Los ojos de los fornecos
La Isla de las Retamas, lugar donde transcurre la cotidianidad que conforma esta magnífica incursión literaria, es ante todo, el homenaje a una tierra díscola, cuibierta de marisma salada, sapera, peijguera o caprichosa. Una lugar al que adentrarse “desde la otra parte oscura de la sombra, desde el epicentro del remolino nublado que nos acompaña para que aflore lo desconocido, el lastre que nos circunda y a veces nos encamina a situaciones vergonzantes”. Unas letras que transmiten con precisión “el lenguaje de las marismas, mezcla de agua salada y agua dulce, mezcla de arena y fango, mezcla de peces de mar y río, mezcla de cañas y papelejo.
Eladio Orta, su autor, poeta sangre pura, natural de la Isla Canela (Huelva) nos acompaña pues en un emotiva historia, desde la simplicidad llana, profunda y con exquisita sensibilidad, de forma que “Quizás sin saberlo, la poesía le había prevenido en sus coqueteos ocasionales con la melancolía y el era el acompañado, no el acompañante”.
El autor con una amplia obra poética en su haber, pertenece a una estirpe de la isla, con apellido propio, “Los Orta son como la grama, diría el tío Paco el Anega Hijo, ahíncan las raíces en las profundidades de la tierra y ahondan en la perserverancia”.
La historia que va hilvanando Los ojos de los fornecos se narra fuera del espacio-tiempo por parte de alguien que“es un detallista de la observación menguante”. Este nos la explica con un lenguaje costumbrista, con registros que van de lo dialectal a lo coloquial e incluso enalteciendo lo vulgar (como se reconoce en el apéndice) pero con un realismo literario comprometido a la vez que póetico.
El propio lenguaje que conforma toda la obra es la tramoia del escenario que nos adentra en los paisajes humanos de la isla. “A veces el lenguaje se enreda en los palitroques punzantes de las saperas y las palabras brotan duras y ásperas como el desierto que nos espera a la salida de la sociedad de la abundancia y el despilfarro. Otras veces la dulzura se convierte en palabras de ritmos candentes y los pájaros duermen en las ramas de la corriente del agua”.
La lectura de Los ojos de los fornecos nos transporta al corazón de la naturaleza de un lugar donde casi se extinguió la planta endémica, única de la zona, la Linaria lamarckii. Una isla de marismas, en la que “Si el corazón de la Isla no riega las arterias dadoras de vida que la circundan, mal andamos, quienes seguimos teniendo pequeñas esperanzas de que las flores interiores de las habitaciones húmedas del compromiso sigan respirando a sal y a retamas carcomidas por la luz del sol".
Un lugar en que el río se adormece por retardar su llegada el mar y en el que los fornecos, esas pozas de fango poco compactado, en los esteros y cuya dinámica se asemeja a la de las arenas movedizas, es por donde los indígenas del lugar han labrado su particular historia junto con la naturaleza. Un paisaje en el cual “El pobre no puede permitirse el decaimiento del ánimo. Las depresiones son para los ricos, que se las pueden costear”. Una tierra en la que cada generación pone su alma entera y por eso el relato recoge los instantes de estas pasiones: “En aquellos años el sudor engrandecía a los hombres de las retamas. Quien no sudaba era un gandul, un señorito pobre, un infeliz que ni las moscas la visitaban. El hombre tenía que oler a sudor y la excesiva limpieza corporal olía a mariconeo de la muerte”.
El narrador sigue de forma especial al tío Martin, un tipo muy raro, según le reconoce, Patricia, una niña que hace un cameo al final del libro, pues es quién organiza la defensa de la Isla frente a los especuladores urbanísticos y preservar su grandiosa esencia natural: “Las granadas y los membrillos huelen a lluvia primeriza endulzando los ojos del sol y las hojas pájaro imitan el vuelo de los árboles. El otoño es transformador.” “La isla es una locura de bandadas de pájaros picotenado los sueños y de sueños persiguiendo el vuelo de los pájaros.”Pero “Esta sociedad es devoradora. Lo que hoy florece mañana desaparecerá en el mapa.”
Los ojos de los fornecos nos pasea por los poros de una Isla que transpira desde el pasado al presente. Asistimos a la invasión de la Guardia Civil persiguiendo la sombra de El Lute en los años sesenta y, sobretodo, nos desembarca en la playa de la especulación salvaje. “Cuando los pelotazos urbanísticos florecen en los escaparates de la impunidad y los camellos de poca montan trafican con maletines fugaces en los andamios podridos del manicomio. Ahí andan los optimistas caminando a contracorriente por los precicipios de la escarcha, sorteando obstáculos inimaginables de gentes que, sin mediar palabras, ponen zancadillas para que hociquen en los fornecos trampas de los arenales movedizos. Pero ahí siguen aguantando el chaparrón de denuncias vergonzantes y de descalificaciones tontaínas.”
A medida que la lectura avanza uno se identifica con el lugar gracias a que la narrativa de Eladio Orta es capaz de cautivar nuestra alma: “Cada vez quedan menos lugares de referencia de nuestra infancia. Es como si la política globalizadora de las santas multinacionales y de los santos monopolios nos fuera troceando los lugares vivenciales con delicado bisturí.”. A la vez que, desenmascara lo obvio “Las sociedades burocráticas, de derechas o de izquierdas se alimentan de la destrucción, Maguelito. No hay huecos para el silencio ni para la contemplación del pájaro en su nido.”
Eladio Orta, nos abre su corazón poético con una narrativa que se mece a lo largo de todo el libro: “Contar una historia es caminar por las huellas visibles de los caminos o las vías pecuarias y a veces tomar una vereda transitable para desentumirse de la friolera. Si la narrativa tiene que cruzar un río, lo cruza por el puente, conduciendo alegremente un elegante coche o caminando despacio y escrutando los márgenes para reírse de las maneras tan extravagantes que tiene la poesía de intentar cruzar el río. La poesía espera a que las corrientes del río se encuentren y el agua salada y la dulce se mezclen en un instante de silencio único e irrepetible para cruzarlo sentada en la jona seca de un arbusto”.
Pero ante todo, Los ojos de los fornecos es una denuncia del maltrato a una naturaleza silvestre y humana que con su diversidad realza la dignidad frente a los especuladores: “Las ideologías dominantes trabajan para arrinconar a las ideologías minoritarias a golpe de cansancio y estafas. Y encima, a este engendro mercantilista lo llaman democracia. Que casualidad que a todos los dictadores o democrátas dictatoriales no les guste la política…La política actual se ha convertido en un enjambre de maletines voladores sobrevolando los despachos de los alcaldes y de los teninentes alcaldes y de los urbanistas y juristas principales del reino en busca del elixir de la mediocridad.””Si se ciegan los ojos sumideros del agua dulce del fango, estamos cegando nuestros propios ojos en el escaparate asfixiante de las especies vivas”.
La historia de las traiciones, pero también de las embestidas con la fuerza salvaje de la Guardia Civil al servicio de los poderosos y de los llantos por una tierra amada convertida en especulación- Los especuladores no tienen miramientos deletrea la estrofa del verso no escrito: “Hubo cientos de enganches y de paralizaciones, llantos sordos que se disipaban en la soledad de cuartos desconchados por el agotamiento de la cal, lágrimas que se enjuagaban en palanganas sin fondo, ojos enrojecidos por la impotencia de la resignación de la sal, No tenemos nada, somos papilla en las manos de los colmillos del hambre, cagajones aplastados por las botas sin escrúpulos de los perros de los poderosos.” Porqué la “isla de las Retamas es un entramado de ingeniería jurídica expropiatoria amparado por una ley franquista derogada. Pero quién hace la ley hace la trampa para que los especuladores y demás angelitos del cielo sigan arrinconando la respiración de los bichos resistentes de las retamas”. La Isla de las Retamas es la épica de un grano de arena insumiso en “la península Ibérica que huele a chorizos en descomposición y a sangría urbanística”.
Eladio Orta nos brinda las voces de los habitantes que se alejan interrogantes en la pleamar poética que los mece a la vez que “Todo el peso del poder caía sobre la Isla como un peñasco en la cabeza de un pájaro”. Como alguno de sus personajes, esta obra es pionera, “una travesía cíclica pegada a las zapatas de los muros y a los travesaños de arena que aguantaron los envites del mar en los temporales interminables de febrerillo loco”.
Los ojos de los fornecos es un homenaje, una crónica poética a “Cuántos recuerdos enterrados o sepultados en cemento guardan estos lugares”. Su lectura nos transporta a los sueños y desvelos de uno de los últimos lugares de naturaleza salada, guiados por la mano de un poeta cuya narrativa se desparrama como el rocio lo hace sobre la belleza descrita en palabras llenas de emoción, compromiso y convicción ecológica. Un libro publicado en una pequeña editorial que merece ser difundido de boca en boca, para que vuele en la libertad del acto poético atrapado en el papel que pervive porque no existe.
http://www.terra.org/categorias/libros/los-ojos-de-los-fornecos
No hay comentarios:
Publicar un comentario