En su último libro, el poeta leonés Luis Miguel Rabanal escribe sobre los límites impuestos al cuerpo y el valor de lo cotidiano
El poeta leonés Luis Miguel Rabanal (Riello, León, 1957) ha publicado este año “Música para torpes” (en Editorial Baile del Sol), un poemario en el que se expresan los límites impuestos al cuerpo, pero también lo valioso de la existencia, su fugacidad, su imprevisible declive, su valor en los vínculos y atenciones: esa música de los placeres tan nimios como fundamentales. Por Víktor Gómez Ferrer.
Tengo rabia, pero no sé cómo expresarla. De zen no tengo nada. Estoy furioso con la noticia de mi enfermedad pero pongo cara larga de Hus Puppies.
El tumor me extrae de la actualidad.
La felicidad es una musiquilla de radio en la querida pieza vecina.
Gonzalo Millán (El veneno del escorpión azul).
(antecedentes musicales)
El poeta Luis Miguel Rabanal (Riello, León, 1957) insiste con la poesía en la poesía... gran labor, la de exponer una palabra sin herraduras... una música que recupera el mito órfico de las sirenas, la locura, el vacío (léase aEugenio Trías El canto de las sirenas, 2007 o a Blanchoten El libro que vendrá, Cap.I, "El canto de las sirenas"). La poesía al límite. Larga cabalgadura inmóvil: Barranco y ¿… quién habla aquí? ¿A quién? Se cruzan ruidos y voces. Pero no la música, decía Vladimir Holan … circula por tu sangre un veneno antiguo de música y muerte…
(casi una sinfonía)
La torpeza de estorbarse a sí mismo. ¿En qué mundo vivimos? En un mundo que desdeña la salud y que enfermo no tiene coraje de enfrentar el reto de escuchar la música de lo vivo…
Oh tú, viajero que yerras y yerras
y no te has tragado mi ipratropio, mi ambroxol.
El poemario de Luis Miguel Rabanal está lleno de agudezas, de minucias, de desvelos. Su paciente lápiz escribe con afilada tristeza sobre los límites impuestos al cuerpo y sobre la ineptitud de los que en el camino de la cotidianeidad no somos capaces de discernir lo valioso de la existencia, su fugacidad, su imprevisible declive, su valor en los vínculos y atenciones.
el cuerpo lisiado que resulta ser el tuyo
y acaso lo sea,
Los poemas se suceden como los precisos cortes de un cirujano, que quisiera devolverle la vista al ciego. Ciego mundo el nuestro. No ve la música de los placeres más nimios y fundamentales, la aventura del roce de la piel o el sentir en los pies la arena, el frío, la sombra del camino.
Toda poesía acaba siendo un duro combate contra las infamias. En el caso de Música para torpes se trata de una lucha de la conciencia en un campo de batalla vencido sobre una cama, el cuerpo, que es el alma, que es el ausente, el que reclama la voz del poeta, su herida inteligencia, su dignidad en juego macabro de sinsentidos y renuncias, de claridad en el fondo más abisal de la aporía.
Nunca hubiera escrito esta reseña con tanta torpeza como en la ingenuidad de quien no se asoma al abismo liberador de la inexistencia, del abandono al castigo de una vida desesperanzada. Ese último umbral, el de nuestro presente enfermo, queda enmarcado aquí en la confusión y en el deseo hasta hacernos ver, ver una música de olvido que rememora sin miedo, que suena como una canción sin héroe tras una larga batalla.
Y un espejo donde los ojos
suelen encontrar cariños extraviados
que se mofaron de los cariños extraviados,
quizá debido a una sombra espuria
que se encarama en tu cabeza
para hincarte allí el odio y la melancolía.
El odio y la melancolía tensan estos poemas, nos muestran desnuda de fingimientos y de moralinas la voz de un hombre cansado. ¿no es este el signo de nuestra ahoridad? Una mujer/hombre tan cansado de lo atroz que ya se empieza a cuestionar su lucha, su resistencia.
La biopolítica es el gran escenario que el capitalismo decidió invadir, asolar, conquistar, domar, el cuerpo, la intimidad, de cada persona. Domar el cuerpo, castrarlo para la música, acostumbrarlo a vivir enfermo, a ser casi un zombie.
Sí, en la frontera del sentido último está la cuestión del zombie, del no muerto. Es ahí a donde nos lleva el poeta, con su naturalidad expresiva, sin hipérboles ni elipsis, con una rotundidad propia de la poesía que vehicula un sentir consciente y comprendido, el sentir de la existencia áptera, ensordecida, torpe. Vale para uno, para muchos, para lo íntimo, para lo público. Sus equivalencias son una auténtica e incomoda
hipótesis sobre los modos de habitar el mundo hoy.
Con las mejillas llorosas no se te reconocería,
podrías viajar sin mayores amarguras al país
que prefieras,
caminarías para abandonarte
y decir: parece que mi salud no da para más.
El tumor me extrae de la actualidad.
La felicidad es una musiquilla de radio en la querida pieza vecina.
Gonzalo Millán (El veneno del escorpión azul).
(antecedentes musicales)
El poeta Luis Miguel Rabanal (Riello, León, 1957) insiste con la poesía en la poesía... gran labor, la de exponer una palabra sin herraduras... una música que recupera el mito órfico de las sirenas, la locura, el vacío (léase aEugenio Trías El canto de las sirenas, 2007 o a Blanchoten El libro que vendrá, Cap.I, "El canto de las sirenas"). La poesía al límite. Larga cabalgadura inmóvil: Barranco y ¿… quién habla aquí? ¿A quién? Se cruzan ruidos y voces. Pero no la música, decía Vladimir Holan … circula por tu sangre un veneno antiguo de música y muerte…
(casi una sinfonía)
La torpeza de estorbarse a sí mismo. ¿En qué mundo vivimos? En un mundo que desdeña la salud y que enfermo no tiene coraje de enfrentar el reto de escuchar la música de lo vivo…
Oh tú, viajero que yerras y yerras
y no te has tragado mi ipratropio, mi ambroxol.
El poemario de Luis Miguel Rabanal está lleno de agudezas, de minucias, de desvelos. Su paciente lápiz escribe con afilada tristeza sobre los límites impuestos al cuerpo y sobre la ineptitud de los que en el camino de la cotidianeidad no somos capaces de discernir lo valioso de la existencia, su fugacidad, su imprevisible declive, su valor en los vínculos y atenciones.
el cuerpo lisiado que resulta ser el tuyo
y acaso lo sea,
Los poemas se suceden como los precisos cortes de un cirujano, que quisiera devolverle la vista al ciego. Ciego mundo el nuestro. No ve la música de los placeres más nimios y fundamentales, la aventura del roce de la piel o el sentir en los pies la arena, el frío, la sombra del camino.
Toda poesía acaba siendo un duro combate contra las infamias. En el caso de Música para torpes se trata de una lucha de la conciencia en un campo de batalla vencido sobre una cama, el cuerpo, que es el alma, que es el ausente, el que reclama la voz del poeta, su herida inteligencia, su dignidad en juego macabro de sinsentidos y renuncias, de claridad en el fondo más abisal de la aporía.
Nunca hubiera escrito esta reseña con tanta torpeza como en la ingenuidad de quien no se asoma al abismo liberador de la inexistencia, del abandono al castigo de una vida desesperanzada. Ese último umbral, el de nuestro presente enfermo, queda enmarcado aquí en la confusión y en el deseo hasta hacernos ver, ver una música de olvido que rememora sin miedo, que suena como una canción sin héroe tras una larga batalla.
Y un espejo donde los ojos
suelen encontrar cariños extraviados
que se mofaron de los cariños extraviados,
quizá debido a una sombra espuria
que se encarama en tu cabeza
para hincarte allí el odio y la melancolía.
El odio y la melancolía tensan estos poemas, nos muestran desnuda de fingimientos y de moralinas la voz de un hombre cansado. ¿no es este el signo de nuestra ahoridad? Una mujer/hombre tan cansado de lo atroz que ya se empieza a cuestionar su lucha, su resistencia.
La biopolítica es el gran escenario que el capitalismo decidió invadir, asolar, conquistar, domar, el cuerpo, la intimidad, de cada persona. Domar el cuerpo, castrarlo para la música, acostumbrarlo a vivir enfermo, a ser casi un zombie.
Sí, en la frontera del sentido último está la cuestión del zombie, del no muerto. Es ahí a donde nos lleva el poeta, con su naturalidad expresiva, sin hipérboles ni elipsis, con una rotundidad propia de la poesía que vehicula un sentir consciente y comprendido, el sentir de la existencia áptera, ensordecida, torpe. Vale para uno, para muchos, para lo íntimo, para lo público. Sus equivalencias son una auténtica e incomoda
hipótesis sobre los modos de habitar el mundo hoy.
Con las mejillas llorosas no se te reconocería,
podrías viajar sin mayores amarguras al país
que prefieras,
caminarías para abandonarte
y decir: parece que mi salud no da para más.
¿Y no da para más…? Ay, claro que da para más, este “organizar el pesimismo” de Luis Miguel Rabanal es deconstructor de una realidad impositiva y falaz en sus argumentos.
Cuando tu cuerpo no se interesa
por el mundo infalible que aviva tus sentidos
Es su necesaria reacción ante los despropósitos existenciales acabar con los mitos, en primera instancia, así como reformular la vida sin los tabúes y convencionalismos, liberar a la vida de los fármacos que atontan, para afinar el oído, centrar la mirada en lo desenfocado, en el silencioso y muchas veces oculto sufrimiento cotidiano de los anónimos.
Además, emergen la ironía y el sarcasmo, concebidos como desarticuladores de lo trágico-religioso que avoca a la muerte humillando la vida.
Y así, la vidamuerte, ya no religada a un sentimiento de deuda con un Dios, puede medirse y concebirse, simple existencia, como un don imprevisto, enigmático pero propiedad del sujeto, que es en primer y último término quien tiene la responsabilidad y libertad para decidir sobre su permanencia en el mundo, sobre su actitud y sobre las despedidas.
El gran valor, hallazgo, en este poemario es el valor insustituible de la auto-ética. Punto crucial para el ser humano, asumir la responsabilidad de su vida, es decir escuchar la música sin la torpeza de esclavo, el narcotizado, el iluso, el desalmado. Atravesar el dolor físico, psíquico, indeseado, y mantener la lucidez es un reto quizá excesivo, pero vivir es un exceso de la materia, una irregularidad en un cosmos mayormente inorgánico y mayormente envuelto en la materia oscura, tan desconocida para nosotros como los reglamentos del cuerpo tullido.
Es ahora el momento para agradecer
con chillidos al que todo lo discierne
Poemas claros para un tiempo oscuro… desconfianza en los límites de las palabras, de las retóricas, de los símiles. E insistencia en escuchar la música del mundo-cuerpo, de la historia-dolor:
Por supuesto, también hoy se manifiestan
los cobardes,
banderas y alaridos igual que cada sábado,
grAznar minuciosamente:
suyo será el reino de los cienos,
son hermanos de sangre de la barbaridad
Luis Miguel Rabanal es un poeta osado, de huesos a la intemperie que al sacudirse contra el dolor generan una música de sentido, de fracturas, de dislocaciones, que antes de hundirle y ensimismarle exploran nuestra ahoridad golpeada, humillante. Es política e intima, sin distinción. Es poesía desde el dolor, desde el cuerpo, desde la música.
Vértigos y “nada de nostalgias, nada de presumir” advierte. El modo de recordar de Luis Miguel es el de los desaparecidos en las fosas, en los rincones de los basurales o a las afueras de los hospitales (tan actual hoy con las medidas ultra-neoliberales contra los emigrantes en España, por ejemplo).
Se sabe ya a estas alturas, que la poesía desde el sufrimiento, la memoria personal, es la de un yo-multitud, tan próximo a César Vallejo, Gonzalo Millán, Roque Dalton. Es la memoria no historicista (de los vencedores) sino la historia de los abajados, de los vencidos o expatriados.
Este libro anticipa y corrobora, une el presente en su triple constitución (pretérita, inminente, porvenir)
Porque llega el niño con su torpedero
de cartón a partir la memoria
en tres mitades, tú creces hacia atrás, tú
reúnes los amargos requisitos del enfermo,
tu boca solamente sangra.
Y reconoce en la ternura, en el cuidado, la validez de los vínculos, la constitución del ser humano y su limitado sentido de esperanza y dignidad. Su contra es la soledad impuesta por los que ni miran al mundo quebrarse ni al enfermo hundirse en su apozada rutina. Respirar no basta, ser persona es compartir tiempo, lugar, memoria, afectos. Y reírse de la pobredumbre propia, aristotélicamente:
Choca esas cinco, hombre, que no hay dos
sin tres, que ya no hay esperanza,
que te favorece ese rictus ahora mismo
en la cara.
Quién te iba a decir a ti que denigrarías
tu cuerpo la tarde nublada de tu muerte.
No seas crío,
no te vas a poner a vocear con desgarro
que todo se acaba, qué sublimes escorias.
(últimos acordes. Movimiento grave)
Música para torpes es un poemario muy valiente y en la madurez expresiva de un autor veraz y feroz con las premisas convencionales. “Ahí hay un hombre que dice algo”, leemos hacia el final del libro. No se lo voy a revelar, atrévanse a escuchar con atención y lentitud. Solo constatar que la fragilidad no es sinónimo de imposibilidad, mucho menos de invalidez, pues en las manos de un poeta con el don suficiente es la única voz válida para sopesar el mundo, el presente, el yo. Hagan la prueba.
Tú sí me escuchas,
envuelves mis palabras en papel de aluminio,
las alineas seguidas en nuestra caja
de recuerdos y se produce el milagro
Leer en este momento a Luis Miguel Rabanal cuestiona la propia relación de la poesía con los significados, e implica una resistencia a dar por vivido solo lo que pertenece al ámbito de lo ocurrido, de lo memorable, de lo fichado, pues entre el deseo, lo que pudo ser y no ha sido y lo que será (que anticipa la escritura) solo hay un testigo: tú. Tú y tu lectura.
Cuando tu cuerpo no se interesa
por el mundo infalible que aviva tus sentidos
Es su necesaria reacción ante los despropósitos existenciales acabar con los mitos, en primera instancia, así como reformular la vida sin los tabúes y convencionalismos, liberar a la vida de los fármacos que atontan, para afinar el oído, centrar la mirada en lo desenfocado, en el silencioso y muchas veces oculto sufrimiento cotidiano de los anónimos.
Además, emergen la ironía y el sarcasmo, concebidos como desarticuladores de lo trágico-religioso que avoca a la muerte humillando la vida.
Y así, la vidamuerte, ya no religada a un sentimiento de deuda con un Dios, puede medirse y concebirse, simple existencia, como un don imprevisto, enigmático pero propiedad del sujeto, que es en primer y último término quien tiene la responsabilidad y libertad para decidir sobre su permanencia en el mundo, sobre su actitud y sobre las despedidas.
El gran valor, hallazgo, en este poemario es el valor insustituible de la auto-ética. Punto crucial para el ser humano, asumir la responsabilidad de su vida, es decir escuchar la música sin la torpeza de esclavo, el narcotizado, el iluso, el desalmado. Atravesar el dolor físico, psíquico, indeseado, y mantener la lucidez es un reto quizá excesivo, pero vivir es un exceso de la materia, una irregularidad en un cosmos mayormente inorgánico y mayormente envuelto en la materia oscura, tan desconocida para nosotros como los reglamentos del cuerpo tullido.
Es ahora el momento para agradecer
con chillidos al que todo lo discierne
Poemas claros para un tiempo oscuro… desconfianza en los límites de las palabras, de las retóricas, de los símiles. E insistencia en escuchar la música del mundo-cuerpo, de la historia-dolor:
Por supuesto, también hoy se manifiestan
los cobardes,
banderas y alaridos igual que cada sábado,
grAznar minuciosamente:
suyo será el reino de los cienos,
son hermanos de sangre de la barbaridad
Luis Miguel Rabanal es un poeta osado, de huesos a la intemperie que al sacudirse contra el dolor generan una música de sentido, de fracturas, de dislocaciones, que antes de hundirle y ensimismarle exploran nuestra ahoridad golpeada, humillante. Es política e intima, sin distinción. Es poesía desde el dolor, desde el cuerpo, desde la música.
Vértigos y “nada de nostalgias, nada de presumir” advierte. El modo de recordar de Luis Miguel es el de los desaparecidos en las fosas, en los rincones de los basurales o a las afueras de los hospitales (tan actual hoy con las medidas ultra-neoliberales contra los emigrantes en España, por ejemplo).
Se sabe ya a estas alturas, que la poesía desde el sufrimiento, la memoria personal, es la de un yo-multitud, tan próximo a César Vallejo, Gonzalo Millán, Roque Dalton. Es la memoria no historicista (de los vencedores) sino la historia de los abajados, de los vencidos o expatriados.
Este libro anticipa y corrobora, une el presente en su triple constitución (pretérita, inminente, porvenir)
Porque llega el niño con su torpedero
de cartón a partir la memoria
en tres mitades, tú creces hacia atrás, tú
reúnes los amargos requisitos del enfermo,
tu boca solamente sangra.
Y reconoce en la ternura, en el cuidado, la validez de los vínculos, la constitución del ser humano y su limitado sentido de esperanza y dignidad. Su contra es la soledad impuesta por los que ni miran al mundo quebrarse ni al enfermo hundirse en su apozada rutina. Respirar no basta, ser persona es compartir tiempo, lugar, memoria, afectos. Y reírse de la pobredumbre propia, aristotélicamente:
Choca esas cinco, hombre, que no hay dos
sin tres, que ya no hay esperanza,
que te favorece ese rictus ahora mismo
en la cara.
Quién te iba a decir a ti que denigrarías
tu cuerpo la tarde nublada de tu muerte.
No seas crío,
no te vas a poner a vocear con desgarro
que todo se acaba, qué sublimes escorias.
(últimos acordes. Movimiento grave)
Música para torpes es un poemario muy valiente y en la madurez expresiva de un autor veraz y feroz con las premisas convencionales. “Ahí hay un hombre que dice algo”, leemos hacia el final del libro. No se lo voy a revelar, atrévanse a escuchar con atención y lentitud. Solo constatar que la fragilidad no es sinónimo de imposibilidad, mucho menos de invalidez, pues en las manos de un poeta con el don suficiente es la única voz válida para sopesar el mundo, el presente, el yo. Hagan la prueba.
Tú sí me escuchas,
envuelves mis palabras en papel de aluminio,
las alineas seguidas en nuestra caja
de recuerdos y se produce el milagro
Leer en este momento a Luis Miguel Rabanal cuestiona la propia relación de la poesía con los significados, e implica una resistencia a dar por vivido solo lo que pertenece al ámbito de lo ocurrido, de lo memorable, de lo fichado, pues entre el deseo, lo que pudo ser y no ha sido y lo que será (que anticipa la escritura) solo hay un testigo: tú. Tú y tu lectura.
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