sacramentos antes de ser ejecutados por los oficiales nacionales”.

Y también que:

“Los rojos masacraron a los siervos de la Iglesia”.

El aspecto cultural y rebelde encarna la figura de Cosme, el maestro, quien opina que solo la cultura hace libre al hombre. Cosme equilibra la balanza al sopesar la dureza de las afirmaciones del religioso. Todos, el alcalde Remigio, al servicio del cacique don Héctor; el maestro Cosme que luchaba contra su miedo por formar parte del partido comunista y por publicar artículos sobre poetas víctimas de la guerra o del exilio, acciones que se desvanecían sin tomar cuerpo; el cura, se crean su propio papel, su mentira y no son más que cobardes que actúan sumisamente y que algún día creyeron que iban a luchar por sus ideas, pero no lo hicieron. Ahora en el presente su sentido de culpabilidad les hace luchar con falacias. Por Gervasio sabemos la verdad. Conoce los secretos de todos, que el cura nunca fue capellán militar y que el miedo y la necesidad de salvar la vida le llevaron a blasfemar. Carmelo disculpa la flaqueza humana.

Para finalizar, destacaría que es una novela que expresa la capacidad de contradicción del hombre. Nos muestra cómo vive doblegado por el peso de ésta. La forma en que asimila las oposiciones y se muestra como si no existieran en su interior. Vivimos para interpretar un papel y somos máscaras que ocultan el rostro en este escenario calderoniano que es el mundo. La aparición de Reme en los capítulos finales, es una puerta abierta al futuro. Es un personaje que se convierte en símbolo. La luz al final del pozo. El carácter firme que les faltaba a todos.

Felicitaciones a Juan Enrique Soto por esta nueva novela y que sea el camino hacia otros grandes éxitos literarios.


Marisa Campo Martínez


Librería Gil, Santander, 18 de Octubre de 2012

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