Presentación de MEMORIA DE LAS PIEDRAS de Gabriel Cruz
28 de octubre a las 18,00 h. Cueva Pintada de Gáldar (www.cuevapintada.com) Gran Canaria
Presentan Samir Delgado y Gabriel Cruz
MEMORIA DE LAS PIEDRAS:
En 1997 Ediciones La Palma publicaba Memoria
de las piedras, un libro anómalo y, por ello, fundamental para entender una
determinada sensibilidad literaria que no ha dejado de crecer en la literatura
hecha en las Islas Canarias. Su autor, Gabriel Cruz, con valentía y honradez,
nos acercaba al inexplorado, desde el punto de vista literario, mundo aborigen,
alejándose de los tópicos idealizados y poco documentados de finales del siglo
XIX y de los escasos resabios del siglo XX, en donde han convivido la
referencia tangencial y la reivindicación excesivamente ideologizada, pero muy
poco rigurosa. Sus referentes dejan de ser anecdóticos para convertirse en el
objeto literaturizado, asumiendo todas sus consecuencias tanto narrativas como
históricas. Memoria de las piedras no tardará en convertirse en una obra
señera, en el necesario pilar donde se asiente esta tendencia creativa.
Hoy, catorce años después, la editorial
Baile del Sol recupera oportunamente este texto necesario y hasta ahora
perdido, dotándolo de un valor no ya añadido sino absolutamente enriquecedor,
diferenciador, que ahonda mucho más en el verdadero espíritu de los textos y
que lo enraíza mucho más en las piedras, en la memoria, en la tierra de la que
proviene y a la que ha llegado para permanecer: la oralidad.
Este valor no es otro que la edición
bilingüe amazigh*/español, con parada también en el francés (lengua que
ha servido de puente entre las dos anteriores).
Pero
situemos en su justo contexto este libro para poder entender cuál es su real
importancia.
Memoria de las piedras acerca al lector a la cosmogonía
prehispánica desde la mirada del aborigen. A través de los textos, Gabriel Cruz
muestra desde dentro, desde una óptica personal las inquietudes, los mitos, las
leyendas, los itinerarios de los habitantes prehispánicos. La recreación del
universo insular desde la licencia literaria que permiten la reflexión personal
y la relectura de los textos históricos, crea una atmósfera mágica, telúrica,
ritual, que nos devuelve a la raíz.
Nos encontramos ante el habitante que se
observa y que camina libre por los senderos de la memoria y que en un acto
iniciático abre las rendijas de unos caminos aún no transitados.
Memoria de las piedras es, pues, una visión libre, atrevida,
sugerente de las palabras que quizás una vez hubieran podido oírse en estos
barrancos, en estos montes y que ahora, revividas, vuelven a escucharse como un
eco que nos devuelve el tiempo.
Hay verdades que no, por poco repetidas o
ya olvidadas, dejan de serlo: el hombre pertenece a la tierra y no al
contrario. El hombre nace o vive en un paisaje que le resulta continuamente
extraño. La habitual contemplación de este hace que se acostumbre a sus
montañas, a sus barrancos, a sus árboles y animales. Pero estos siempre han
estado ahí, contemplándonos, observándonos y, quizás, juzgándonos. Todo
necesita ser nombrado y el hombre, para hacerlos ingenuamente suyos, les da
nombre y los integra en su universo cotidiano. Pero la tierra siempre ha estado
ahí; otros pueblos, otras lenguas antes la han nombrado, probablemente con
nombres mágicos de cuando nada existía y el simple hecho de nombrar daba vida.
Y el nombre mágico acarreaba una historia, una leyenda que explicara el sentido
de la creación. Pero el hombre olvida, muere o, lo que es peor, se le arranca
la memoria que lo identifica como pueblo. Sin embargo, la memoria permanece
porque nunca ha sido suya, sino que ha pertenecido a la tierra, que se la ha
otorgado para atarlo a sus raíces.
En este marco se encuadra el libro Memoria
de las piedras de Gabriel Cruz: en el de la orfandad de una tradición
literaria que ha creado de espaldas a la memoria de la tierra, de la orfandad
de un territorio que dormita, de una tierra donde las leyendas duermen
aletargadas, esperando la voz que las conjure. Gabriel Cruz nos retorna de un
silencio de siglos para renombrar el origen de las cosas, del principio y del
fin, como un espectador atento que necesita anclarse en los senderos que
transita. Reinventa el mito porque todo hombre que camina necesita
imperiosamente reconocer los senderos que holla, el alma de las montañas, el
corazón de los animales, el silencio de los árboles.
Este no es un libro de leyendas escrito
por un hombre que contempla la naturaleza. Este es un libro que ha sido dictado
por la tierra que nos recupera como hijos, que nos devuelve la verdad de los
elementos, que nos salva de nuestra orfandad. Este es el libro de la palabra,
de la memoria; es el libro que escribieron quienes habitaron esta tierra hace
cientos, miles de años, y que escribirán quienes la habiten en los próximos
siglos o milenios, cuando nuestra memoria como moradores ya haya sido olvidada.
La experiencia recreadora de Gabriel Cruz
no es solitaria, es una experiencia colectiva, es la visión del guañameñe, del
creador de palabras que nos transmite el acto mitificador, la experiencia
mística de la vuelta al origen. Nicolás Estévanez había escrito: “La patria es
el espíritu, / la patria es la memoria”, y Gabriel Cruz, continuando la senda
marcada, nos habla del origen, donde nos devuelve a la creación del mundo y de
sus mitos, de nuestro mundo y de nuestros mitos; nos habla de la vida y nos
otorga vida; nos habla de la muerte y nos otorga un engañoso olvido. La última
frase del libro reza así: “Me traga la mar amarga, la mar del olvido”. Pero no
es cierto; las páginas de Memoria de las piedras nos han devuelto de esa
marea negra para otorgarnos el don del recuerdo, para que contemplemos a
nuestro alrededor y sepamos el porqué, la razón de nuestra presencia en este
territorio. Nos ha recobrado la memoria y nos ha devuelto a las raíces. A
partir de este momento, nuestra mirada nunca más será solitaria, nuestras
huellas no serán ajenas al viento que las borra, nuestras palabras no rebotarán
vacías en los barrancos. El guirre volará libre, por encima de los pájaros
blancos, desde estas montañas a la
Tierra de las Llanuras; y nosotros con él.
Ahora, todas estas palabras, que
provienen de la oralidad más ancestral, se nos presentan no ya solo en la
lengua original en la que fueron escritas, el español, sino también en amazigh; regresan a su
propio origen y también a su propia voz porque podremos escuchar el sonido
ancestral que nos lleva al génesis, allí donde podremos asumir la historia, la
memoria de la tierra que ahora hollamos y fundirnos en ella junto a la esencia
que la creó: la palabra primigenia.
Esta obra trasciende las fronteras
idiomáticas y tiende puentes, solo hasta ahora ocultos aunque no destruidos.
Este texto busca el reecuentro con el tronco común de donde provienen las
palabras, la memoria, los signos, la identidad; en definitiva, el reencuentro
con nosotros mismos y con nuestra necesidad de una historia no escrita en el
papel.
Es aquí donde radica el valor de esta
nueva edición de Memoria de las piedras, un libro que nos hace dar la
vuelta y situar la espalda al océano y los ojos hacia las tierras cercanas del
continente, un libro que necesariamente debe leerse y luego olvidarse para no
negarle su verdadera función: la oralidad. Memoricemos sus palabras, cantemos
sus sonidos, grabémoslos en las piedras y transmitámoslos a nuestros hijos, los
hijos de esta tierra.
* la lengua bereber viva más cercana a la que hablaron los aborígenes canarios, con una variante escrita que es el tifinagh.
Coriolano González Montañez
Tacoronte, agosto 2011
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