Entre sombra y ceniza glosa (Ediciones Baile del sol, Madrid, 2012), en varias secciones, la visión del exilio que su autor Michel Feugain ha padecido durante los últimos cinco años y que le mantiene apartado de su país de origen desde entonces —aún con un breve viaje para ver a su madre enferma— y le instala en Francia, primero y, de manera intermitente, en España, después, con el objeto de cursar su Doctorado en Filología Hispánica. En una de esas clases entro en contacto con él, con esta persona humilde y entrañable que se llama Michel. A partir de una primera conversación sobre su campo de investigación, nuestra amistad se hace más intensa y, poco a poco, me cuenta su experiencia de exilio, bebemos y comemos juntos, nos conocemos.
En poco tiempo, esa amistad se interna también en el préstamo recíproco de nuestros escritos, en el intercambio de ideas y búsquedas. Mis primeras lecturas se reducen a textos aislados, a intensas declamaciones en mi casa, con ocasión de alguna cena. Sus originales en francés me llegan cada cierto tiempo y, de repente, me asombra con textos en castellano, textos que él ha sentido debían escribirse en esta lengua, como medio para expresar sus asperezas, sus alegrías... en una palabra, su camino.
El camino recorrido es lo que ya hoy es una realidad. Este poemario que se publica ahora lo describe minuciosamente. Interesa especialmente esta voz porque no se limita a reproducir —o en el peor de los casos a compadecer— desde una mentalidad europea la experiencia de los subsaharianos emigrantes sino que quien nos habla lo ha experimentado realmente, lo ha sentido y se ha atrevido a expresarlo poéticamente en poemas llenos de sinceridad, desgarro y reivindicación, sí, pero también de humor y amor infinito. Todos estos aspectos son los que merece la pena describir más detalladamente.
La experiencia del exilio marca, en mi opinión, una poética del exilio, es decir, conforma de modo absoluto el impulso de escribir del autor. La nostalgia está presente en casi todos —por no recurrir a la totalidad— de sus textos; nostalgia del lugar de nacimiento, de sus tradiciones, de sus esperanzas, nostalgia incluso de la fe en la emigración que impulsa a marcharse —se es por supuesto exiliado político, pero también económico, cultural, ideológico— y que se acaba en el punto justo en que se cruza la frontera con Europa. La experiencia europea cambia para siempre el modo de pensar de los exiliados africanos que observan en toda su crudeza la persecución, la violencia, el desencanto, la indiferencia, el rechazo. Así es como se adquiere conciencia de exiliado y, en el caso de Michel, conciencia de utilización de la palabra para advertir y subvertir esa realidad.
El análisis de la condición de "extraño" trae como consecuencia la exploración del concepto de "negritud" analizado profusamente para expresar y delimitar los tópicos más comunes sobre esta condición. En la sección que recibe ese nombre Feugain se lanza a la utilización del término "negro" como palabra de choque contra sí mismo, en un reconocimiento del yo frente al resto. "Negro" se es y al mismo tiempo se padece, en una suerte de persecución que no admite disfraces. El diálogo implícito en los textos nos instala en un enfrentamiento dialéctico entre el ser reconocido y el ser que se le opone como si cada uno de ellos fuera el representante del pensar común de los semejantes. De todos ellos se extrae el llamamiento al único ser posible: el ser humano, situado en una suerte de idealidad que no admite diferencias ni diferenciaciones. Los matices de la "negritud" significan aquí, como en Senghor, una reivindicación de la autonomía del africano para resolver sus propios asuntos —frente a las visiones paternalistas— no exenta de una exaltación implícita de los valores propios. África, madre, amante, tierra de promisión, paraíso, ocupa un lugar preponderante en el desentrañamiento del concepto mismo de "negritud" ya que se establece como un continuo entre el sujeto y su entorno, formando éste parte de aquél y viceversa. África corre por las venas de cada africano, parece decirnos Michel a cada paso y se reencarna en visiones oníricas donde el recuerdo sustituye a la realidad que supone el exilio, la condición de exiliado, concebida como una enfermedad de la que se ha estado a salvo durante el mágico periodo de la infancia:
a salvo de toda enfermedad
incluso de este exilio
La orfandad resulta singularmente familiar en los textos de Entre sombra y ceniza; se revela profunda y absoluta, sin paliativos. La orfandad refuerza una idea axilar que se entrecruza aquí y allá: el exiliado, al pasar determinado tiempo lejos de la tierra que lo ha nutrido, pasa a ser un exiliado constante, tal vez porque realmente, se ha exiliado de sí mismo, es un huérfano perpetuo de su imaginario. Ciertos poemas de Mahmud Darwish nos hablan también en ese sentido. También los exiliados españoles parecían decirnos eso en sus reflexiones. ¿Cabe el retorno a un país que se nos ha quedado fosilizado e idealizado en el recuerdo? En cualquier caso, esa experiencia es frustrante:
Cinco años de un difícil exilio
cinco años después de mi destierro
lo que unos llaman candidamente
Emigración
cinco años después
vuelvo la mirada y lloro
La escuela que me enseñó el abecedario
ya no tiene techo
las risas que al anochecer
se difundían cual una ola
contagiosa de alegría han sido
sustituidas por los llantos de los míos
en Parroquias fantoches
El retorno, implica, pues, dificultades difícilmente subsanables. ¿Acaso necesita África nostálgicos? La reivindicación y denuncia de la situación de los subsaharianos parece la misión más clara para un exiliado como Michel. Sus versos parecen ser el mensaje del trovador —y África es profusa en trovadores— que intenta calar en el imaginario europeo, harto de escuchar cómo las desgracias del africano se repiten una y otra vez para llamar la atención de su bolsillo. ¿Acaso el africano, en su afán de supervivencia, ha dejado de ser sujeto?, ¿ha dejado de tener pulsiones, deseos, frustraciones? ¿ha dejado de ser nuestro semejante? Un no tajante se revela en la fuerte voz de Feugain:
Como vosotros
Como vosotros tengo una novia
como vosotros tengo nuevas vidas
Como vosotros despierto soñando
como vosotros despierto
con gusto de amar a quien me ama
En mi mente como en la vuestra
parpadea la primera esperanza.
Podemos observar también, como último aspecto, la fuerza seminal del erotismo. La sección "Orfeo negro" pone de manifiesto precisamente la latencia de la vida por encima, incluso, del exilio; la presencia del erotismo es un antídoto contra toda la costra de desesperación que late en el exilio. Nos devuelve la pasión, la intimidad, el contacto, la carnalidad necesaria para la supervivencia. En estos textos el humor se revela con todo su poder para derruir lo establecido y preconcebido, especialmente la condición de víctima indefensa del subsahariano:
Tus piernas
No me hables
más de ellas
Son la causa
de mis tormentos
son trampas
para mis sueños
son el engaño
para mis ojos
Por favor
llévatelas
No te tengo rencor
pero no me hables
más de ellas
Queda, al final de todo, el amor. Amor fundamental y medular en la superación de Thanatos, utilizado como un paso adelante con y contra todos. El inmigrante es capaz de amar y desde ese amor construir una nueva realidad, donde la mezcla procure una nueva visión del conjunto. El conjunto de poemas amorosos que nos ofrece el autor en su libro resulta así espléndidamente conceptualizado.
Así pues, Entre sombra y ceniza resulta ser un poemario imprescindible para conocer, de primera mano, la realidad del exilio subsahariano, desde dos puntos de vista: el colectivo, pues no podemos olvidar que Michel se muestra tan combativo como el momento merece, y, sobre todo, el personal. Este poemario significa, ante todo, un valiosísimo documento para que el europeo, ese lector que ahora se va a sumergir en estos textos gracias a la editorial Baile del Sol —que cumple la honrosa misión de dar voz a los que normalmente no encuentran espacio para desarrollarla—, recuerde que cuando se encuentra con un africano, se encuentra ante todo, no con una estadística, ni con una oportunidad para su caridad, sino con un ser humano completo, complejo, con muchísimo que decir.
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