Hay libros que se gestan en un rapto de inspiración, que nacen como una
exhalación y aunque maduren, se les ve cerca en el tiempo. Al leerlos no
se siente la distancia temporal y ello nos da la idea de continuidad,
la certeza de que la creación poética se concreta enseguida en el libro,
como algo natural. Pero también hay libros que deben esperar toda una
vida, que atraviesan distintas edades y adquieren con el paso del tiempo
tonalidades y matices insospechados. Son libros que se resisten a ver
la luz, que prefieren la clandestinidad de los manuscritos de mano en
mano, que fluyen como un secreto y a veces como un rumor. Se sabe de su
autor de oídas, pero no a través de la experiencia de la lectura de ese
libro que por azar se descubre en el anaquel de una librería o sobre una
manta, en una calle cualquiera donde alguien saca viejos volúmenes del
sótano y los subasta ante los transeúntes presurosos.
Bestiario personal, de mi amigo, de toda la vida, Carlos Wamba,
es uno de esos libros que ha exigido tiempo, que ha acompañado a su
autor desde la más tierna juventud y ha madurado con él, que se ha
dejado leer en recitales en cafés y tabernas ante auditorios reducidos,
mínimos, en ciudades del Sur, como Cádiz o Sevilla. También ha viajado a
través del correo postal y el correo electrónico, en busca de su
editor, pero no se ha dejado atrapar fácilmente. Su autor lo ha retenido
durante décadas, como un tesoro; su bestiario ha vivido con él el
tiempo muerto de los momentos previos a la creación y el tiempo
frenético de las conversaciones con los amigos. Así, ha resistido los
avatares de la buena y mala fortuna de los que ha salido fortalecido y
con lustre.
Ahora este hermoso Bestiario personal se publica bajo el sello de
la editorial Baile del Sol (¿acaso celebrando la vida alrededor de su
estrella?), con unas bellas ilustraciones que lo acompañan, de Horacio
Hermoso Mallado-Damas, por lo que es un libro conjunto. De evocaciones
bíblicas, se abre con, entre otros, este epígrafe: “E hizo Dios las
fieras de la tierra según sus especies, los animales domésticos, según
sus especies y los reptiles del suelo según sus especies. Y vio Dios que
era bueno” (Génesis, I, 24-25). Y es que su autor ha viajado hasta el
origen persiguiendo la forma de sus criaturas a las que ha observado de
manera casi obsesiva para llegar a la esencia, al sentido último,
midiéndolas con una precisión matemática. Así ha calculado hasta la
extensión de su sombra, el ángulo de su descenso: la parsimonia del
primate, el bostezo del felino o la fluidez de la anguila. También ha
leído en la pupila del búho el secreto de la noche y no ha dejado de
observar, o de espiar, ni siquiera a la mosca: “Un pulgar en la sombra./
Vivir y morir,/ en un punto de luz. // Pulsión// Dos patas./ Tres
patas. / Seis patas. //Gira, mide, /describe ventanas/ en el aire
abierto. // Arriba, abajo. // Se tiende. Abajo./…”.
Geometría del ser que pasa las horas, en apariencia muertas, maquinando
la forma de atrapar a las bestias, que asalta la naturaleza viviente y
sucumbe a la fascinación del instante en que se alcanza la belleza de lo
mínimo y de lo colosal. Bajo la forma del animal se agita la llama de
la vida en todo su esplendor. Asedio de la mirada que se deja llevar,
sin límite de tiempo, más allá de la forma y que entrega toda una vida,
si es preciso, hasta alcanzar el ángulo exacto. En esto ha consistido
quizás la lenta pero imparable actividad poética de Carlos Wamba,
cazador de animales libres, de animales del barrio y de animales
soñados, criaturas que hacen parte de este poemario, donde no faltan ni
el coral, ni la gacela, ni el unicornio.
Consuelo Triviño Anzola
http://consuelotrivinoanzola.blogspot.com/2012/02/bestiario-personal-carlos-wamba.html
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